Abundan las definiciones de salud y no son pocos los conceptos que explican el significado de las enfermedades. Y la multiplicidad no lo es porque ``haya muchos'' tipos de salud o porque entre enfermedad y enfermedad no haya semejanzas, sino porque el universo que explica los estados naturales de la especie humana salud y enfermedad es también diverso. Las ideas, metas y realidades que prevalecen en los países del Primer Mundo poco tienen que ver con lo que acaece en las naciones pobres; de ahí que las definiciones de salud y enfermedad puedan ser distintas.
Otorgo la palabra a los números: en los países desarrollados el promedio de vida para las mujeres es de 75 años, mientras que en algunas naciones pobres Afganistán, Etiopía, es sólo de 43; en los países ricos, la mortalidad relacionada con el embarazo es de 1 en 10 mil, mientras que en algunas partes de Africa y seguramente también en las regiones más pobres de América Latina una de cada 23 mujeres fallece. La voz que nace de los números, puede seguir apabullándonos pues sobran ejemplos similares; recapitular y reflexionar es también virtud de las letras: cuál es la ``verdadera'' diferencia entre la tasa de muertes relacionadas con el embarazo? La inmensa distancia entre 23 y 10 mil dificulta las explicaciones: es tan amplio el margen que cualquier razonamiento simple es imposible.
Las cifras pueden interpretarse en formas diversas. Primera: partiendo de la agobiante cotidianidad de las naciones en vías de desarrollo, es válido considerar ``anormal'' (o imposible) que sólo una de cada 10 mil mujeres muere por factores imputables al embarazo, pues es sabido que los bienes y la parafernalia existentes en el Primer Mundo nunca llegarán a los pobres. Segunda: que sea ``normal'' que en Africa y América Latina una de cada 23 mujeres muera, pues era tal la desnutrición y miseria de la mujer antes de quedar preñada, que la naturaleza protegió al vástago con la muerte de su progenitora. Tercera: que es la prevalencia y tipo de enfermedad la que determina la miseria y no lo contrario.
La primera y segunda consideración se explican por sí solas, aun cuando sean materia de no menos indigestión que indignación: en la Tierra se han creado demasiados mundos, tan amorfos como inencontrables. La cotidianidad de la muerte en los pobres como fenómeno normal y el incremento alcanzado en la longevidad para los ricos, es la norma. La emergencia de nuevas epidemias como el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, o el vigoroso resurgimiento de otras como la tuberculosis o el cólera hacen pensar y quizá afirmar, que la brecha entre quienes tienen poder económico con los expoliados seguirá ampliándose, y con ello, los males continuarán apoderándose de los días de los pobres. Golpetea la pregunta: es derecho exclusivo de clase considerar que existe futuro?Deben retomarse las palabras del recientemente fallecido Joseph Brosdky: ``La mejor forma para evitar errores al lidiar con el futuro, es percibirlo a través del prisma de la pobreza y de la culpa''. Acoto que la culpa a la que hace alusión Brodsky carece de matices religiosos; en su concepto así lo supongo, así lo leíla especie humana carece de futuro si las inequidades no son disminuidas, si no se acepta que sólo por medio de la comprensión emanada de la pobreza y culpabilidad se puede modificar el destino de las mayorías. Y del brazo del premio Nobel de Literatura, desemboco y finalizo analizando mi tercera hipótesis: ``es la enfermedad la que determina la pobreza y no lo contrario''.
Al disecar las definiciones de salud, se repiten las ideas de equilibrio biológico, psicológico y social como atributos indispensables; se requiere que en el tinglado de la vida interactúen al unísono bienestar individual y comunitario para que la persona funcione adecuadamente. Las inferencias son obligadas: en el mundo contemporáneo, nacer ``sano'' y así mantenerse es la excepción. Recurro nuevamente a los números: en algunas regiones del sur de Asia, no se cuenta ni siquiera con la ayuda de técnicos en salud hasta en el 75 por ciento de los nacimientos; lo mismo se observa en algunas regiones de Africa y quizás de América Latina en más del 60 por ciento de los partos. Es válido incluir la idea de futuro en el léxico de estos hijos y madres? Y, la vida, lamentablemente como amenaza y no como alegría, es el encuentro obligado e incierto después del parto.
Fácil es inferir que las desigualdades en la salud, sobre todo aquéllas que se originan antes de nacer, determinarán diferencias en las capacidades para desarrollarse individual y socialmente. El mañana de los vástagos de treinta, cuarenta o más millones de mexicanos seguirá siendo mera entelequia si no se modifica la carga negativa que implican las enfermedades adquiridas aun antes de la concepción.