Por otros rumbos de la figuración transitan Alberto Castro Leñero, creador de poderosas obras a partir de formas dibujísticas básicas; Carla Rippey, que remite sensualmente a sentimientos y formas del art nouveaut; José Castro Leñero, que se sirve con desenfado de imágenes provenientes de la fotografía creando un mundo inquietante y sensual.
Otros manejan la figura de una manera adrede no rigurosa, como un elemento que les da pie a una expresión más libre. Es el caso de Miguel Castro Leñero, o bien, de Renato González en la pintura; y el de Manuel Marín, principalmente en la escultura. En Gabriel Macotela (que fue miembro del Grupo Pentágono) la figuración lleva a veces a límites extremos; podemos hablar de una abstracción-figuración; la ciudad, su orden caótico por definición, o bien el comentario de obras del pasado es el sustento de este artista que maneja con desparpajo todos los medios imaginables: la pintura, la escultura en fierro, la escultura en cerámica, los relieves, sus fabulosas maquetas de espacios y edificios imaginados, tanto como la creación de libros objeto, la obra efímera, la gran instalación espectáculo Babel en el cine Iris.
La figuración que glosa la obra de artistas del pasado ha tenido una presencia no soslayable en el país, cuyo antecedente para la generación joven está en Alberto Gironella o más recientemente en Arnaldo Coen. Las recreaciones de Oscar Ratto (Caravaggio) o de José Castro (Géricault) están en esa tendencia, así como las nuevas, vanitas, inspiradas en las del barroco del siglo XVII, de Luis Argudín.
El culto a la pintura abstracta se revirtió, en México, en los ochentas. Parece indudable que predomina una vuelta a la figuración, así sea, como he dicho, una ``figuración herida''. Pero en el caso mexicano la abstracción geométrica mantiene una indudable vigencia, especialmente en la escultura, con gente que cae fuera de mi campo textual, como Manuel Felguérez, Sebastián o Fernando González Gortázar, que trasciende a los nuevos, como Ernesto Alvarez y otros no pocos. La presencia de una geometría blanda (geometría sensible, la llamó el brasileño Roberto Pontual) es un hecho significativo, con pintores como Francisco Castro Leñero, creador de estructuras decantadas o, en la escultura, Jorge Yaspik, que trabaja grandes piedras contrastando las formas naturales con su intervención geometrizante; o Lucila Rousset, que maneja los metales con un sentido primigeniamente artesanal y pausadamente filosófico.
Otros artistas están y permanecen legítimamente en el campo de la abstracción libre o lírica, en diversa medida. Pienso en la sensibilidad exquisita de Irma Palacios, o en la cuidadosamente ordenada y de exaltado color de Miguel Angel Alamilla, en la de recuerdos añejos como es la del oaxaqueño-poblano Villalobos, la refinada delicadeza de Jesús Urbieta o en la euforia formal de Jordi Boldó.
La presencia de artistas mujeres es significativa entre la generación que se hace notar a partir de los ochentas. Ya se ha visto en los párrafos anteriores. No es sólo el hecho de que haya abundantes mujeres pintoras o escultoras o ceramistas, sino que a menudo éstas aluden de una u otra manera a su género como una asunción personal en su trabajo. Puede haberlas feministas combatientes, como Mónica Mayer, que utiliza variados medios, casi ninguno ortodoxo; la instalacionista Maris Bustamante... y otras no tan combativas pero conscientes de su condición mujeril y de lo que esto implica en la sociedad actual. En ese campo están Rowena Morales o Lucila Rousset.
La sola cita de algunos de los rumbos por donde transita el arte mexicano de quienes no tienen sino acaso quince años de ejercicio da idea de la amplitud de este panorama. Va de la abstracción lírica o geométrica, la figuración que glosa formas y obras del pasado, la figuración libre, ``instrumental'', la presencia de una intención de recurrir a ciertas fuentes de la cultura mexicana; el manejo de técnicas tan diversas que se sirven tanto de los instrumentos modernos de la imagen como, en el otro extremo, incorporan modos artesanales, o bien usan los pinceles o los soprtes tradicionales. Además de ensamblajes, instalaciones, performances, acciones callejeras... Todo está permitido.
Esa variedad puede y debe entenderse como parte de lo que ha venido siendo, en el mundo entero, la posmodernidad. Entiendo por ella, aquí, el fin de las vanguardias (de las que México se mantuvo siempre a una cierta distancia), sobre todo el abandono de una idea lineal del proceso del arte, que dejaba fuera todo lo que no encajaba dentro de la sucesión sancionada canónicamente de movimientos o ``ismos''. Ahora, y para bien, los artistas se pueden mover en cualquier dirección.
Las posmodernidad en términos artísticos tiene en México en estos quince años, peculiaridades que la enriquecen. Por un lado está la abundante tradición del arte mexicano, por otra la pluralidad cultural del país; está la ambivalencia que nos es constitutiva: en partes se toca con el Primer Mundo, en otras está a mucha distancia. Y además está el hecho de que la herencia de la cultura europea también es nuestra herencia legítima. Todo ello abre para cada artista un inmenso abanico de posibilidades, que muchos de ellos han sabido y podido aprovechar.
Hablo de ``artistas en tránsito'' porque entiendo que se han movido de la desconfianza y crítica al objeto artístico que prevaleció en los setentas, hacia la restauración de ese objeto, su recuperación. Pero, entiendo que se trata ahora de un objeto herido, que muestra las marcas de lo que sucedió. Los artistas transitan por los mil caminos que el mundo posmoderno les pone a disposición esto es, el mundo que ellos han ganado hacia una nueva instauración del objeto de arte. Todavía no distinguimos bien cuál es éste y cómo será. Sabemos, sin embargo, que no será más como antes. Que responderá a la situación de este mundo convulso, insatisfactorio, trágico, del paso del milenio. Pero rico y tensamente esperanzado.