Ese era el lema inventado en el tiempo de los sacrificios de la disidencia en la Unión Soviética. Ese podría ser el lema de los demócratas en Rusia hoy tanto frente al panorama político a dos meses de las elecciiones presidenciales, como frente al estado actual de la conciencia social. No se trata de caer en el pesimismo histórico-cultural según el cual Rusia está condenada al despotismo; según el cual, después de tres periodos totalitarios (Ivan el Terrible, Pedro el Grande, Lenin-Stalin), viene el cuarto que será nacional-comunista, social-fascista, o como quieran llamarlo.
En 1991 Solzhenitsin nos advirtió: ``el comunismo no ha muerto''. Sí y no. Tanto en Rusia como en 13 de las repúblicas nacidas de la ex URSS, los presidentes son ex comunistas, la mayoría de ellos en el poder antes de la caída de la Unión. En muchos países de Europa del este, los comunistas volvieron democráticamente al poder. Este último fenómeno no se puede comparar al primero y podemos apostar que no frenará la democratización de dichas sociedades. En el caso de Rusia y de los países de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) muchos analistas son escépticos.
A. Kiva, especialista de los países del Tercer Mundo, piensa que a Rusia le tocará un régimen nacional-autoritario que, a diferencia del comunismo, ``tiene una posibilidad de evolucionar en dirección de la democracia''. El ex disidente Lev Timofeyev cree que la democracia no dispone de ninguna base social. Señala que el poder sigue en manos de los mismos hombres y de las mismas estructuras que antes de las reformas. Con una diferencia: ``ahora no tienen tanto las riendas del poder político y administrativo sobre la persona del trabajador, como el látigo del poder económico, a través de la red bancaria, financiera, industrial controlada de manera monopolística''.
Del matrimonio entre la nomenklatura soviética y los negocios actuales, nació un sistema basado en las relaciones entre los políticos (gobierno y oposición) y las nuevas compañías. Esas relaciones corruptoras incluyen a muchos comunistas y los intereses así creados no se dejarán fácilmente desplazar. Se prestarán sin problemas a cualquier régimen autoritario.Para los demócratas, las elecciones presidenciales son una trampa para tontos. El juego parece limitado a dos candidatos, Zyuganov (38 por ciento intenciones de voto), Yeltsin (29 por ciento). Los 38 por ciento corresponden al bloque ``patriótico'', tal como se manifestó e las legislativas de diciembre del 95. Ni Zyuganov ni Yeltsin quieren que haya una tercera opción. Ambos vienen del viejo PCUS, comparten las mismas raíces, los mismos genes, la misma mentalidad. Zyuganov es un Yeltsin más joven, con menos carisma. Los demócratas no han sido capaces de tener su candidato, de modo que tanto ellos como los indefinidos (30 a 40 por ciento) se encuentran en la trampa: escoger entre Z y Y. No hay alternativa.
No pueden votar comunista, pero cómo votar Yeltsin? si es el hombre de la guerra de Chechenia, si se esfuerza en copiar el programa comunista. El asunto de la guerra es central. Los demócratas, mil veces humillados por Yeltsin, se decidieron a romper con él por la guerra chechén. Pero el Partido Comunista no ha luchado contra esa guerra y sobre este punto se puede esperar lo peor de un gobierno nacional-comunista. No ha ofrecido ninguna alternativa pacífica. Además qué hará con Ucrania cuando 40 por ciento de los rusos desaprueba su independencia? 40 por ciento es indiferente o no sabe; apenas el 20 por ciento aprueba, qué hará con Kazajstan quien tiene una gran minoría rusa?, qué hará con Estonia y Letonia? Yeltsin fue agresivo y belicoso en Chechenia habría que votar para el partido que fue el más agresivo y el más belicoso de la historia, contra sus vecinos y contra su propio pueblo?Yeltsin se presenta como el mal menor y su chantaje (``yo o Zyuganov'') irrita, desespera a los numerosos rusos que no quieren que los manipulen como marionetas. Como dice Anatolio Kurchatsky ``la patria peligra, el destino de Rusia está en juego''. Hasta ahora Rusia no ha logrado romper el círculo vicioso en el cual alternan fases de despotismo, totalitario o no, y fases de autoritarismo menos implacable, pero siempre favorable al poder del Estado.
Tendrá razón el politólogo Andronik Migranian quien no ha dejado nunca de decir que Rusia necesita de un rector muy fuerte, hasta para emprender la transición hacia la democracia?Será cierto lo que dice el ``patriota'' S. Kurguinian? que ``nuestra sociedad es de tipo oriental. Una sociedad oriental aceptará las reformas con meta colectiva, en el marco corporativista. Aceptará sólo una modernización autoritaria. Lo que Stalin logró hacer''.
Prefiero brindar con Lev Timofeyev y Leonid Sedov ``para el triunfo de nuestra desesperada causa!''.