A estas alturas, es claro que el foco principal de los conflictos en Medio Oriente no es ya la confrontación palestino-israelí, sino la situación en Líbano.
En una doble determinación que fortalece de manera significativa el proceso de paz entre israelíes y palestinos, y que honra a sus protagonistas, la Organización para la Liberación de Palestina y el Partido Laborista israelí abolieron, la primera, una cláusula de su Carta Nacional que postulaba la lucha armada y la destrucción del Estado de Israel, y el segundo, un párrafo de su programa en el que se oponía a la creación del Estado palestino.
Aunque los anuncios respectivos constituyeron más una formalidad que una novedad en la medida en que esas modificaciones estatutarias forman parte de los acuerdos de paz de septiembre de 1993 la renuncia a la mutua destrucción contribuye a consolidar la cooperación palestino-israelí en un momento por demás difícil para la pacificación de Medio Oriente.
Las dificultades más graves provienen, hoy, de los grupos fundamentalistas que se empeñan en socavar el entendimiento entre Tel Aviv y la Autoridad Nacional Palestina (ANP), y de la escalada que se ha producido en Líbano entre el gobierno israelí y Hezbollah, uno de esos grupos.
Lamentablemente, el gabinete de Shimon Peres, enfrentado a unos inminentes comicios, ha caído en la provocación del Hezbollah, ha respondido con una violencia injustificable a los también injustificables ataques de los integristas sobre Galilea, y de esa manera ha perdido, en la arena regional e internacional, el margen de acción y la imagen política que le había otorgado la paz con los palestinos.
Es significativa, en este sentido, la condena que la Asamblea General de la ONU emitió ayer contra los bombardeos israelíes en el sur de Líbano, y la exigencia del organismo internacional de que estos ataques cesen de inmediato y que Israel pague por los daños y retire a sus tropas del territorio que ocupan en el sur del país vecino.
Esta última es una demanda pertinente que debe ser cumplida. No hay ninguna justificación para que Tel Aviv mantenga ocupada, desde 1982, una porción de Líbano. Esta presencia militar, que Israel argumenta como necesaria para su integridad nacional, ha terminado por volverse en contra de sus legítimas preocupaciones de seguridad. Tal ocupación es un factor que obstaculiza la plena pacificación libanesa y el ejercicio de la soberanía territorial en el País de los Cedros, factores sin los cuales los propios israelíes no podrán sentirse seguros.
Ciertamente, los gobiernos de Irán y Siria mantienen una inaceptable y perniciosa injerencia en Líbano y son, en esa medida, corresponsables de la situación actual. La comunidad internacional debe ejercer presión sobre los gobiernos de Teherán y Damasco para que el primero suspenda su apoyo al Hezbollah y el segundo retire a sus fuerzas estacionadas en tierras libanesas.