Sergio Aguayo Quezada
Tepoztlán y democracia

El conflicto en Tepoztlán, Morelos, sigue polarizado y sin salida política a la vista. Pese a lo espinoso del tema, arriesgo algunas reflexiones en ese sentido.

La rebelión tepozteca viene de la inercia autoritaria. Los empresarios, y las autoridades que los respaldaron (entre ellos el presidente municipal de Tepoztlán), se lanzaron a construir un campo de golf ignorando el sentir de la comunidad, mientras repetían que eso era lo mejor para el municipio.

La mayoría de la población no estuvo de acuerdo en que decidieran sobre ella, se organizó en el Comité de la Unidad Tepozteca (CUT), tomó la presidencia municipal y eligió a sus propias autoridades embarcándose en una experiencia de autogobierno. Pese a la falta de recursos, Tepoztlán ha funcionado razonablemente bien durante ocho meses. Es paradójico que sin las policías estatales hayan preservado la seguridad, mientras que en otras partes se quiere enfrentar la inseguridad con más policías. Entre lo negativo están las inaceptables intolerancias del CUT hacia los que no piensan como ellos.

Si el experimento tepozteco ha durado ocho meses es porque ha tenido el espacio político para hacerlo y en esto ha sido fundamental la reacción del gobierno del estado. La irritación creada por el CUT ha sido evidente en las declaraciones y acciones de diversos funcionarios. Tepoztlán está cercado, sus dirigentes perseguidos y uno de sus miembros ya fue asesinado. Sin embargo, si uno compara Morelos con otras entidades, es necesario reconocer la mesura mostrada en el uso de la fuerza pública y la rapidez con que el gobernador, Jorge Carrillo Olea, ha reconocido los excesos cometidos por su policía.

Tepoztlán ha entrado en una nueva etapa. Los inversionistas ya cancelaron el proyecto y se fueron echando pestes contra el gobernador y el CUT. Los tepoztecos frenaron el club de golf pero han pagado un costo alto: un muerto, cuatro detenidos, 60 órdenes de aprehensión pendientes (entre ellos el párroco del pueblo) y una situación económica difícil.

El gobierno estatal se quedó sin una inversión importante, con el prestigio dañado y desconcertado porque, desde su óptica, algunos medios han resaltado sus excesos y minimizado su mesura y autocontrol. Además de ello sigue prisionero del problema en un municipio mientras el resto del estado bulle, inquieto, por la criminalidad y la crisis.

La situación se mantiene en un equilibrio inestable que puede romperse. Cuánto tiempo durará la indefinición?, no habrá llegado el momento de buscar una salida política? Uno de los principales obstáculos está en las elecciones.

El gobierno del estado pisa terreno firme al decir que las autoridades tepoztecas no fueron elegidas dentro de la normatividad vigente y al proponer nuevas elecciones. Su objetivo es reincorporar Tepoztlán a la soberanía estatal.

Buena parte del CUT desconfía de estas elecciones porque serían organizadas por las autoridades. Por otro lado, el CUT se considera legitimado por las elecciones que ellos mismos organizaron y exigen que se libere a los detenidos y se desistan de las órdenes de aprehensión.

Estoy entre los que consideran que debe preservarse la experiencia tepozteca de participación comunitaria y su exigencia de un desarrollo económico armónico (la intolerancia ya es tan abundante que podríamos prescindir de ella), y creo que para ello es indispensable una salida política, es decir elecciones.

Ante este planteamiento el CUT se enfrenta a los dilemas de aquellos movimientos sociales que han intentado salirse de los controles autoritarios: cuándo parar? hasta dónde presionar y en qué ceder? hacia dónde orientar las demandas? Cualquier decisión es difícil porque los márgenes de error para los grupos independientes son de una estrechez angustiante.

Tal vez la fórmula esté en dejar de ver a las elecciones como un obstáculo y concebirlas como una oportunidad de construir un modelo para el resto del país. Ahora que parece que nos acercamos a una verdadera reforma electoral, Tepoztlán podría ser el lugar donde se ensayaran las modificaciones a la legislación electoral. El reto es de tal magnitud que sería beneficiosa una instancia mediadora aceptable para las partes (la comisión plural de diputados federales, por ejemplo).

Tepoztlán es un microcosmos de nuestra realidad: ahí están chocando las culturas políticas y desigualdades económicas, y ahí se manifiestan los límites que tiene el gobierno para el uso de la fuerza y las imperfecciones de nuestra cultura política. Pese a ello, Tepoztlán tal vez podría ser laboratorio para un bien poco común: elecciones limpias, libres y confiables.