El grupo de directores que se denomina a sí mismo Marca Acme pertenece a esa generación ya entrada en la primera veintena de su vida a la que, según confesión propia, ``este fin de siglo... ha dejado, por decirlo así en el vacío''. No todos los jóvenes, y yo me alegro de ello, carecen de incentivos ideológicos y causas por las cuales luchar, pero es bien cierto sobre todo en los estratos con educación formal que una gran cantidad de ellos poseen una sensación de pérdida de identidad al carecer de más modelos que los que ofrecen los medios masivos de comunicación. Permanecia voluntaria de la también muy joven dramaturga Elena Guiochíns (de quien sólo se conocía su excelente texto Mutis) ilustra ese estado de confusión y probablemente por ello fue elegida para este experimento en que cinco directores escenifican, uno cada uno, de los ``bloques'' en que la tragicomedia se divide.
La dramaturga contamina las identidades de sus personajes, los espacios de su acción y los tiempos en que se da. La contaminación temporal es la que dificulta en mayor medida su apreciación, dado que la acción se ubica en una sola semana, la última de 1999, del siglo y del milenio, y en la que un bebé apenas recién concebido nace, pero las transformaciones sucesivas de todos los personajes, en otros, hace que se piense en una trasmutación de hija muerta a hijo nacido. Como éste, el caos impuesto por la autora a las identidades de sus personajes tiene un sentido que se va percibiendo conforme avanza la obra y que, desde luego, va más allá de que un actor y dos actrices doblen papeles.
Al principio cuesta trabajo hacer el deslinde. La relación madre-hija de Alma y Norma se desliza sin transición a las relaciones de amantes de la Mujer Indescifrable que a su vez es psicoanalistay la Niña precoz, que puede o no ser Norma y que se presenta como la hija de Sebastián que es también el Hombre Hermético psicoanalizado como de Pablo Mármol, con lo que en ese momento ambos pueden ser el mismo. Las personalidades de unos y otros se trasmutan, como los roles impuestos y las opciones amorosas, excepto la de Tino Latino, el conductor de un programa de televisión, la única inmutable, la única realidad a que asirse en un mundo confuso en el que los espejos siempre reflejan a otro, o en el que somos el reflejo de algo visto en una pequeña pantalla.
Las pocas certezas en esta vida están dadas por los personajes televisivos o por la hora exacta que ofrece la radial XEQK. La pregunta clásica del paciente a su analista de si ya se le terminó el tiempo, tal y como es aquí jugada, aparece con el ominoso sentido de la fugacidad de la vida y también del final de una época que se va.
En esa realidad sombría existe una tal permisividad que podría confundirse con libertad gozosa a no ser por la perplejidad en que se mueven los personajes. La ausencia de escala valorativa se traduce, y esto es un acierto indudable que confirma el raro talento de Elena Guiochíns, en ausencia de escala dramática: la misma densidad, el mismo peso específico tienen en la construcción de la obra los más deleznables programas de la televisión de Miami que la muerte de una niña o el contagio del SIDA. Todas las fronteras se diluyen y nada es definitivo para nadie.
Tan pesimista visión de la vida, que se querría no fuera la de gente joven y talentosa, se envuelve entre gracejadas, a veces francamente hilarantes, entreveradas por dolorosos momentos en lo que es una auténtica tragicomedia. Por desgracia, los cinco directores hicieron mayor hincapié en lo chispeante de la crítica de costumbres que en otros momentos que podrían contrapuntearla. Y en contra de lo que se ofrece en este experimento, no se percibe una sola historia y cinco maneras de vivirla, es decir, de traducirla escénicamente. Una gran homogeneidad permea todo el montaje y esto, que podría ser una virtud, me parece un desacierto. A la indudable audacia del texto no corresponden audacias semejantes por parte de los directores, cuyo desempeño es en general solvente, pero que no ofrece los grandes contrastes que se esperarían de miradas creadoras hacia un mismo texto. El experimento, así carece de auténticos soportes.
Si acaso, un director traslada a Tino Latino de la pantalla al espacio real y lo convierte en una especie de hombre negro del teatro oriental. En alguna directora, como Teresita Bueno, es advertible una cierta sofisticación en algún movimiento de los actores. Otra directora me refiero a Ludi Rene precipita en exceso el temblor y la muerte de la niña con lo que impide un mayor matiz en la actuación de Surya Macgregor en ese momento y en cambio soluciona de manera impecable la transición de la muerte al nacimiento. La dirección de actores también es homogénea y todos resuelven muy bien sus partes, las transiciones de personalidad, los ritmos requeridos, aunque se haga la salvedad ya apuntada de que los tonos en general no se sostienen en contrapunto.