Carlos Monsiváis
Crónicas de Tepoztlán/II
Pero el cadáver, ay...

Sábado 13 de abril en el zócalo de Tepoztlán, desbordante de artesanías y cansancios. Un grupo se congrega ante la pantalla de televisión, para una más de las transmisiones del video de la represión que culminó con el asesinato de Marcos Olmedo en el paraje El Salitre. Cunde el terco aliado de la militancia y de la desesperanza, la conversación circular:

1Ocho meses de lucha del Comité de Unidad Tepozteca cansan menos que una sola de las discusiones sobre si participa o no en el proceso electoral. Cuando Dios quiere castigar a sus hijos les manda una asamblea con ultras.

A los niños que les tocó la represión se les da asistencia psicológica. Quedaron muy dañados.

Es hora del diálogo. Con la cancelación de lo del club de golf es el momento de la distensión. Los presos políticos deben salir y tienen que suspenderse las órdenes de aprehensión contra Lázaro Rodríguez, el presidente municipal del CUT.

Cómo es que Carrillo Olea no se enteró de los retenes de San Rafael? Pues entonces nomás gobierna en el presidium.

El gobernador no quiere al CUT. En una reunión que tuvimos le preguntó a Lázaro: ''Usted quién es?'' Este le respondió: ``Soy el presidente municipal''. ``A usted no lo conozco''. Y Lázaro le aclara: ``Pero el pueblo a mí sí, y eso es lo que más importa''.

Mueran los traidores!Se inicia la salida a Santo Domingo Ocotitlán, el pueblo de Marcos Olmedo. Se programó el entierro a las cuatro de la tarde.

Marcos era un hombre ejemplar, y no lo digo por la costumbre de adular a los muertos. Era muy equilibrado y en verdad incansable. Trabajaba en un nixtamal de Tepoztlán. Llegaba a diario a las cinco y media de la mañana, y a las doce se iba a su pueblo. Siempre sonriente, ni sombra de amargura en la mirada, lo que luego a muchos se nos cuela.

Es notable el paisaje de Santo Domingo Ocotitlán, pero las evidencias de la miseria sabotean cualquier disfrute estético. Niños desnutridos, viviendas que apenas lo son, polvo y esa prueba ardiente del abandono. La inexistencia de publicidad comercial. En un solar, la casucha de Marcos, una pieza con dos camas y las pertenencias que sólo la costumbre atesora. A un lado, la casita un poco más amplia de su hijo convertida en velatorio provisional. Aquí todo se mide por los criterios de la acumulación de lo escaso. En el centro de un cuarto, el féretro, adornado con la bandera nacional, y a su alrededor las atenciones postreras al desaparecido; una foto suya con su mujer, comida, copal, el sinfín de veladoras, una camisa, un sombrero ya francamente histórico, un morral, banderolas del PRD y una sombrilla con las mismas siglas. Y flores: gladiolas, nardos, bugambilias, claveles, agapanes, crisantemos, aves del paraíso. El escenario no requiere contrastes (evocar las mansiones de Cuernavaca, por ejemplo). Es en sí mismo su propio referente, la pobreza que sólo se opone a sí misma, que sólo por sí misma se define.

Otro más del PRD.

Marcos le entró con ganas en 88 al Frente Democrático Nacional y luego al PRD. Era muy cardenista. En las discusiones y en las movilizaciones era optimista, si eso tiene algún sentido. Lo que más le importaba, bueno, como a todos, pero a él particularmente, era lo del agua. Quería que su pueblo tuviera agua, aquí la traen con pipas cuando bien les va. Es el drama de Morelos.

La viuda es atenta, pero apenas nos mira. Frágil, avejentada, es un muestrario de saldos que envejecen: el delantal, el suéter, los zapatos, el aspecto campesino. Todo aquí me resulta melancólico, o quizás por mi desconocimiento le atribuyo melancolía a lo regido por otros tiempos emocionales. Para ubicarme, recurro a Rulfo y veo llenarse el llano mítico de radios de transistores. También, localizo las imágenes de Gabriel Figueroa. Esto podría ser una reedición de Río Escondido, y la gran secuencia de la peregrinación de los sedientos, pero en este Río Escondido el abandono, más que Dios, proviene de la tecnología. Sigo filtrando anotaciones mentales en los intersticios de mi fascinación por la banda del pueblo, circundada por perros famélicos, a los que rodea un círculo de dolientes, al que contempla un horizonte de activistas y periodistas. La banda, como tributo a la Laguna Estigia, toca el vals Julia, y boleros, canciones rancheras, marchas de contemporáneos de John Philip Sousa. Y la interpretación musical fallida, noble, voluntaria e involuntariamente triste es el complemento perfecto del duelo. A Marcos Olmedo lo ponen de relieve sus circunstancias.

Para el gobernador, este es el ``muertito'' buscado por los del CUT ansiosos de rentabilizar el martirologio. Para la opinión pública, es un hecho lamentable. Para el racismo que se duele del fracaso del proyecto que salvaría a Morelos (o a la nación entera), es la desaparición innecesaria de un mínimo obstáculo al Progreso. Pero a lo largo de las ceremonias funerarias, el asesinado por los ritos del poder se vuelve el esposo, el padre, el amigo, el vecino, en medio del azoro de asistir a un acto tan poderoso en su indefensión, entre comentarios políticos y reminiscencias. La viuda sufre un desvanecimiento y es preciso conducirla a Tepoztlán.

La covacha de Marcos está muy cerca del cementerio, pero la tradición exige un viaje largo viaje por el pueblo, para que el difunto se despida, y los de Ocotitlán lo añadan a sus plegarias. El cortejo avanza del modo compacto de las marchas, pero sin la distracción de gritos e intentos de sacudir conciencias. Lo admito: no percibo aquí la ira, ni, salvo en el caso de los familiares cercanos, la índole del sentimiento; asimilo únicamente la gravedad del acto, político en su origen pero progresivamente sereno, con la serenidad de quienes han pactado históricamente con el Destino, o alguna fórmula que explique lo que desde fuera nada más se vislumbra.

Perdón, o Dios míoperdón y clemencia...

El sonido del cántico es tan desgarrador como la letra. La iglesita se llena de fieles, centrados por los sollozos de las hijas de Marcos. Todo es anticlimático, porque no hay aquí fuerzas sociales sino personas que despiden a una víctima. Tampoco, por fortuna, se oyen los gritos alguna vez típicos (``Marcos, camarada, tu muerte será vengada''). No está el párroco, tuvo otro compromiso, y se lee en cambio un mensaje de veinte sacerdotes que le piden a ``Nuestro Dios, señor de la Historia'', y se solidarizan con el pueblo tepozteco que ``ha recibido una más de tantas agresiones injustas por parte de quienes se dicen defensores de la tranquilidad y la paz del estado''. Habla un militante, que solicita una guardia de honor de los fundadores del PRD en Ocotitlán. Y añade: ``Venimos a despedirlo. Cariñosamente le decíamos el Comandante Marcos. Nos dejaste el honor de ser tus compañeros y amigos''. Luego, la única consigna del entierro: ``Zapata vive, vive! La lucha sigue, sigue!'' (Por lo visto la frase está de moda porque el 10 de abril la repitió parcialmente el presidente Zedillo: ``Zapata vive!'') La banda interpreta El Rey. ``Yo sé bien que estoy afuera...``Un entierro de pueblo, estrictamente. Y el inevitable César Vallejo: ``Pero el cadáver, ay, siguió muriendo''.