La opinión del presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn, sobre el momento actual que atraviesa México es la siguiente: la economía y la política van por buen camino, pero que la parte social no funciona, por lo tanto, el problema más importante es combatir la pobreza y la desigualdad, porque ésa es la ``pata coja'' del país (La Jornada, 21/IV/96). La preocupación de fondo de los organismos financieros internacionales es que no se lleguen a producir más casos como el de Chiapas.
Esta visión de las cosas separa los espacios problemáticos y no permite establecer las conexiones necesarias. Quizá tengamos que buscar un poco en los esquemas de la teoría de la dependencia de los años sesentas y setentas, los cuales afirmaban que existía una relación directa y subordinada entre el desarrollo de ciertos países y el atraso de otros. No queremos buscar explicaciones nostálgicas para este mundo globalizado, pero sí podemos preguntar lo obvio: no existe alguna relación entre el actual modelo económico y la creciente pobreza mexicana? Eso que según el señor Wolfensohn se está haciendo muy bien, es la aplicación rígida de un esquema de política económica que ahoga a la economía del país, impide el desarrollo y la creación de empleos y además, ha fracturado los consensos sociales entre el gobierno y la sociedad. Es el mismo modelo económico el que produce las condiciones miserables en la que viven la mitad de los mexicanos, no se trata de un capítulo separado al que sólo hay que inyectarle recursos.
De muchas maneras se ha repetido que ninguna política social alcanza a resolver el problema de la falta de equidad sin una política económica que genere riqueza y la reparta de forma equitativa, que pueda crear empleos bien remunerados y productivos, y que también atienda no sólo las exportaciones, sino el mercado interno. En días pasados hemos visto un reclamo generalizado de los grupos empresariales, de los obispos, de la oposición, para ya no hablar de los movimientos sociales, que piden un cambio en la política económica. Al mismo tiempo, en respuesta vimos al presidente Zedillo hacer una defensa del programa económico en la Convención del Mercado de Valores, con el mensaje de que 'vamos bien y que no habrá cambios'. Otra vez una visión parcial sobre la economía, en donde lo importante para el gobierno zedillista es que las grandes cifras tengan lógica. En la misma delimitación se encuentran los problemas de la visión: no se habló nada del salario, tampoco se mencionó el problema de los deudores de la banca, ni por equivocación se dijo qué le pasa a las pequeñas empresas con el esquema o cómo anda el mercado interno; no, para el presidente Zedillo sólo es importante la balanza de pagos, la inflación, las tasas de interés y la bolsa, es, en síntesis, la visión de un financiero.
Cuando lo importante es la visión financiera, quedan subordinadas a ella la productividad, el mercado interno y por supuesto, esa ``pata coja'' de la pobreza y del subdesarrollo social. En plena coherencia con esa visión existe ahora un proyecto de reformas a varias leyes como el Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, la Ley Orgánica de Nacional Financiera, el Código de Comercio y la Ley General de Títulos y Operaciones de Crédito, con lo cual se hará más ágil la cobranza y el despojo en contra de los deudores. Esa es la razón de que los barzonistas hagan una protesta frente al Senado en la casona de Xicoténcatl. El problema no es que los bancos tengan mejores armas jurídicas para cobrar sus adeudos, y por supuesto, la solución no es de corte legal, sino de modelo económico y de amplia negociación política. Del mismo modo, se puede ver que la visión limitada de la tecnocracia no alcanza a ver que una política social como la que se quiere apoyar en una tarjeta que va a servir para canalizar los subsidios, conocida como la ``pobremático'', no sirve para resolver el problema de la pobreza.
No se puede dejar de mencionar a la pata política. Hay al menos dos elementos que sí tienen una relación directa con el problema: por una parte, a pesar de la crisis, la misma composición de las estructuras del sistema político posibilita que el Poder Ejecutivo ponga en operación una política económica a pesar de que no tenga consenso social; y por la otra, el hecho de no haber tenido aún alternancia nacional, provoca que los costos y errores no se paguen con la pérdida del poder. Quizá una futura alternancia no vaya a producir cambios inmediatos en el nivel de vida de la mayoría, pero sí es posible esperar que los contrapesos de poder y el pluralismo puedan llevarnos a una política económica más incluyente y más equilibrada en sus costos sociales, porque por ahora la ``pata coja'' no sólo es la pobreza, sino el aferrarse a un modelo que ya mostró todas sus limitaciones.