Después del derrumbe de la primera república, Italia no ha podido dotarse aún de un nuevo, y sólido, esquema político capaz de guiar el país. Las elecciones del próximo domingo podrían ser el acto inicial de la construcción de la segunda república. El descrédito que las investigaciones judiciales sobre la corrupción institucional han arrojado sobre la vieja élite política ha hecho desaparecer del escenario muchos notables de la política y enteros partidos. Y el país se encuentra ahora con la tarea de definir los perfiles de su futuro. El domingo se sabrá cuál es el espíritu con el cual los italianos enfrentan una fase crítica de su historia.
Dos grandes coaliciones compiten entre sí para asumir la dirección de la segunda república. De una parte el centro-izquierda (bajo el nombre ecológico y tranquilizante de Olivo) donde se agrupan, además del ex Partido Comunista, los residuos más o menos progresistas de la desaparecida Democracia Cristiana. De la otra, el centro-derecha (Polo de la Libertad, un nombre con ecos de guerra fría), donde confluyen los ex fascistas, los residuos conservadores de la antigua Democracia Cristiana y la nueva derecha tecnocrática y clasemediera de esa especie de Kane en versión itálica que es el magnate televisivo Berlusconi.
Qué es lo que está en juego en estas elecciones? Hay obviamente importantes diferencias programáticas sobre temas económicos como el fisco, el empleo, la política de desarrollo del sur, etcétera. Sin embargo, las mayores distancias entre las dos coaliciones están en otro lado. En el problema del presidencialismo y en dos excluyentes concepciones de la política. El centro-derecha empuja hacia la costrucción de un régimen presidencial que debería dar mayor estabilidad a los gobiernos del país. No parecería haber aquí sobradas preocupaciones acerca de los riesgos carismático-plebiscitarios que podrían vaciar el papel democrático del parlamento. El centro-izquierda propone por su parte un régimen semipresidencial con reforzamiento del papel del parlamento. A la diferencia de ingeniería institucional subyace una distinta concepción de la política.
La modernización conservadora que promueve del Polo supone una estabilidad construida sobre un Ejecutivo fuerte periódicamente renovado a través de las elecciones. En realidad lo que el Polo propone es una expropiación de la participación política de la ciudadanía. Las grandes decisiones en la conducción del país se concentrarían en los vértices del estado bajo el control de una tecnocracia estrechamente vinculada con los principales centros del poder económico. A los ciudadanos sólo les quedaría el derecho de manifestar sus preferencias electorales cada cinco años. Sin embargo, durante el periodo de cada gobierno el poder de fiscalización ciudadano resultaría virtualmente nulo.
Del lado del Olivo, si bien con algunas indecisiones, la visión de la política tiene en su núcleo central la idea de la concertación y la construcción de equilibrios políticos entre distintas fuerzas sociales desde el nivel provincial, pasando por las regiones hasta llegar a las estructuras centrales del Estado. Qué significa concertación? Significa la posibilidad que las mayores decisiones que afectan la vida de la nación se construyan al interior de acuerdos negociados entre empresarios, sindicatos, desempleados, grupos ecologistas, autoridades políticas, etcétera. Para el Olivo se trata de pensar en formas democráticas de construcción del consenso; formas originales que permitan evitar que el país caiga bajo el control de una tecnocracia virtualmente independiente de las voluntades y necesidades de amplios sectores de población.
Dos ideas de modernización, de democracia y de eficiencia se están enfrentando en el escenario de las elecciones del próximo domingo. El problema es saber qué significa ``eficiencia''. Es ésta el subproducto de las decisiones correctas (cualquier cosa quiera esto decir) de los vértices del Estado o es el resultado de la construcción de amplios tejidos de conexión y compromiso entre grupos sociales? Es aceptable alcanzar elevados niveles de eficiencia competitiva sobre altos grados de segmentación social y sobre una virtual expropiación de la capacidad decisional de diferentes sectores de la población? Puede la democracia reducirse a los procesos electorales o debe ampliarse a la experimentación de nuevas fórmulas (sobre todo locales) de confrontación y de consenso entre grupos sociales portadores de diferentes exigencias? Italia es una sociedad compleja. Esta complejidad puede ser simplificada con estructuras institucionales de tal fuerza que puedan operar independientemente de las distintas presiones de grupos sociales, regiones y organizaciones ciudadanas. Sin embargo el riesgo para la salud democrática del país sería probablemente muy elevado. Del otro lado, queda la posibilidad de reconocer esta complejidad y encontrar fórmulas de consenso que puedan hacer compatibles las exigencias de democracia y de estabilidad. El camino de la modernización conservadora de Berlusconi es demasiado fácil. En lugar que desatar los nudos propone que sean cortados con la cimitara afilada de una tecnocracia todopoderosa. Y con eso se manifiesta el desinterés de los conservadores hacia uno de los problemas fundamentales de la realidad italiana: la escasa legitimación social de las instituciones. Legitimar a las instituciones supone hoy enriquecer la participación democrática de los diversos segmentos sociales y culturales de la ciudadanía. No al revés.