La Jornada 16 de abril de 1996

El retorno de Régis Debray, obstruido por agentes de Migración y campesinos priístas

Jaime Avilés, enviado, San Cristóbal de Las Casas, Chis., 15 de abril Veinticuatro horas después de haberse entrevistado con el subcomandante insurgente Marcos en un campamento guerrillero no lejos de La Realidad, el escritor francés Régis Debray fue retenido esta tarde, en el ejido Gabino Vázquez, por agentes del Instituto Nacional de Migración, quienes le brindaron la oportunidad de conocer los vestigios del sistema político mexicano. Debray venía pensando en el regalo que Marcos le dio la noche del sábado una pipa diez millones de veces más grande pero menos durable que la de Oliver Stone, cuando cinco minutos antes de ser ``invitado'' a descender de la camioneta por los hombres de pantalón verde, se topó con una curiosa manifestación de neoliberalismo que la miseria rural está poniendo de moda en Chiapas.

Mientras las noticias en el radio hablaban acerca de nuevas tensiones en los alrededores de Oventic, Debray fue obligado a interrumpir su viaje por una cuadrilla de campesinos priístas que cavaban una zanja de un paso humano de ancho y de un metro de profundidad, a las afueras de Gabino Vázquez.

Aquí van a quedar hasta la noche dijo al chofer de Debray, un hombre que se presentó como José Gildardo Tovar Trujillo.

Esto no es correcto replicó el pensador francés, con serenidad cartesiana.

Es que es un trabajo que necesita la comunidad, y como el municipio no quiere hacerlo...

Señor, tenemos mucha prisa comentó el ex camarada del Che.

Consternado por el problema de los viajeros, el rostro de José Gildardo se iluminó con una solución instantánea.

Pagan 40 pesos y le componemos con piedritas para que puedan pasar...

Oiga, esto es un robo acotó el chofer.

Es por el bien de ustedes y de nosotros se excusó el atracador, aunque bien podía haber dicho: ``Es una medida dolorosa pero necesaria''.

Una visión futurista

El neoliberalismo en los caminos de Chiapas escribirá Debray, quizá, cuando publique su diario de viaje en Le Monde dentro de unos días, obedece a estímulos tanto cívicos como religiosos. Y contará, seguramente, que al salir de Tuxtla Gutiérrez para dirigirse a Comitán por la presa de La Angostura, debió frenar su coche por lo menos cinco veces ante los cordones de peones, estudiantes y beatas que le pedían los cinco y los diez pesos, bien para cooperar con la fiesta de algún santo patrono, bien para ayudar a sufragar la reparación de los baches de algún pueblo.

Mas no había volado Régis Debray, de París a Tuxtla, para entender esta nueva clase de picaresca neoliberal, sino para acercarse físicamente al fenómeno del zapatismo y conversar con Marcos tan largo y tendido como le fuese posible. Así que en las últimas horas de la tarde y en medio de un calor que encharcaba las cejas y hacía sudar a los árboles, el ilustre visitante colgó su hamaca en la escuelita de La Realidad y preguntó por qué había tanto humo en los alrededores, sobre las faldas de las montañas del sureste.

Al oír la respuesta, sacó su libreta para escribir el nombre de la roza (que no lleva zeta por ser zapatista sino porque así es nomás). Y no comprendería las variadas interpretaciones del paisaje sino después de la caída de la noche, cuando las lenguas del fuego empezaron a brillar en la oscuridad. Entonces, ya en el Aguascalientes de La Realidad y recién surgido de los caminos de la selva, Marcos le dijo:Como no tengo nada, te regalo esta imagen. Mira: los campesinos queman la hierba para que las cenizas fecunden la tierra. Si este año pueden sembrar, en julio todo el campo tendrá un verde y aquí se detuvo el sup buscando el adjetivo jubiloso...

El humo y las llamas, sin embargo, formaban en las tinieblas una indeseable premonición: la de una escena de guerra tipo Hollywood en Vietnam, o la de un campo petrolero, estilo Pemex en Tabasco.

Los regresos

Marcos regresó a la mañana siguiente y al frente de una columna ecuestre, apostada a las afueras del pueblo, mandó al mayor Moisés, con las monturas, para recoger a Debray y a los derretidos periodistas, porque ya era de nuevo asfixiante el calor. Trepado en un tordillo pimiento, manso como los jamelgos de Chapultepec, el huésped arrancó una vara al cruzar un acahual y montó con destreza de buen jinete a través de los campos que habían ardido la víspera.

Subimos y bajamos algunas colinas, cruzamos algún arroyo empedrado y llegamos a una ladera sembrada de café, donde las matas recogían la sombra de las orquídeas que flotaban entre los brazos de los árboles.

De esta suerte, 29 años después de haber perdido todo contacto con los andrajosos combatientes del Che Guevara, Régis Debray regresó a un campamento guerrillero que, dijo, le recordaba mucho los que él mismo había contribuido a improvisar en las montañas de Bolivia.

Durante una hora, Marcos respondió a las agudas y escépticas preguntas de su invitado. Luego, ambos hablaron para la prensa y todos los visitantes regresamos a La Realidad. Los periodistas salieron huyendo del calor en busca del primer teléfono, Debray durmió una larga siesta después de comer; luego presenció un partido de futbol y se fue de casa en casa preguntando acerca de todo: por qué los pollos andaban sin plumas, por qué estaba ese perro tan flaco, por qué las cabañas se hacían de tal forma, por qué había tantos alacranes en todas partes.

De nuevo en la noche, que chisporroteaba como un falso contacto a causa de una lejana tormenta eléctrica, mientras Debray seguía preguntando a los europeos del campamento internacional por la paz acerca de cómo y sobre todo por qué habían venido desde Europa y Japón a estas tierras, en lo alto de la montaña apareció la luz de un coche. Con cierta paranoia, porque hacía dos minutos había caído un alacrán sobre la mesa, vimos el lento descenso del vehículo y las luces que agigantaban las sombras de los árboles. Luego escuchamos el gemido del cuerno y la oscuridad se pobló de linternas que se dirigían todas al mismo punto.

Y comenzó a sonar la campana y por encima del escándalo de los sapos, irrumpieron los gritos enloquecidos de los perros porque estaba llegando la ambulancia de la Cruz Roja para entregar el cadáver de un niño que, después de una semana de terapia intensiva por anemia aguda en un hospital de Comitán, estaba, él también, de regreso.

La patrulla

Esta mañana, Debray se levantó al alba, corrió durante media hora como hace todos los días en los Jardines de Luxemburgo; después se bañó en la poza, tomó café en casa de la mamá de Clinton, vio pasar los catorce vehículos de la patrulla militar y regresó a San Cristóbal.

Retenido en Gabino Vázquez, se negó a firmar el citatorio de Migración según el cual su estancia en México es ``irregular''. No obstante, por la tarde se presentó en las oficinas de la migra, aquí en San Cristóbal, donde mediante un propio, el titular de la dependencia, Marco Antonio Rodríguez Cárdenas, le pidió que lo esperara, pues quería hablar personalmente con él.

Una hora más tarde, al ver que el funcionario no aparecía, Debray anunció su intención de retirarse, pero entonces, el mismo subalterno que lo había recibido se encerró con él, lo interrogó por más de 40 minutos y por último le hizo saber que por instrucciones de ``una persona muy importante'' de la Secretaría de Gobernación iban a darle un oficio para ``invitarlo a no olvidar que la próxima vez que venga, no saque la visa FMT sino la FM3 para que no tenga ningún problema'' y etcétera, etcétera.