El día 5 de abril del presente año en Guevea de Humbolt, municipio zapoteco del estado de Oaxaca, 965 ciudadanos de un padrón de mil 117, eligieron a través del procedimiento de usos y costumbres, consignado en la Constitución de Oaxaca a sus autoridades municipales en presencia de representantes del gobierno estatal. Desde entonces, enfrentan la titánica lucha por el reconocimiento. El gobierno no cumple los acuerdos porque protege los intereses del ex edil priísta de triste memoria para el municipio. Los zapotecos de Guevea dicen que ``después de muchas luchas, la comunidad ha logrado elegir a autoridades municipales justas y honestas, en base a la tradición inmemorial de usos y costumbres, haciendo a un lado los intereses partidistas o de algún otro tipo, que los dividen y saquean los bienes del pueblo''; denuncian que ``esto es lo que hizo la anterior administración'', y se preguntan: ''Por qué no se respetan lo que las propias leyes del Estado establecen para los municipios indígenas? Por qué el gobierno del estado, en lugar de respetar las decisiones de un pueblo indígena, los enfrenta y divide?''.
En acta de asamblea celebrada el 13 de abril concretizan sus peticiones: ``total y definitivo reconocimiento de los integrantes del H. Cabildo Municipal Comunitario de Guevea de Humbolt, Tehuantepec, Oaxaca y liberación de los recursos que le corresponden a este ayuntamiento indígena, por parte de la Secretaría de Finanzas del Gobierno del Estado''.
La lucha de la comunidad de Guevea nos remite al problema de la identidad de los mexicanos, que seguramente tiene que ver con mucho de lo que nos pasa. Mientras no creo que haya en el mundo un catalán que se avergence de su origen, para los indios mexicanos no hay peor enemigo que otro indígena que se avergenza de serlo.
Han sido años de trabajo para lograr que perdieran su identidad no sólo zapotecos, mixes, raramuris, tzeltales, tojolabales, nahuatls, sino todos los mexicanos. Otra sería nuestra historia si se hubiese aceptado desde siempre que somos un país pluricultural y pluriétnico, y si se hubiese reconocido que ésta es nuestra gran riqueza. El indigenismo buscó que el indio se avergonzara de su origen. Las sectas buscan lo mismo. Esa es la verdadera colonización. Con la mal llamada educación bilinge, se les pagaba a los niños para que dejaran de hablar su lengua materna; se les decía despectivamente que era un dialecto, que sólo hablaban así ``los sin razón'' y se les inculcaba que su cultura era atrasada y que sus costumbres eran salvajes. Luego, con maestros realmente bilinges, se les decía lo mismo en la lengua materna lo que aún fue peor. Ciertamente, en los últimos años los indígenas han logrado recuperar parte de la identidad perdida, pero ellos también han generado un racismo, inaceptable, contra mestizos y criollos.
Analizando el entreguismo de los que nos gobiernan, estudiados en el extranjero, tendríamos que reconocer que el problema es muy profundo. Pareciera que tan sólo por haber estudiado un postgrado en otro lado, se avergonzaran de ser mexicanos y que sus lealtades están allende la frontera. Lo más increíble de esta situación que vivimos es la falta de amor a la patria, que es, a fin de cuentas, el sentimiento que une a los hombres y mujeres de cualquier país y que los hace fuertes e invencibles, capaces de enfrentar cualquier calamidad. El amor a la patria es el amor a la tierra, a sus ríos, montañas y cañadas, a su cielo y a su mar, a sus recursos y minerales. En fin, ojalá seamos capaces de entenderlo antes de que sea demasiado tarde.
La guerra como la paz son problemas que corresponden a todos los mexicanos. Nuestro Ejército, hay que reconocerlo, no es un ejército golpista, y siempre ha sido nacionalista. Ciertamente, es cuestionable la declaración de guerra del primero de enero de 1994, pero los militares mexicanos saben que las condiciones de injusticia, miseria, marginalidad y pisoteo a la dignidad de millones de mexicanos para decir basta, existen. Aún podemos parar la guerra y apostarle todo a la paz. Los enemigos no son los indígenas ni quienes los apoyamos; ni siquiera los guerrilleros: la enemiga es la corrupción gubernamental que lo ha permeado todo y ha propiciado la situación imperante. Es la corrupción la que hay que combatir con fiereza, ya que ésta ha permitido los crímenes y con ellos el traslado de la lucha por el poder al sótano.
El EZLN debería, a pesar de la guerra de baja intensidad iniciada en su contra, quitarse los pasamontañas y desarmarse. Ese sería su pase a la vida. Ese sería su mayor aporte a la paz. Se desarticularían así los otros grupos armados que proliferan, y aunque ellos no lo sepan, tienen detrás la bastarda lucha por el poder.
El Ejército Mexicano debe seguir siendo nacionalista y no convertirse en el verdugo policiaco que la derecha apátrida impulsa. La seguridad nacional no significa sólo defender las fronteras de un ataque extranjero o combatir el narcotráfico. Significa también defender un sistema de vida, un concepto de progreso incluyente para todos los mexicanos, la Constitución de 1917, una historia. Una Patria.