Enrique Calderón A.
Recordando a Salinas

Fue hace poco menos de cinco años cuando escuché en la radio una noticia que daba Jacobo Zabludovsky en su programa ''24 horas'', y que me produjo una oleada de indignación: una organización internacional ligada a las Naciones Unidas había decidido otorgarle a Carlos Salinas de Gortari, el joven y dinámico presidente de México, un premio de ecología con carácter mundial, en reconocimiento a sus decididos y ejemplares esfuerzos por recuperar el medio ambiente en todo el territorio nacional de su país, pero muy especialmente en la ciudad de México y en las zonas petroleras.

A las exclamaciones jubilosas de Zabludovsky se unieron, en los días siguientes, otros medios de comunicación y aun algunos grupos de ecologistas elogiaron el reconocimiento, arguyendo el compromiso que adquiría Salinas con la ecología al aceptar aquel premio. Eran, sin embargo, tiempos inoportunos para un premio así; de hecho en el tiempo que Salinas llevaba en la Presidencia la ecología ni siquiera figuraba entre las prioridades de su gobierno, y la ampliación del programa ``Hoy no Circula'' a su versión permanente, había anulado los beneficios iniciales, con un gran malestar de los habitantes de la ciudad de México, que veían crecer el parque vehicular hasta los niveles previos al programa.

En Chiapas y en Tabasco la destrucción irresponsable de la selva continuaba al ritmo de siempre y Pemex seguía contaminando los esteros de Veracruz y Tabasco, al igual que los litorales de Campeche. La revista Proceso había denunciado ya el tráfico ilegal de animales de especies en extinción sin que existiera, como tampoco existe hoy, un programa para dar fin a estos actos delictivos.

Al mismo tiempo, la naturaleza y legitimidad del premio presentaba serios motivos de duda, mientras la franca campaña promocional alrededor del premio, lanzada por Zabludovsky y Televisa, rayaba en cursilería ramplona para el consumo popular.

Por un lado el organismo que otorgaba el premio, supuestamente una agencia de Naciones Unidas, con un nombre parecido al de ``La Nueva Tierra'' o algo así, era totalmente desconocido y parecía más un membrete que una organización seria; para la prensa y la televisión norteamericana el supuesto acontecimiento internacional no mereció una sola línea de información, mientras aquí el premio se equiparaba con una especie de Premio Nobel de Ecología!, llegando Televisa a decir que de hecho la decisión de conceder aquel premio correspondía a un descendiente del mismo Alfred Nobel, hecho que resultaba imposible porque de Nobel se sabe que nunca tuvo mujer, y mucho menos hijos.

Salinas recibió finalmente el premio una semana después, en una ceremonia solemne celebrada en Los Pinos ante la presencia de representantes de los medios de comunicación, de algunos miembros del gabinete y de los ecologistas más distinguidos.

Con el tiempo el asunto cayó en el olvido y seguramente en la basura; de la organización que otorgaba el premio y de otras premiaciones posteriores nunca volvió a saberse nada, confirmando la hipótesis de que la operación completa no fue sino una farsa, una de las muchas que Salinas armó con la ayuda de su asesor y amigo José Córdoba. Cuánto costó ese teatro? Seguramente más de un millón de dólares para pagar los servicios del ``descendiente de Nobel'' y la campaña promocional de Televisa. Un millón de dólares! Una bicoca si se compara con el costo de una campaña electoral en Tabasco, mucho si se piensa en las necesidades de empleo y de servicios básicos que requiere la población mexicana, y que pueden lograrse con ese dinero.

Lo terrible es que aquel premio de ecología no fue un hecho aislado, sino parte de una política de engaño, a la vez que despilfarro, para crear la falsa imagen de avance, modernidad y florecimiento económico que tanto daño hizo a la nación. Los recursos para hacer todo esto, para los juegos y caprichos del presidente, se financiaron con el fondo de contingencia, que año con año el Congreso le aprueba servilmente al presidente en turno, y que en el caso de Salinas fue utilizado para autopremiarse, ser elegido y cultivar la corrupción hasta los niveles hoy conocidos.

Quizás el tema de aquel premio de ecología pudiese ser retomado en su momento, en las próximas entrevistas a Córdoba y a Camacho, pero actualmente lo que resulta prioritario es impedir que ahora y para el futuro los recursos de la nación sigan siendo usados indiscriminadamente por el presidente, para comprar imágenes de inocencia, patriotismo y de compromiso con la nación, que en la realidad no pueden conseguir de otra manera.