Pablo Gómez
Al fin

El triunfo de la izquierda italiana, de las fuerzas del progreso y de la democracia, no es cualquier cosa. Es la consecuencia de muchas décadas de constante esfuerzo político y teórico; es también el resultado del derrumbe del viejo sistema clientelar y de corrupción pública de la Democracia Cristiana y sus más cercanos aliados.

La victoria es sobre las fuerzas más antilaborales de Italia, sobre el programa neoliberal y sobre el intento de retroceso democrático.

De estas elecciones, el Partido Democrático de la Izquierda descolla como el primer partido del país y eje de la coalición del Olivo conglomerado progresista y democrático, la cual integrará un gobierno cuya estabilidad no está ciertamente garantizada, como tampoco lo está el fracaso de la mayor unidad de las fuerzas del progreso y la democracia que se ha logrado en ese país.

Después de la crisis del sistema político italiano, ningún viejo partido de aquéllos ha perdurado. Todas las formaciones políticas actuales son nuevas versiones, nuevos agrupamientos, que al arrastrar tradiciones, recuerdos y viejos ayeres, tienen que encarar realidades tales como la Europa cada vez más integrada y la bancarrota del Estado. No se puede hoy ser italiano sin ser europeo.

Pero tampoco se puede ser demócrata sin dar la espalda al viejo sistema político que se sumió en la corrupción, llevó a la empresa pública a ser botín de los partidos de gobierno y al presupuesto nacional a ser la base de un sistema clientelar promotor del atraso, la alienación política y el peculado. No es hoy la empresa pública italiana lo que divide a izquierdas y derechas, sino la responsabilidad del Estado para limitar la desigualdad social, promover la democracia y garantizar las libertades.

La mayoría de los ciudadanos italianos le ha negado su confianza a la derecha ``Polo de la Libertad'' con Berlusconi a la cabeza, y ha apoyado a la izquierda: ``Bloque del Olivo'', con los viejos comunistas como fuerza básica, tanto porque el Partido Democrático de la Izquierda (PDS, por sus siglas en italiano) es el más fuerte como porque Refundación Comunista podría ser el grupo decisivo para la estabilidad del próximo gobierno que encabezará Romano Prodi, procedente de la izquierda cristiana.

Es ésta una versión actualizada, aunque quizá solamente política, del compromiso histórico planteado por Berlinguer a una Democracia Cristiana que existía mucho más allá de sus líderes corruptos y que tenía una densidad social innegable. Hoy, la izquierda italiana toda ella ha pactado con las alas izquierdas de los viejos partidos que se despedazaron en la debacle del viejo sistema político. Las alas derechas han ido al apoyo de Berlusconi. La Liga del Norte es un partido extremo, aislado en su fundamentalismo regionalista.

Es verdad que la cuestión de quién gobierna ha tenido mucha más relevancia que el carácter del Estado italiano y que, por tanto, las definiciones de mayor fondo sobre la organización social de Italia y su pertenencia a Europa han quedado sumergidas en la urgencia de integrar gobierno. Pero esto no quiere decir que las posiciones del Bloque del Olivo y del Polo berlusconiano de la Libertad sean tan coincidentes que no valga la pena la lucha política. Este reduccionismo no se compadece de la realidad cultural de Italia, donde los demócratas y defensores de las libertades saben perfectamente de qué se trata, mientras los derechistas no se equivocan en definir sus verdaderos intereses y usar sus mecanismos de manipulación.

El movimiento sindical italiano no se debilitará aún más con un gobierno del Olivo, sino que tendrá que seguir su lucha, pues bien sabe que desde arriba no llegará nada automáticamente, lo cual no equivale a promover sus intereses sin buscar soluciones nuevas, sólo a la defensiva, como le recomiendan los viejos obreristas que también existen en Italia.

Refundación Comunista se ha rehusado a ser el boicoteador doctrinario de la izquierda y no se ha convertido en un partido en el extremo, a pesar de los tantos consejos que en tal sentido le han llovido desde dentro y fuera de Italia. No se puede ser partido al margen de la lucha política y es indigno hacerle el juego a los peores adversarios.

Si no hay futuro para Italia fuera de una Europa integrada sueño de los comunistas originales, tampoco la hay sin resolver la cuestión de la producción, el crecimiento económico, el empleo, la distribución del ingreso y la protección del medio ambiente. El viejo Estado social no puede volver a operar, pero tampoco el neoliberalismo resuelve el problema del crecimiento, la ocupación y la ecología. Es preciso ir a un Estado con responsabilidad social y capacidad de combatir las desigualdades sin tener que separar el bienestar del trabajo productivo: el Estado deudor ha fracasado y, junto a éste, el llamado populismo occidental. Tal es el reto de esa izquierda italiana que ahora gobernará intentando no conspirar contra el progreso.