Miles y miles de personas en las calles y plazas festejando desde la noche del domingo, ahí está el sentido más profundo de la victoria electoral de la izquierda en Italia. Cualquier cosa que se diga sobre los resultados de estas elecciones, nada sustancial podrá quitar o añadir al sentido liberatorio de manifestaciones de alegría de una gran parte del país. La arrogancia modernizadora de la derecha italiana ha sido humillada. Un nuevo capítulo de la historia nacional se abre. Nada será fácil de ahora en adelante. Muchas injusticias, ficciones pseudodemocráticas, ineficiencias, complicidades, desigualdades deberán ser corregidas. Una tarea gigantesca cargada de dificultades y de riesgos. Pero, finalmente, después de un ciclo histórico anormalmente prolongado, la izquierda llega al gobierno del país rompiendo un círculo de hierro que la excluyó del poder por décadas no obstante su gran peso en la sociedad y la cultura italianas.
El área laica y progresista italiana formará en las próximas semanas su primer gobierno con la participación de los sectores progresistas del mundo católico y con el apoyo crítico de Refundación Comunista. Insistamos. Las cosas no serán fáciles. Habrá que nadar contra la corriente de una historia que ha depositado en el tejido institucional del país distorsiones e ineficiencias arraigadas. Y habrá que nadar contra la corriente de fuerzas mundiales para las cuales la eficacia competitiva es todo y el bienestar social nada. Por lo pronto constituye una señal positiva que, apenas conocidos los primeros resultados provisionales de las elecciones, la lira se haya fortalecido frente al dólar y al marco alemán.
Italia es un país con historia y con tradiciones. La victoria de la izquierda permitirá pensar en caminos de modernización a partir de esta historia y estas tradiciones. Y eliminar, por lo menos por el momento, la frivolidad de una derecha que pretendía una modernización semiautoritaria que trataba al país como una especie de conejillo de India en manos de una tecnocracia arrogante y sin conciencia de la historia de su propio país.
En el gobierno del país la izquierda moderada no podrá hacer milagros. No se reiventan los países de la noche a la mañana. Y sin embargo esta victoria electoral tiene, sin exageraciones, un valor histórico. Se trataba de detener la marcha del país hacia un régimen presidencialista cargado de riesgos democráticos; se trataba de desviar un rumbo que conducía al desmantelamiento del Estado social. Habrá en el futuro indecisiones, desilusiones y tensiones constantes entre lo deseable y lo posible. Pero aquello que la izquierda en el gobierno garantiza es la voluntad de dar espacios a las diferentes intereses del país y a la búsqueda de terrenos de confluencia entre estos intereses.
Muchos temas están en el tapete como prioridades absolutas. Mencionemos algunos: el desempleo, el atraso económico y el deterioro social del sur del país, la reforma del Estado y la administración pública, el combate contra la delincuencia organizada, el fortalecimiento de las autonomías locales, el saneamiento de las finanzas públicas. Sobre ninguno de estos temas puede pensarse en soluciones técnicas milagrosas que puedan surgir de la cabeza de algún funcionario público por tan buenas que sean sus intenciones. Se tratará de construir mecanismos de diálogo con la sociedad y construir desde ahí los necesarios consensos. Un trabajo gigantesco, cargado de dificultades y sin garantías de éxito. Pero Italia tiene a su favor algunos elementos. El primero es sin dudas el más importante: un tejido social fuerte y organizado, sobre todo en el centro-norte del país. El segundo es el carácter plural del frente progresista que acaba de establecer su candidatura al gobierno del país.
Las elecciones apenas concluidas indican que existe en el país una gran área de derecha de bases populares. Sería desastroso pero es difícil imaginar que esto pueda ocurrir que el futuro gobierno intentara establecer un pacto de exclusión de estos sectores. Muy por el contrario se tratará de construir un tejido de convivencia democrática que evite las exclusiones que en el pasado tuvieron en la izquierda su principal objetivo. La derecha tal vez entienda en el futuro que la izquierda no come niños, que no es un factor de disolución de la familia y que no cerrará las iglesias. Si esto llagara a ocurrir, independientemente de los éxitos o fracasos económicos del futuro gobierno, ya sólo esto será para Italia una verdadera revolución cultural. La piedra inicial sobre la cual construir un edificio de convivencias civilizadas y de alternacias sin traumas en el gobierno.
Para la historia de Italia la victoria electoral de la izquierda es, dicho sea sin énfasis ni triumfalismos, una victoria de la democracia. Sólo queda esperar que el barco que acaba de zarpar, encuentre corrientes favorables y una tripulación consciente del valor histórico de su viaje.