A casi 70 años del fallecimiento de Beatriz Viterbo y unos cuantos días antes de la fecha de su cumpleaños el 30 de abril, la compleja y llena de múltiples significados secuela del suceso nos permite una entre muchas la reflexión acerca del cambio y la permanencia. Si la fisonomía de su Buenos Aires y nuestra ciudad han seguido alterándose, algunas situaciones y sentimientos permanecen inmutables: el amor contrariado, la necesidad de asomarse al Universo, las pequeñas revanchas, las injusticias literarias, las posibilidades del olvido.
Quizás por tratarse de tangos, de un espectáculo creado por un teatrista argentino avecindado entre nosotros y porque la mismísima voz de Jorge Luis Borges se escucha, entre otras, en el escenario, y salvando todas las distancias así sea con botas de las siete leguasTangos en el cielo-bar nos recuerda el aniversario luctuoso y nos habla de los mismos temas. José Enrique Gorlero realiza un collage semitanguero con poemas y pasajes de autores muy diversos que van de Gioconda Belli a Safo, y algunos de su propia cosecha. El erotismo, el amor, la búsqueda de Dios, la fugacidad de la vida y la rabia ante las injusticias, son algunos de esos temas eternos y constantes que el ser humano expresa en libros y escenarios, aunque cambien los rostros, los modos y los escarnios.
Gorlero habla de computadora y de Internet en donde antes se hubiera hablado de máquina de escribir y mucho antes de pluma, para decir cosas semejantes. Aun el repudio temeroso a la tecnología no es tan nuevo: los autores expresionistas, con ese coletazo de romanticismo que tuvieron, ya lo habían manifestado. Los viejos vinos vertidos en el más o menos nuevo odre de su invención sirven de sustento para uno más de los monólogos que ha trabajado con Mónica Serna.Esta actriz también ha sufrido cambios. Olvidada ya su imagen de juvenil encanto, el rescate de su madurez se aviene con también más maduros recursos actorales: ahora, al contrario de lo que antes ocurría, convence en muchos momentos y toca fibras en el espectador que antes no tocaba.
Lo cambiante y lo permanente caben en cualquier reflexión acerca de la vida y de las artes. Sobre todo, de este arte tan fugaz que es el teatro. Durante este siglo se han sucedido los renovadores, las vanguardias y los retornos. Algunos hemos podido presenciar por lo menos los que se dieron en la última cincuentena y seguimos con atención y gozo los renuevos y las permanencias. Fiados a nuestra memoria, hemos de reconocer que ésta es selectiva y que al paso de los años puede dejar de ser fiable; otros, de menor edad, sólo pueden atenerse a los datos escritos, tal y como sus mayores conocemos experiencias que se dieron con anterioridad a nosotros. La necesidad de contar con una buena historia del teatro mexicano en nuestro siglo se hace mayor a medida de que los sucesos se acumulan en el transcurso del tiempo. Entiendo que Josefina Brun ha emprendido esa tarea y es de esperar que pronto le ponga fin, antes de que en verdad el siglo fenezca.
Mientras, son muy bienvenidos los buenos bianuarios que Francisca Miranda Silva y Arturo Díaz Sandoval elaboran para el CITRU, el segundo de los cuales (1992-1993) acaba de ser presentado. Ya el primero, el que se refería a los años 1990-1991 constituyó un rico acervo de datos bien clasificados. En este nuevo se incluyen artículos de opinión, manifestaciones escénicas como tenorios, pastorelas y cabaret. Sobre todo, refleja en mucha mayor medida lo que se hace en provincia (del Interior, corrige una fe de erratas colocada en el volumen. A mí, que vivo en el mero centro, me parece un tanto absurdo llamar ``interior'' a estados que bordean mares o están en nuestras fronteras, porque pienso que están mucho más al exterior que nosotros, aunque entiendo que es una manera de no herir susceptibilidades). Faltan datos de algunos estados, es cierto, pero lo que se ofrece es ya muy sustancial. Hay que celebrar que los dos jóvenes investigadores también se interesen por la vivienda teatral en sus propias apariciones en escena al tiempo que pueden conducir su decidida vocación hacia el rigor del dato, la excelencia técnica en la elaboración de los Bianuarios.
Todo esto era por un aniversario de Beatriz Viterbo, pero sabemos muy poco de ella, a pesar de que se la quiera comparar con la Beatriz de Dante: más vale compartir las reflexiones a que da pábulo, por modestas que sean (y lo son) a repetir lo que gente de mayor sapiencia ha escrito en torno a ella y a su muerte.