El sesentón sistema tenía dolores de cabeza, fatiga, y deterioro de su capacidad física y mental. En las noches se hallaba confuso, olvidaba, todo ansioso y muy irritable; en una palabra, estaba deprimido. Sentía que sus ideas eran limitadas y perdía capacidad para el pensamiento abstracto. Se había vuelto descuidado en el vestir y obsesivo del tiempo. Tan obsesivo se volvió que decidió, omnipotentemente, adelantar una hora el reloj, para ``ganar'' tiempo y energía, después de haberla perdido miserablemente.
La obsesión por el tiempo, al sistema, le comenzó desde la juventud. Rígido ante los movimientos del calendario electoral, vivía pendiente del tiempo. Hasta que los golpes al negocio-partido, le hicieron volverse aún más obsesivo. La arteroesclerosis, propia de la edad, lo rigidizaba todavía más. El sistema fantaseaba con fijar el tiempo, pero esto lo desbordaba. Como no pudo fijar el tiempo, le dio por adelantar el reloj, pensando que así saldría más pronto de la grave crisis de su negociación.
El sistema era incapaz de descubrir su depresión senil y se aferraba al tiempo. Es más, no sólo se aferraba, sino que quería ganarlo. No se conformó con un minuto o quince minutos, lo adelantó una hora. El sistema, además de deprimido, enfrentaba una grave crisis de identidad.
El sistema era incapaz de captar que, a su edad, se fijan las ideas, el lenguaje, el mundo, la política. Lenguaje e ideas de un mundo que cambiaba sin que el sistema lo percibiera. Todo caminaba, pero el sesentón inmóvil, confundido y confundiendo, adelantó el reloj, omnipotentemente, y supuso que con este movimiento adelantaría el tiempo, que es inadelantable. Lo único que consiguió fue que una población deprimida, desorientada en tiempo y espacio tardara aún más. Pues el tiempo es constituyente de la vida, del presente que pasa; y la memoria es síntesis fundamental del tiempo, parte del ser del pasado, representante de la vida misma en diferentes niveles.
Al sistema sesentón una barrera infranqueable lo separaba del mundo. Ese mundo que marcha inexorable, rápido, como el tiempo ser del pasado. Ese tiempo azteca que es diferente del tiempo de los relojes. Tiempo que se cuenta en soles y lunas y corre, y corre sin detenerse, sin medida (Neza y Anexas y el campo mexicano). Tiempo que se va de las manos como el humo, delicioso, profundo, inefable, y no vuelve y es imposible volver a vivirlo.
Tiempo azteca, sensación de un ``segundo'' de tiempo, no de reloj, sino del tiempo que pasó. Una parte casi imperceptible de un ``segundo'' cuyo otro lado esa milésima de segundo vive el pasado; el terrible pasado, al que se aferra el sistema sin percibir que el tiempo corrió, y que adelantar el reloj no es adelantar el mundo, su vida, sus descubrimientos o sus nuevas comunicaciones. Esos, de la selva Lacandona, donde no se adelanta el tiempo, se le deja pasar, libre por las montañas entre soles y lunas.