Horacio Labastida
Mentiras, verdades y política

En el excelente reportaje de Jesús Aranda sobre el informe que la Suprema Corte de Justicia rindió, en el caso de Aguas Blancas (La Jornada, No.4178), hay un llamado de atención sobre el siguiente juicio formulado en el dictamen, a saber: ``infortunadamente existe la propensión de incorporar a nuestra vida política la cultura del engaño, la maquinación y la ocultación'', observación esta en la que el uso de la mentira se evalúa como una cultura del engaño, es decir, como la inclinación a hacer creer a otro lo que no es, valiéndose de palabras o de obras aparentes y fingidas, según la certera definición del Diccionario de Autoridades; y no cabe duda de que la apreciación del Alto Tribunal simple y sencillamente desvela uno de los más bochornosos pecados capitales de nuestra vida pública, pues en ella la mentira es ingrediente de una cultura enraizada en los orígenes mismos de la vida independiente.

Recordemos a propósito de nuestras no pocas falsedades políticas, algunas muy vergonzosas por cierto, que hállanse en los anales de nuestra historia. Ignacio López Rayón, entonces personero de la Junta de Zitácuaro, presentó a Morelos las conclusiones a que habían llegado sus miembros, en lo relativo a la constitución del nuevo Estado mexicano, las que rechazaría Morelos porque en ellas la soberanía se subordinaba a la posibilidad de que el rey español, entonces preso en manos napoleónicas, quedase libre y recuperara el trono. Con énfasis Morelos dijo a Rayón que la soberanía es absoluta o no es soberanía, y en explicación que el último diera al Caudillo se argumentaba que la utilización del nombre de Fernando VII era convenenciera se buscaba atraer a sus simpatizantes al lado independentista pero que en realidad no se cumpliría con semejante compromiso. Mandó al diablo Morelos las argucias zitacuarenses y convocó al Congreso de Chilpancingo, pues la mentira es incompatible con los sentimientos de la nación.

La mendacidad santanista se hundió hasta las heces de la traición. Se declaró federalista y buscaba el centralismo; fingióse héroe por la derrota de Barradas, cuando ésta ocurrió frente a la estrategia de Manuel Mier y Terán; prisionero de Houston firmó los ignominiosos Tratados de Velasco; y en la guerra del 47 se autoderrotó en La Angostura, frente a las diezmadas fuerzas de Taylor, y en Cerro Gordo dispuso la defensa para que las huestes de Scott hicieran añicos a los mexicanos. Con cínicos infundios trató de esconder sus felonías. Porfirio Díaz se hizo reelegir presidente bajo la bandera de la no reelección; fundó una dictadura disfrazada de democracia; llamó auge del país a las abundantes ganancias de inversionistas extranjeros y sus asociados locales; ofreció limpieza en las elecciones de 1910 y encarceló a Madero para asegurar el fraude comicial. Carranza juró acatar el artículo 123 y persiguió, amenazó y encarceló a los maestros que reclamaban el pago de sus sueldos, cesándolos masivamente; el año anterior (1916), quiso fusilar a los huelguistas que solicitaban el pago de salarios en monedas con valor real y no ficticio.

Obregón asesinó a la democracia con los cañonazos de 50 mil pesos; Calles enterró a los vasconcelistas de Topilejo y se autodeclaró jefe máximo de la revolución hasta su caída, en 1935-36, años en los que Lázaro Cárdenas juntó por breve tiempo la política con la verdad, puesto que a partir de Miguel Alemán volvería el ritornelo de los embustes destinados a simular prosperidades siempre inalcanzables en el futuro, a fin de compensar así las inconclusas pobrezas de las familias. El hambre, el desempleo, la quiebra de talleres, comercios y fábricas, la inflación ahora mal disimulada, los mercados sin consumo, la producción marginada de los capitales por los altos intereses, el campo estéril por falta de cultivo, las deudas pública y privada aplastando el exiguo ingreso de las personas, con el abultado pago de réditos, y el capitalismo trasnacional convirtiendo al país en insumo de sus operaciones mundiales y excluyendo a los mexicanos de su propia patria.

Por qué la mentira suplanta a la verdad en la vida pública? En el último medio siglo el poder político ha venido conformado sus decisiones a los intereses de élites extranjeras y nativas, asociadas entre sí, y no a las necesidades de la población. Entre la sociedad política y la sociedad civil hay una grave distorsión que impone, a la primera, o sea al mando político, la sistemática falsificación de la verdad como instrumento justificativo de su conducta ante la nación. Para esto se ponen en marcha las más sofisticadas falsedades investidas técnicamente con los ropajes de la verdad. Sin embargo, el informe de la Suprema Corte de Justicia sobre Aguas Blancas muestra que, a pesar de tanta mentira, la verdad puede crecer y florecer.