Carlos Bonfil
Copycat

El asesinato múltiple como refinada operación mental el trabajo artístico que aterra y seduce a quienes lo contemplan. En Copycat (El imitador), de Jon Amiel, el asesino serial no se inspira ya, como en Seven, en las obras de Dante Alighieri o de Milton, para cumplir una cruzada de purificación moral sino, de manera totalmente gratuita, en las estrategias de los grandes criminales del siglo veinte. Sin motivos aparentes, y con gran esmero y perfeccionismo en la faena, el asesino serial de Copycat es el prototipo del criminal puro el que mata sólo por el placer que le procura el sufrimiento ajeno.

En el estupendo arranque de la cinta, Helen Hudson (Sigourney Weaver), experta en psicología criminal, describe a sus alumnos el perfil del asesino serial típico (entre veinte y treinta años, blanco, de buena educación, un norteamericano medio), mientras en la sala un joven admirador suyo, Daryll McCullun, decide convertirla en su víctima predilecta.

Trece años después, el mismo personaje mantiene, desde la cárcel, correspondencia con un homicida serial, discípulo suyo. Helen, por su parte, vive recluida en su departamento, víctima de agarofobia, pero interesada en descubrir, junto con dos detectives (Holly Hunter y Dermont Mulroney), la identidad del nuevo asesino suelto. La característica principal de éste último es copiar las técnicas de asesinos como Albert DeSalvo, el estrangulador de Boston; Kenneth Bianchi, estrangulador de Hill Side; David Berkowitz, Ted Bundy, y la de su maestro más directo, el propio Daryll McCullum. El joven aprendiz elige incluso el seudónimo de Peter Kurten, asesino alemán de los años treintas, en quien Fritz Lang se inspira para realizar M, el maldito (31), con Peter Lorre en el papel protagónico.

Evidentemente los guionistas Ann Biderman y David Madsen resultan a su vez copycats de tramas muy sobresalientes en el subgénero de los asesinos seriales, particularmente de El silencio de los inocentes (Demme, 92). La glamourización del crimen y la oscura complicidad de perseguidores y perseguido en un hipotético duelo de inteligencias, transforma el hecho criminal en materia de espectáculo. Helen Hudson y su adversario el criminal Peter Kurten se retan, mutuamente fascinados, a través de códigos cibernéticos (fotos de un crimen animadas en la computadora, intercambio de desafíos y amenazas), mientras la detective Monoham (Holly Hunter) combina los talentos de Sigmund Freud y Sherlock Holmes para interpretar cada jugada en este ajedrez imaginario.

Copycat banaliza sin embargo su tema al proponer una antología de momentos estelares del asesinato serial. (Inesperado homenaje en los cien años del cine? Sinopsis de alguna tesis universitaria?). Las vigorosas actuaciones de Sigourney Waver y Holly Hunter eclipsan a los asesinos y reducen su papel (supuestamente estelar) a una caricatura patética lo cual no sucedía con el Hannibal Lecter de El silencio de los inocentes. Peter Kurten se vuelve un joven necio que parece actuar más por capricho que movido por una inteligencia genuinamente maligna, y la supuesta perversidad de Daryll McCullum rápidamente se diluye en el egocentrismo pueril.

El director Jon Amiel (Sommersby) maneja con destreza los clichés del thriller psicológico y crea suspenso a partir de una trama finalmente previsible; la fotografía de Lazslo Kovacs se deleita con tomas subjetivas que sugieren estados de ebriedad o de mareo; la música es resorte dramático cuando una canción del grupo Police Murder by numbers, título a lo Greenaway) libra claves de la personalidad del asesino (``Vuelve tu corazón de piedra; transforma el crimen en un arte''). La película es, como sus protagonistas, ingeniosa y eficaz, pero no se aparta con originalidad y fuerza de las convenciones del género. Estamos lejos de obras inquietantes como Henry, retrato de un asesino serial, de John McNaughton, de 1986, o de un clásico del género, Peeping Tom, de Michael Powell, cinta inglesa de 1960 que también desarrolla el tema del voyeurismo en el crimen.

Una observación marginal: la presencia femenina en los thrillers visitados por asesinos seriales es puramente funcional o perversamente pintoresca: son víctimas violadas o en su mínima expresióncabezas cercenadas (Seven o Barton Fink). En la cinta de Jon Amiel este esquema se altera significativamente: las mujeres conducen además la trama y la sostienen. De Thelma & Louise a Copycat, en Hollywood la tendencia es clara e indetenible.

B