Los acuerdos entre el PRI, PRD y PT ya no se mencionan como encaminados a la reforma del Estado; los dirigentes de esos partidos se han conformado con hacer propuestas para una simple reforma eletoral, que muy bien pudiera quedar en ``reformita'' o ``reformeta'', para usar la ironía inventada por José Agustín Ortiz Pincheti.
Lo cierto es que la realidad está corriendo más rápido que los arreglos y acuerdos. La exigencia de cambios de fondo ya no se satisface con arreglos y remiendos a la intrincada legislación electoral, que debió quedar lista desde 1991. Pero no sucedió así y entonces el PRI y especialmente el PAN, que tenía la fuerza y la autoridad moral para hacerlo, no se decidieron a dar un paso decisivo hacia la democracia y abrieron las puertas al laberinto en que ahora nos encontramos.
Cuando se debió cambiar a fondo la legislación electoral, con toda la fuerza de la oposición unida, con el reconocimiento electoral a Carlos Salinas en tela de juicio, se dejó pasar la oportunidad; se le apuntaló, y ya fuerte, el ahora en desgracia, hizo de las suyas y dejó a este país como a Doña Ana de Pantoja, según dicho de Don Luis Mejía, ``imposible para vos y para mí''.
Como sucedieron las cosas en el sexenio de Salinas, ya no es suficiente un retoque a las normas electorales; la política neoliberal, el TLC, el desmantelamiento de la estructura productiva, la corrupción, el despilfarro en gastos improductivos, muchos de ellos vía los mismos partidos de oposición, dejaron a México algo más que postrado.
Requiere ahora cirugía mayor, el problema político, que hay que afrontar y resolver, no se reduce ya a modificaciones en la integración del IFE o a cambiar el absurdo sistema para designar al gobernador del Distrito Federal, tan aplaudido por todos los partidos cuando se aprobó; es el momento, por la exigencia social y por la gravedad de las circunstancias, de entrar a un cambio de fondo.
Pudiera ser necesaria, como planteó Cuauhtémoc Cárdenas durante su campaña, una nueva Constitución; lo mismo dijeron diversos ponentes en la mesa del diálogo en San Andrés y en San Cristóbal; debiera ser desde luego incluyente de variación en la línea económica y buscando medidas drásticas. Propuse en su momento el cambio de república representativa a república participativa; habrá que considerar otros cortes a fondo, por ejemplo, la remisión de la deuda a los bancos, al menos por lo que toca a los intereses moratorios, habrá que rehacer la estratificación social, rescatar al campo, redefinir las relaciones exteriores. Como se ve, la reforma que viene no puede quedarse en el regateo electoral, de ella debemos esperar mucho, porque mucho es lo que exige la parte más herida y marginada de la sociedad.