Para el gobernador de Morelos, Jorge Carrillo Olea, el gran problema del país es que está sublegislado en asuntos de represión institucional; es decir, que la Constitución y las leyes dejan amplios vacíos o bien, de una manera idealista y acaso demagógica, prohiben cosas que no debieran prohibir. Dice que tenemos puras leyes contra la policía y el ejército.
No le falta razón en ciertos puntos. Nuestra legislación casi siempre ha pecado de hipocresía. Por un lado, se promulgan códigos filantrópicos y admirables nuestras Leyes de Bronce, que cumplen todos los requerimientos internacionales, y hasta aspiran a ser consideradas como algunos de los más avanzados y generosos del mundo. Por el otro, se ignoran en la práctica, en la que siempre ha dominado otra ley: la discrecionalidad, cuando no la franca corrupción y la arbitrariedad, de los poderosos.
Durante décadas, nuestras legislaciones avanzadas y justas, hasta generosas, han convivido con prácticas bestiales. Por qué escandalizarse hasta ahora? Bueno: el escándalo siempre ha existido, lo novedoso es que se documente y difunda ampliamente por los medios masivos de comunicación; y abiertamente se discuta estalle en los propios ámbitos del Estado (congreso, comisiones de derechos humanos, alcaldías, tratos de los partidos en Gobernación).
La incomodidad de nuestros gobernantes a la antigua no se da contra la brutalidad de la represión, sino contra la denuncia y exhibición públicas y su uso político dentro y fuera del país. Lo novedoso es que haya partidos de oposición fuertes y medios de comunicación con menor subordinación al gobierno de la que solían.
Y especialmente que haya un partido activista, el PRD, al que se ha arrinconado en una política de presión (enfrentamientos, ``chantajes'', martirologio), al negarle una vez tras otra los espacios políticos a los que tiene derecho por su verdadera fuerza electoral. Hay quejas contra la ``acción directa'' del PRD; pero no se le ha negado, una vez tras otra, y con hartos muertos, la acción política?Y hay un agravante: la globalización a que nos condujo, para bien y para mal, el neoliberalismo. Conocemos de sobra sus males. Hablemos de ciertos bienes. Cuando nuestros gobiernos se decidieron a romper el tradicional sistema mexicano corporativista y caciquil para integrarse al Primer Mundo, adquirieron la obligación internacional de abrirse a las prácticas legales y de comunicación de las modernas democracias occidentales. Ahora se quejan de estar demasiado abiertos al mundo; a sus ongs, sus congresos, su Internet, sus periódicos y medios electrónicos de comunicación.
En su experimento primermundista tuvieron que aflojar el control de los medios de comunicación nacionales. Tuvieron que aceptar a la oposición en ciertos espacios del gobierno. Tuvieron que someterse a la visión extranjera de los hechos locales. Tuvieron que admitir la voz de los particulares.
La antigua secrecía de la práctica de gobierno, que tan bien le iba a la discrecionalidad de los dinosaurios, cayó en pedazos por culpa de la misma modernidad, de la globalización en que el gobierno se introdujo. El propio PRI se echó la soga de la globalización al cuello.
Algunas de las medidas que propone el gobernador de Morelos, y que chocan con la letra de nuestras leyes, pero no con la tradición de cómo se ha ejercido la violencia policiaca y judicial en México, no son ajenas a ciertos países primermundistas a los que se nos quiere asemejar a marchas forzadas. El gobernador hace el chiste de que las leyes de porcelana le quedan muy bien a Suecia; pero no a México, donde uno supone cabría mejor la célebre mano franca de la policía norteamericana, especialmente la sureña. (O la no tan lejana de las dictaduras del Cono Sur y Centroamérica, y la paradigmática de la España de Franco.)No se puede gobernar con leyes tan bonitas, se queja el gobernador. Sólo se hacían leyes bien bonitas cuando el gobierno no estaba obligado a cumplirlas. Ahora hay que hacer leyes bien feas. Así la misma brutalidad de siempre ya no será ilegal. Sólo que los gobernantes mexicanos ya han perdido la ``soberanía'' de que tan ampliamente dispusieron tanto tiempo, y tienen que adecuarse a normas internacionales, por un lado, y al trato civilizado que se supone necesitan con una oposición cada vez más gritona y poderosa, por el otro.
Bien mirado, por lo demás, y tal como ha sido nuestra policía en todo este siglo, no son concebibles leyes suficientemente feas para cubrir todos sus desmanes. Pueden y lo están haciendo convertir la vida pública de México en la de un país en guerra o en la de un campo de concentración. Pero esos asesinatos, esos secuestros, esas golpizas, esas investigaciones falseadas o inventadas, esos procesos judiciales a los que están acostumbrados, seguirán siendo escandalosos aun dentro de las legislaciones más feas que, en su imaginación calenturienta y militarizada, llegaran a concebir.