A Jacques Aubergy
El Museo Cantini de Marsella presentó el año pasado una muestra comprensiva de dibujos de Antonin Artaud y publicó un espléndido libro en el que se reproducen los mejores. Provienen principalmente del Centre Georges Pompidou, de colecciones particulares, de la Biblioteca Nacional de Francia y del propio Museo Cantini. A pesar de que Artaud presentó durante su vida algunas exposiciones de sus dibujos (en la Galería Pierre), sus desempeños en el Teatro de la Crueldad, su escritura, su dramaturgia, pantomimas y actuaciones, su pasión por el México antiguo, su estancia en la Tarahumara, su obsesión por el báculo de San Patricio, su adicción a las drogas, su conflictiva adhesión al surrealismo y por qué no decirlo?, su locura, han impedido y no sólo en México que se calibre este aspecto de su creatividad.
Tuvimos los mexicanos la oportunidad de conocer su imagen filmada por Abel Gance cuando se presentó en la Cineteca la versión restaurada del larguísimo filme Napoleón (Artaud representaba a Marat), pero su actividad dibujística nos ha sido mucho menos conocida que la de Cocteau o que la de Pierre Klossowsky, el escritor hermano de Balthus.
Las incursiones que dejó Artaud en el dibujo ofrecen interés, hasta aquellas manchas desleídas, protegidas con signos herméticos que salpicó de perforaciones quemadas, estratégicamente diseminadas en el papel valiéndose de cigarrillos encendidos. Sin embargo pudiera sorprender que su producción mejor, o si se quiere la más original, se haya efectuado en asilos como el de Rodez, donde estuvo internado desde febrero de 1943 hasta mayo de 1946, época posterior al periodo que vivió en Villejuif, en las afueras de París, también bajo vigilancia psiquiátrica.El tiempo que le quedó de vida murió el 2 de marzo de 1948 ofrece ejemplos notables de su capacidad retratística, que no se vio menoscabada por su deterioro. Para entonces Artaud ya no coordinaba su discurso verbal, pero el dibujístico se preservó, como lo muestran dibujos realizados en fecha tan tardía como febrero de 1948.
No debe sorprender que fuese precisamente en los hospitales donde Artaud dio rienda suelta y preeminencia al dibujo. Ya en otro momento he intentado explicar que las épocas largas de reclusión favorecen la actividad psicomotriz fina. Es más: existen corpus de obra dibujística que carecen de antecedentes previos y que se desarrollaron íntegramente en un hospital psiquiátrico o en un reclusorio.
El caso típico, pero de ningún modo el único, es el del mexicano Martín Ramírez. Sus reiteraciones, sus fórmulas, la depuración de oficio que llegó a alcanzar, su sentido decorativo, nada tiene que ver con los trabajos de Artaud, porque Ramírez padeció de esquizofrenia paranoica, pero no fue ni un iluminado ni un genio. Sus productos, muy construidos, constituyen baluartes contra el yo amenazado, son sobrepoblados, detallistas, delineados con rigidez. Los dibujos de los cahiers de Artaud (quien también padeció de intensa paranoia) ya sean de Rodez o de Ivry son fuertes, sueltos, con frecuencia sintéticos, ostentan planos anteroposteriores, dinamismo impresionante y efectos de claroscuro. Era un dibujante nato. En cambio, Ramírez (como el suizo Wolfi) se hizo dibujante en la reclusión.
Cuando joven, Artaud no sólo dibujaba, sino que también pintaba. Se conserva un paisaje de provenza pintado al gouache no muy diferente de los que hacían cientos de pintores de esa época, algunos de los cuales alcanzaron renombre. En 1915 se hizo un autorretrato magistral, logrado en trazos escuetos, su rostro mirando de reojo establece contacto visual con el ojo del espectador. Aparece aquí bajo la investidura del genio. Cinco años después se autorretrató como sufriente, como ser atormentado que no puede controlar su torbellino interior.
Pero el torbellino está en la expresión, no en la forma de captarla, que es clarísima. Se encontraba entonces bajo el cuidado del psiquiatra Dr. Edouard Toulouse, a quien retrató con maestría de dibujante japonés. Dicho médico estaba absolutamente consciente del potencial creativo de quien estaba bajo su cuidado, es decir, de que estaba lidiando con un ser de excepción, tanto así que lo nominó director de la revista Demain por él fundada.Agnes de la Baumelle y Nicolas Cendo aciertan cuando comparan los dibujos de Artaud con los de Giacometti o los de Henri Michaux. Sólo que Artaud posiblemente no los realizó con la intención de que sobrevivieran como obras magistrales de la gráfica, sino que le funcionaban como figuras afectivas. Regaló muchos de ellos a personas que le estaban cercanas (a Jacqueline Breton, por ejemplo). Se encuentran acuciosamente catalogados y preservados. Los especialistas por antonomasia en la obra dibujística de Antonin Artaud son Paule Thévenin y Jacques Derrida.