José Blanco
Berenjenales

En un acto público reciente el presidente Zedillo afirmó con plena convicción que ``la política económica cito de memoria, no es un asunto académico de escuelas o corrientes de pensamiento, sino un asunto de gobierno, relacionado con las necesidades y demandas de la sociedad''.

El criterio presidencial parece afirmar que la política económica no es cuestión de casarse con tal o cual ``modelo'', o con tales o cuales conclusiones ``puramente'' económicas, surgidas de un análisis que deja fuera de sus consideraciones al mundo de los intereses reales, el de lo de veras posible. La política económica de ''champagne para todos'', aceptémoslo, es pueril ilusión.

No haré con la afirmación del presidente una discusión académica, pero importa destacar que es preciso partir de ahí para referirse a algunos de nuestros graves problemas, y examinarlos sistemáticamente, en el marco de las dificultades estructurales de la globalización enfrentadas por la política económica.

La academia es un ámbito donde tiene lugar la generación y la transmisión de conocimientos en todas las ramas del saber acerca del mundo natural y social. Si la academia no es eso, no es nada, no tiene razón de ser y debe ser suprimida como forma institucional de formación de recursos humanos.

Como toda disciplina académica, la Economía tiene complicados ``bemoles'', surgidos de su propia necesidad histórica. Como es sabido, esta disciplina consiste de numerosas escuelas. Pueden ser agrupadas todas ellas en dos grandes conjuntos, dos grandes tradiciones de pensamiento a fin de cuentas. Los enfoques, métodos e intereses de conocimiento de estas dos grandes tradiciones coinciden sólo parcialmente, debido a que la demarcación de sus objetos de estudio es distinta. Y lo es porque los intereses sociales y las inclinaciones ideológicas del analista en ningún caso están ni pueden estar al margen del propio observador, en un mundo donde lo societal es conflictualidad por antonomasia.

No se trata de establecer cuál es la tradición ``verdadera'', o si una de ellas como en uno de sus variados excesos creía Marx, es pura apologética. Se trata de que los diferentes intereses de conocimiento necesariamente llevan a una y otra tradiciones de pensamiento a distintos planos, ángulos y fenómenos del mundo real, aunque es innegable que en numerosos casos en que es posible hallar mayor eficacia y profundidad de explicación y análisis, ello está relacionado con el enfoque y los presupuestos teóricos que se proponen como hipótesis.

Una de esas tradiciones centra su enfoque y su análisis en las condiciones determinantes del equilibrio económico general; se halla, por tanto, centralmente interesada en los estados de desequilibrio, sus orígenes causales y, por ende, en las vías de restablecimiento del equilibrio. Usted habrá leído cada día en los medios de prensa las referencias al desequilibrio en la balanza de pagos, al desequilibrio en las finanzas publicas, en los precios, en el tipo de cambio..., así como las políticas que se proponen para restablecer los equilibrios que permitan la operación de la economía en condiciones normales, tal que los inversionistas cuenten con la confianza necesaria para asegurarse que alcanzarán rendimientos reales (con más precisión, rendimientos óptimos). Para estas escuelas la economía transcurre en el llamado tiempo lógico.

La otra tradición centra su enfoque y sus análisis en el excedente, en el nivel del producto y del empleo, y en la distribución del producto; para estas escuelas la economía transcurre en el llamado tiempo histórico.

Hace algunos años, la eminente Joan Robinson propuso: ``la principal preocupación de los economistas clásicos estaba en el proceso histórico de acumulación de una economía capitalista y su relación con la distribución del producto de la industria entre las clases de la sociedad, mientras que los neoclásicos se concentraron en las condiciones de equilibrio de un estado estacionario''. Se trata de las dos tradiciones referidas.

El tiempo lógico de la primera tradición es un tiempo abstracto, por supuesto, inexistente. En otros términos, el enfoque neoclásico es ahistórico, y de ahí la natural pretensión de universalidad de sus teorías. El tiempo histórico de la segunda tradición se refiere al tiempo real, el tiempo histórico en el sentido recto de la palabra: la hechos históricos efectivos, la historia; de ahí su propuesta de atender a las condiciones de desenvolvimiento específico de una economía particular, como punto de partida de su entendimiento. La realidad se estructura de diversos modos según tiempo y lugar, es su propuesta teórica básica. Aunque ello no excluye la presencia de componentes iguales o análogos en diversos espacios y tiempos.

En la base de los procesos de decisiones y en los debates, están esas diferencias cruciales que, para el ciudadano común, aparecen necesariamente como torturantes galimatías de los que, sin embargo, no puede desentenderse porque lo afectan día con día.

Para intentar dejar algo en claro, nos referiremos a los abstrusos berenjenales que pueden surgir de una política económica apegada a una sola tradición.