La Jornada 17 de abril de 1996

``La patrulla de la migra nos seguía; gritamos, pero el chofer no paró y volcamos''

Teresa Gurza, corresponsal /I Cherán, Mich., 16 de abril Pedro Fabián Huaroco, sobreviviente de la volcadura de una camioneta perseguida por la migra en una carretera rural del condado de Riverside, California, habla de las versiones sobre presuntos disparos a las llantas del vehículo y sostiene: ``Yo digo que no oí''.

Pedro es uno de los cuatro michoacanos nativos de Cherán, que viajaban con un pollero y otros 20 o 22 compatriotas más, en la redila de una pick up, cuando fueron descubiertos por los agentes de Migración. Sus tres cooterráneos, los hermanos Benjamín, Jaime y Salvador Chávez Muñoz, murieron. Fallecieron también otros cuatro mexicanos.

``La troca iba atestada y nosotros como prensados. El coyote> nos cobró 350 dólares por llevarnos a Los Angeles; de ahí serían 50 más a los que queríamos llegar hasta Watson Ville, que es donde trabajábamos en la pizca de cebolla y hoja de tabaco. En este viaje íbamos a recoger fresa''.

Entrevistado por este diario en el interior de su casa, una vivienda pobrísima con escalones hechos de tierra y ubicada en las afueras de Cherán -centro cultural purépecha-, Pedro Fabián, de 22 años de edad, relata la pesadilla por la que pasan los mexicanos que, buscando una vida mejor para los suyos, cruzan a Estados Unidos sin papeles. Escuchan la plática sus hijos Mauricio, de 4 años, y Almita, de 2.

Cuenta que hace diez días salió de Cherán, con los hermanos Chávez, de los que era amigo y vecino desde la infancia; narra que luego de contactar en Tijuana con el pollero, esperaron hasta que el hombre los subió a la camioneta, y que no vieron quién la manejaba, porque el vidrio de división entre la cabina y la redila estaba pintado de negro.

``Ibamos prensados. Todos sentados en el suelo, unos contra las rodillas de los otros o con compañeros encima. Viajábamos muy recio por una carretera rural angosta de Temecula. Una patrulla de la migra nos seguía. Teníamos miedo, pegábamos en el vidrio y gritábamos al chofer para que parara; otros le hacían señas a la migra para que parara antes, porque los coyotes no se detienen si la migración no lo hace primero. De ese modo, el chofer y el coyote agarran ventaja y escapan corriendo, mientras los agentes nos detienen a nosotros. Pero naiden paró''.

Poco antes del accidente vieron otra patrulla delante de la camioneta; se dieron cuenta que la escapatoria era imposible y les dio más miedo; gritaban y pegaban con más fuerza para que el chofer detuviera el vehículo. No lo hizo.

De repente, dice, ``sentí que la camioneta como que se levantaba a la derecha y luego no sentí nada, hasta que me di cuenta de que estaba en una como jollita (barranquita) y me dolía todo. Como pude salí arrastrándome. La migra me gritó: `no te muevas que te vas a lastimar'. Me senté en la carretera y cuando me volvió el recuerdo pensé en mis amigos y los fui a buscar, arrastrando este pie que se me fregó. Encontré a dos abajo del cofre de la troca''.

Los reconoció por sus pantalones, ``mas no se les veía. Los jalé de los pies, pero no pude sacarlos''.

Fabián entrecierra los ojos y continúa: ``La migra llamó ambulancias, pero tardaron mucho, como media hora. Cuando llegaron a los vivos nos dieron unos papelitos de colores, según nuestra emergencia. Me subieron en una camilla y me colocaron un cuellero para que no moviera la cabeza. En la camilla vi que pasaba el coyote con el lado derecho de la cara golpeado. No sé si era él el que manejaba o no. Vi también que una grúa levantó la troca y que sacaron a mis amigos, y que un migra les tomó el pulso, movió la cabeza y dijo shet. Estas cosas fueron lo último que miré ahí''.

La migra los llevó al Hospital General de Riverside, en donde les hicieron ``más chequeos''. A Pedro, le dieron algunas puntadas en una herida en la frente, cuya costra aún tiene; le curaron otras lesiones en la espalda y le pusieron una inyección ``creo que contra el tuétano'' (tétanos).

``Como a las dos horas, me fue a sacar la migra y me llevó a unas oficinas en donde estaban ya los demás y el consulado mexicano''.

Pedro dice que ``el consulado'' les preguntó muchos datos, les pidió no declarar nada a nadie y les ofreció encargarse de todo, ``pero esos consulados nunca volvieron''.

Agrega, dolido, que les pidió una playera y un pantalón, porque la chamarra que le regalaron en el hospital era de plástico ``y como la traía a raíz, me estaba cociendo las heridas de la espalda que tenían ya pus por el calor''.

Los indocumentados pasaron mucho tiempo esperando inútilmente el regreso ``de los consulados''. Por la noche, después de varias horas de hambre, pidieron comida a la migra. Los agentes les compraron hamburguesas.

Luego los trasladaron a un pueblo cerca de San Ysidro y en el camino dejaron a algunos de ellos en La Línea, frontera entre San Ysidro y Tijuana. Ocho de ellos permanecieron en Estados Unidos, Pedro entre ellos. Pidieron de desayunar y les llevaron... hamburguesas.

No sabe cuántas horas más tarde ``llegaron otros consulados que nos preguntaron las mismas cosas. Creímos que ahora sí nos iban a ayudar pero sólo nos dieron 5 dólares a cada uno, para que pagáramos dos taxis a Tijuana. Cruzamos en los taxis; cuatro compañeros se quedaron en La Línea para cruzar de nuevo, porque necesitan trabajo; cuatro nos fuimos a la Casa del Migrante en Tijuana. Un sacerdote muy buena gente nos dio la bienvenida; me curó el pie, me dio ropa, nos dio de comer y nos ofreció alojamiento hasta tener trabajo seguro. Yo dormí ahí sólo una noche porque quería volver a Cherán a ver a mi familia y tomé el autobús para acá. Nadie del gobierno me ha ayudado. Sólo el presidente municipal de Cherán me apoyó con un médico, que me curó el pie de nuevo y con estas medicinas''.

A la pregunta acerca de sus declaraciones sobre posibles disparos a las llantas del vehículo, Pedro responde:

``En el Consulado no me preguntaron nada de disparos. Los periodistas que han venido insisten en preguntar si oí disparos. Yo digo que no oí, pero ellos insisten y me cuentan que en la televisión dicen que una señora oyó los disparos; entonces yo repito: no oí disparos y no sé si los hubo o no, porque antes del accidente había mucho grito y ruidos por los golpes al vidrio y no me di cuenta de lo que sucedió''.

Más tranquilo, Pedro habla de los empleos que los mexicanos obtienen en California: ``Son trabajos que los gabachos no quieren por duros. Por ejemplo, en la pizca de la hoja del tabaco la goma de las hojas marea muchísimo y tiene uno que cortarlas casi encerrado, porque las plantas se juntan por encima y queda todo cubierto y eso es bien asfixiante. Es un trabajo recio y no nada más de platicarlo''.

Por llenar entre 12 un camión, reciben 24 dólares cada uno. Pueden llenar dos al día. Por la tarde, luego de bañarse, siguen ``en la chinga'' sacando y metiendo las hojas a los hornos de secado para poder ganar 10 dólares más. De este dinero, la mitad se les va en comida y pago de renta. El resto lo mandan al pueblo para que sus familias puedan irla pasando.

Pedro no piensa volver a Estados Unidos, pero tiene miedo de no poder mantener a los suyos porque en Cherán -población de unas 30 mil personas- no hay trabajo. Su familia siempre ha sido pobre y sin tierras, y cuando mucho podrá emplearse de peón de albañil ganando, si bien le va, 20 pesos al día, ``aunque ahora ni de eso podría, porque el pie me quedó fallo. Si le digo que estoy bien, pero bien jodido''.