Un grito de asesino! cortó la toma de protesta de Robledo Rincón
Néstor Martínez ``Es una vergüenza...!'', tronó desde su escaño el senador Félix Salgado Macedonio.
El grito del perredista resquebrajó el protocolo. Interrumpió de golpe al presidente del Senado, Miguel Alemán Velasco, justo cuando le tomaba la protesta de ley al nuevo embajador de México en Argentina, Eduardo Robledo Rincón.
``Respeto, senador!'', exigió, reclamó, el presidente al opositor.
``Respeto es lo que quiere México... Ese tipo es un asesino!'', insistió Salgado Macedonio.
Una voz anónima, priísta, surgió desde el fondo del salón: ``Cállate, payaso''.
Y después, en un instante, como en catarata, comenzaron a caer adjetivos sobre el perredista:
``Exhibicionista!'', le espetaban por un lado.
``Respeto, payaso!'', machacaban por otro.
``Fuera! Largo!'', le decían.
Irma Serrano, La Tigresa, intentaba una respuesta: ``Asesino...!'', alzaba la voz enmedio de la escandalera.
``Embajador de la represión!'', agregaba Salgado queriendo hacerse escuchar.
Y Miguel Alemán se paralizó. No supo qué hacer. Todavía inexperto en el manejo parlamentario, permaneció espectante durante dos o tres segundos que, en esas circunstancias, parecieron interminables.
Frente a él, Robledo Rincón palidecía. Flanqueado a su derecha por sus paisanos, los senadores Sami David y Ricardo Nauman, y a su izquierda por el líder Fernando Ortiz Arana y José Murat, el ex gobernador de Chiapas aguantaba a pie firme cada uno de los insultos.
Descompuesto el rostro por la rabia, Ortiz Arana hacía señas con las manos a Miguel Alemán para que continuara con la lectura de la protesta. Murat también gesticulaba, pujaba. Pero era en vano.
Tuvo que alzar la voz el líder para que la presidencia captara la señal:
``Prosiga, señor presidente'', ordenó a manera de sugerencia.
Y entonces, enmedio de aquel desorden, Alemán leyó de corrido el texto protocolario y escuchó protestar al nuevo embajador en Argentina.
Siguieron los aplausos, los parabienes y los abrazos de felicitación de los priístas al diplomático. Robledo Rincón salió enseguida del recinto, en compañía de Ortiz Arana, quien le dio un último abrazo y retornó rápidamente a la sesión.
Y allí, justo a las puertas del salón, el embajador señaló ante decenas de grabadoras y cámaras fotográficas y de televisión, que no tiene nada de qué avergonzarse.
Dijo respetar a La Tigresa por su condición de mujer y atribuyó las imputaciones en su contra como ``un exceso del pluralismo, que es preferible que cualquier expresión de autoritarismo''.
--Es un exilio político su nombramiento en Argentina? --le preguntó un periodista.
Ya más tranquilo, controlado en apariencia, Robledo lo negó con la cabeza y luego agregó:
--Considero una altísima distinción de representar al gobierno y al pueblo de México en una nación como Argentina.
Habló largo con los medios acerca de diversos asuntos: de la importancia de pacificar a Chiapas, de que su tarea en Argentina será intensificar la relación bilateral y ampliar las multilaterales. Aseguró que representará con dignidad a México.
Robledo abandonó después la vieja casona de Xicoténcatl del brazo de su esposa y acompañado de sus dos hijos y amigos, ellos sí, todos, visiblemente contrariados por el espectáculo presenciado.
En el salón de sesiones continuaba el trabajo legislativo. Acción Nacional había llevado dos puntos a la tribuna que debatía a conciencia con los priístas de Baja California Sur, primero, y de Tamaulipas, después.
Ya entrada la tarde, cuando en el recinto aparecían decenas de escaños desocupados, el priísta Mauricio Valdés Rodríguez subió a la tribuna para hacer un extrañamiento a la conducta del senador perredista Salgado Macedonio.
En ausencia del opositor --que minutos antes se había retirado del Senado para atender otros asuntos--, el del PRI dio lectura puntual a un documento en el que censuraba ciertas declaraciones que Salgado Macedonio había hecho por la mañana, durante un mitin de barzonistas a las puertas del edificio senatorial.
Al parecer esa intervención del perredista fue la gota que derramó el vaso. Desde temprano, varios senadores priístas dijeron estar cansados de escuchar permanentemente insultos del opositor hacia ellos, hacia el Senado y hacia --aseguraron-- el presidente Ernesto Zedillo.
``Basta ya, senador Salgado! --decía Valdés ante un priísmo atento, un panismo indiferente y un perredismo ausente, sólo representado en principio por el nayarita Ernesto Navarro--... El insulto es una forma verbal de agresión y la agresividad parece no desaparecer nunca. Insultar es para herir con la palabra, es comprensible como vía de escape del resentimiento, de la falta de argumentos o de un espíritu vengativo, aunque también llega a ser hasta un medio de vida''.
Añadía para regocijo de sus correligionarios: ``Rechazamos sus juicios porque ni tiene facultades para juzgar ni tiene la calidad moral para hacerlo... Basta de manipulaciones y chantajes!''.
Bien metida en su escaño, La Tigresa escuchaba en silencio la intervención del priísta mexiquense.
Héctor Sánchez, coordinador de la bancada del PRD, ingresó al salón por la puerta trasera y se acomodó en su lugar para seguir al detalle los reproches de Valdés. ``Sólo pedimos reciprocidad --continuaba el del PRI--. Pedimos respeto, aunque cueste trabajo entenderlo''.
Y para concluir, Mauricio Valdés aseguró que los senadores del PRI no tolerarán más las palabras ofensivas de Salgado ni sus actitudes irrespetuosas. ``Por ello, señor presidente --dijo refiriéndose a Alemán--, en caso de que se reiteren esas conductas, los priístas abandonaremos la sala de sesiones''.
La Tigresa se levantó de golpe y pidió la palabra ``para hechos'', mientras los aplausos del priísmo atronaban en el recinto.
``Esa camisa que en ausencia del senador Salgado usted le está aventando --le dijo de entrada Irma Serrano a Valdés--, me la pongo yo''.
La senadora afirmó que quizá la manera de hablar del priísta sea más elegante que la del senador Salgado, pero ``la verdad --ironizó en un tono bastante mesurado, pausado-- no veo en usted, señor del PRI, movimiento. Yo diría que usted es más vacío que un vaso vacío... entiéndame''.
Le indicó que ``esa amenaza oculta'' que hace contra Salgado también podría ser dedicada a ella y, de plano, La Tigresa le anticipó que no podrá evitar quitarles el filo ni a las palabras del perredista ni a las de ella misma.
Detrás de Serrano, Héctor Sánchez fue a tribuna para repudiar la postura de los priístas, a quienes llamó intolerantes y luego les preguntó: ``Por qué no se atreven a hablar abiertamente? Acaso están amordazados? (...) Aquí, señores del PRI, venimos a debatir y no a levantar las manos. Y aunque a veces no estemos de acuerdo en las formas, debemos ser tolerantes''.
Volvió Mauricio Valdés sólo para precisar que el tono empleado por un senador es lo de menos. Lo fundamental es que no utilice el insulto a otro compañero, que no utilice la descalificación.
Al final, trascendió que Salgado Macedonio escuchó a la distancia prácticamente todo el debate del que fue protagonista. A través de un teléfono celular, el personal de la oficina del PRD en el Senado lo puso en contacto.
Según se dijo, el guerrerense ni se inquietó. Se comentó que, cínico como es, dudó que los priístas se decidan algún día a dejar una sesión a medias.
Por lo pronto, en los corrillos del Senado se especulaba con un filo retorcido: ``A ver si es cierto que se retiran... dicen que el valiente vive hasta que los cobardes quieren''.