El ``líder'' del PRI lanzó una verdadera bola rápida al centro del escenario político: el Distrito Federal será el lugar para ensayar el proceso de democracia interna al elegir, sin interferencias externas, su candidato a la gubernatura (hoy jefatura o regencia). El PRI, dijo Oñate en un arranque de cuestionable oportunidad grillesca, está preparado para embarcarse en la aventura que exige desprenderse de la aplastante influencia y el crucial designio del llamado jefe nato, el apabullante mandato del Presidente de la República.
Sin aviso y de sopetón, como salido de algún inmenso baúl de mañas archivadas, se hace un llamado para llevar a cabo, sin línea superior, por la sinuosa vía del reacomodo de los pesos y las fuerzas internas, una azarosa práctica que nunca, en la historia de sus largos años de contiendas por el poder, ese partido ha jugado. Y en la lisa no estará en disputa un puesto cualquiera, sino el que será, sin duda, el más importante del cercano 97: el del gobierno del DF.
El llamado ``sistema político'' mexicano conforma un intrincado como fino mecanismo de relaciones de poder, cuyo centro mismo se engrana con la interdependencia entre una presidencia todo poderosa y las ambiciones de los demás oficiantes del PRI. Ello explica, entre otros muchos derivados, la inescapable subordinación del Legislativo respecto de los dictados cupulares. También describe, con puntual realismo, la férrea disciplina a la que los militantes priístas quedan sometidos y por la cual la unidad y los acuerdos inmediatos y absolutos son factibles y cotidianos aún en condiciones que afectan sus intereses individuales y de grupo.
En tiempos pasados, cuando el sistema contaba con reservas de legitimidad y amplios márgenes de acción, alterar algunos de esos engranajes, por más estelares que pudieran haber sido, generaban un oleaje interno de reacción que podía ser contrarrestado. Ahora, cuando los riesgos asumidos por la conducción de la crisis se encadenan unos a otros con fragilidad proporcional a la urgencia con que es necesario superarlos, su modificación súbita puede causar un factible cataclismo difícil de absorber sin costos elevados. Remover los apoyos mutuos que en muchas ocasiones han devenido en complicidades, las sumisiones que han terminado en yugos asfixiantes o la misma tradición patrimonial que ha sido anegada por la corrupción y, lo más grave, la manifiesta ineficacia para conducir la economía y trasladar sus beneficios en bienestar colectivo, es decir, llevar a feliz termino lo propuesto, han mermado la voluntad y la posibilidad práctica de modificar los usos y las costumbres por propia y solitaria decisión. El PRI no va a ensayar tan espinoso asunto por que así lo decida Oñate o Zedillo, al menos en tanto no haya un acuerdo concreto y meditado de su asamblea que concilie las múltiples posturas y se decidan a dar la batalla contra los que disienten desde trincheras de real poder. Se tiene que pensar que la petición de tal proceder autónomo le viene al PRI de fuera, desde la sociedad organizada. Con más precisión se puede decir que la actualidad del país se la impone por las limitantes cotidianas de seguir la misma ruta trillada y ver como los demás (PAN, PRD) resuelven sus diferencias y rivalidades mediante el voto y la discusión publica. Pero al PRI también le viene tal requerimiento, qué duda cabe, por las posturas de aquellos mexicanos conscientes que, desde dentro y por fuera de él, han visto, dicen en voz alta, estudian y proponen por varios lugares, la necesidad de contar con un sistema más abierto y democrático.
Las ambiciones para ocupar la naciente gubernatura del DF, un puesto clave para el año 2000, se han ido desatando en las últimas semanas. Desde esa perspectiva puede entenderse la ``bola rápida'' lanzada. Obligar a los actores y sus apoyadores a salir a descampado es conveniente para que los movimientos no se hagan en la sombra o al amparo de los puestos públicos y puedan ser encauzados mejor. Tanto el PRD como el PAN cuentan con aspirantes de peso y seguramente lanzarán al ruedo a lo mejor de sus cuarteles. El PRI tiene con que darles pelea en cualquiera de los terrenos a conquistar. La diferencia estará, de salida, en el método de la selección y ello marcará mucho del contenido y la forma de las siguientes etapas.
El reto para el PRI consiste en la capacidad que muestre para homologar sus normas y rituales con lo acordado en las mesas de negociación de Bucareli. Truncado el amplio camino a los recursos presupuestales y achicados los espacios de ventajas adicionales, sus herencias y costos acostumbrados son ahora prohibitivos. Esterilizados sus contactos y sincronías con los organismos electorales antes enrocados con sus simpatizante y afines, no le queda más al PRI que adoptar una postura de valentía e imaginación para adaptarse a la competencia efectiva. Pretender trampear las reglas futuras es una ruta de extremas dificultades y rendimientos decrecientes. La eficacia y, más que ello, la eficiencia, se encuentran al empatarse con los nuevos tiempos y no en tratar de convertir la bola rápida descrita en una de humo. El riesgo de tensar al PRI es demasiado para la sola búsqueda de apariencias.