Es posible que varios artistas y críticos de arte de las generaciones recientes desconozcan la obra de este artista que por voluntad propia no quiso entrar en la palestra de la competencia, ni buscar la novedad ni relacionarse sino con muy contadas personas. Entre otras, con el doctor Justino Fernández, durante la larga época en que éste fue titular de la cátedra de arte moderno y contemporáneo en la Facultad de Filosofía y Letras, así como director, por ocho años, del Instituto de Investigaciones Estéticas, donde trabajó incansablemente hasta su muerte ocurrida el 12 de diciembre de 1972. De un artículo suyo sobre Lauro provienen las siguientes consideraciones: "(sus obras) tienen cualidades que son válidas en cualquier tiempo... Si se sabe ver pictóricamente, resaltan sus valores, de los cuales se enorgullecería mucha de la pintura de vanguardia... Sin rebuscamientos logra suaves efectos, con sabiduría y encanto singulares''.
Fue en la Galería de Danilo Ongay donde vi por primera vez obras de este pintor intimista, perfeccionista, culto, buen conversador, cosa que hace muy poco me reiteraban Meche y Manuel Felguérez al conocer la noticia de su muerte. Fue asimismo amigo de los Tamayo, quienes gustaban de visitarlo en Temixco.Hizo sus estudios en La Esmeralda, cuando todavía la escuela contaba con un número razonable de alumnos y práctica académica de dibujo, pintura, escultura, grabado e historia del arte bajo la dirección del maestro Fernando Castro Pacheco, quien buen dibujante él mismo siempre prestó atención a la enseñanza del dibujo, eje ineludible para la práctica de cualesquiera de las disciplinas plásticas bajo todas sus modalidades.
Hablando con Gilberto Aceves Navarro, egresado como Lauro de La Esmeralda, me reiteraba la necesidad de reinstalar la enseñanza académica del dibujo (incluso auspiciando la copia de yesos y objetos inanimados) en todas las instituciones dedicadas a la investigación de las artes plásticas. Podría pensarse que este maestro, aproximadamente de la misma generación que Lauro, formador de varias generaciones de pintores y de tan vivaz como multifacético espíritu propugnaría por la opción opuesta (sólo el dibujo con modelo vivo que ``saca'' las improntas personales, el dibujo rápido, gestual, casi sin ver el papel en el que se está trabajando). Las cosas a su juicio no son así: todas las formas posibles de trasponer a través del trazo y del pulso son necesarias para hacer del dibujo no sólo un oficio, sino un método de conocimiento de cosas y seres inmersos en sus ambientes. Lo dicho es válido independientemente de que el artista sea abstracto, figurativo, neoconceptual, etcétera.
Los temas de Lauro López fueron siempre muy sencillos (diría que guardando las distancias, también lo fueron, por ejemplo, los de un artista de la talla de Morandi). Temas sencillos, pero no banales, porque la banalidad no se refiere a objetos externos sino al interior de la pintura, a la banalidad de tanto ``arte de desecho'' que se está produciendo hoy día en todas partes, México incluido.
Decía López que pintaba ``nada más por placer''. Fue un gusto que le resultó redituable, porque sus obras apelaron a distintas sensibilidades, si bien es cierto que contó con el apoyo y la amistad de un peculiar coleccionista, Don Ignacio Guerrero, que según tengo noticias se dedicó a rescatar y valorar la obra de artistas considerados ``marginales''. No es que Lauro López lo haya sido, simplemente sucede que su preocupación se centró en vivir algo recluido, leyendo, conversando, escuchando música y sobre todo exaltando pictóricamente las cualidades de los objetos que le complacían y que le quedaban al alcance de la mano. Fue, sobre todo, pintor de naturalezas muertas y alacenas. Cualquier antología que se hiciera respecto de estos géneros quedaría incompleta si no se le incluyera.
A Juan Coronel Rivera le cupo escribir el último artículo sobre este pintor, cuando él todavía se encontraba con vida. En un certero párrafo sobre técnica pictórica, explicó una cierta cualidad lumínica que a mí me había maravillado en sus trabajos. Coronel Rivera se refiere a la maestría con la que trabajaba el pútrido sobre papel, una técnica antigua que ``revivió magníficamente'' a través de la que pudo crear ``obras extraordinarias y de gran precisión'', que transportó al óleo logrando similares efectos.
Lauro López fue buen retratista y cultivó el género hasta 1960. Durante los últimos seis meses mantuvo comunicación con el pintor Manuel Centeno a propósito de un autorretrato que estaba por realizar. Vivía en Temixco donde también el extinto don Edmundo O'Gorman, a quien frecuentaba tuvo su casa de campo por décadas.
No sé por qué razón, pero sé que Lauro López no objetaba la presencia de murciélagos en su estudio. Probablemente le interesaban sus formas o sus extraños aleteos. El caso es que el guano de murciélago es dañino para los pulmones y de una severa afección pulmonar iniciada hace ya meses, murió el pasado 3 de abril este pintor, tan discretamente como había vivido, en la cerrada intimidad de unos cuantos familiares y amigos suyos. Descanse en paz.