Un sobreviviente relata el viacrucis que culminó en Riverside
Jorge Alberto Cornejo, corresponsal, Tijuana, BC, 15 de abril Cuando Gilberto Sandoval despertó vio a sus compañeros tirados a su alrededor en el pavimento. La luz del sol aún era tenue, le dolía todo el cuerpo y sólo deseaba ser detenido por la Patrulla Fronteriza para regresar a su casa en Guadalajara, de donde había salido cerca de la medianoche del lunes primero de abril rumbo a California.
Su intención era mejorar el ingreso de 192 pesos a la semana que obtenía en su lugar de origen y, para conseguirlo, había decidido trabajar como peón en una compañía constructora estadunidense.
Ahora lo único que recordaba era al pollero gritándole a él y a los otros: ``agáchense y tiren todo, la migra nos viene alcanzando!''. Luego hubo un largo rechinido de llantas; del resto no se enteraría hasta el día siguiente.
Gilberto es uno de los sobrevivientes del accidente ocurrido el pasado sábado 6 de abril en Temecula, en el que, luego de una persecución, murieron siete mexicanos que intentaban conseguir empleo en Estados Unidos.
Adolorido todavía, el martes 9 emprendió el retorno a Guadalajara en compañía de un amigo que también intentó cruzar la frontera la noche del jueves 4 de abril, pero que por temor y cansancio desistió en el último momento.
Ambos jóvenes, de 18 y 20 años, contaban con la promesa de otro conocido que les ofreció conseguirles trabajo en Los Angeles, en la construcción.
Desde que llegaron el miércoles 3 a la Central Camionera de Tijuana se les acercó un sujeto que, a cambio de 350 dólares por cada uno, les ofreció llevarlos hasta la ciudad angelina. Gilberto no quería contratar al primer pollero que se les pusiera enfrente, pero luego comprobó que todos cobraban lo mismo, ``como si fuera una sola compañía''.
Convenida la tarifa, los subieron a un automóvil estacionado frente a la central de autobuses y los pasearon. Luego los llevaron a una casa ubicada en una colonia cercana al bordo, donde les dieron de almorzar y comer junto con otras 28 personas en su mismo caso.
La noche de ese miércoles un autobús de pasajeros llegó a recogerlos y los trasladó al vecino municipio de Tecate, por donde sería más fácil cruzar a Estados Unidos, según el guía. Ya en Tecate caminaron unos 12 kilómetros hacia un cerro, pero sin trasponer la cerca fronteriza, hasta que llegaron a una cabaña.``Escuché que el guía le dijo al coyote que no se animaba a cruzar porque éramos muchos y nos íbamos a desbalagar'', señala Gilberto. Por la mañana llegó otro guía que los llevó hasta la malla y les indicó que esperaran la oscuridad.
Desde la tarde empezaron los preparativos. Primero se quitaron zapatos y calcetines para atravesar un pequeño arroyo y ya en la noche inició el cruce. ``Caminamos como hora y media, subimos un cerro y como a la mitad mi compañero se quedó, me dio su maleta y me dijo: 'Ya no puedo'. Creí que el guía lo iba a ayudar, pero seguimos caminando''.
Más adelante otra persona que también se sintió mal fue abandonada a su suerte por el guía. Este año la Patrulla Fronteriza ha localizado los cadáveres de diez personas que murieron en esa región montañosa por inanición o frío, y a e otro que falleció al caer en una cañada.
Fue un trayecto de 12 horas subiendo y bajando cerros hasta que llegaron a un rancho en Jamul, California, en donde pasaron el día sin comer 28 de los 30 pasajeros que iniciaron el viaje. Un nuevo guía llegó después con una camioneta tipo pick up color gris de modelo reciente, todos subieron en la parte trasera, mientras que el pollero y el guía se acomodaron en la cabina del vehículo.
``Como pudimos nos subimos 21 personas. Seis compañeros y un guía se quedaron abajo porque ya no cupieron y tenían que esperar hasta otro día.``De allí los llevaron a San Diego, 30 kilómetros al oeste, donde en otra casa les pidieron sus nombres y las direcciones a las que tendrían que conducirlos.
``Allí nos aumentaron la tarifa, nos dijeron que ahora iban a ser 400 dólares, nos molestamos, pero qué podíamos hacer, ya estábamos allí y queríamos llegar''. Desde la casa llamaron por teléfono a familiares y contactos para fijar los sitios y horarios en que se entregaría a cada migrante.
Casi a las cuatro de la mañana se escuchó un grito: ``Es hora, vámonos''. Se subieron otra vez a la pick up y después de una hora de viaje el pollero les gritó: ``Avienten las maletas para afuera que nos sigue la migra!``Gilberto evoca la angustia que sintió cuando el vehículo tomaba las curvas a gran velocidad, al tiempo que los demás ocupantes caían sobre él. ``No lo voy a olvidar nunca'', asegura.
Luego de recibir los primeros auxilios y responder a tres interrogatorios, las autoridades migratorias estadunidenses lo deportaron por Tijuana dos días después y pudo comunicarse con su familia en Jalisco. Pero siete de los trabajadores que junto con él y los otros buscaban mejores condiciones de vida en Estados Unidos se sumaron a la lista de muertos.