Enrique Calderón Alzati
Del engaño y la complicidad: lecciones para entender

Dos hechos importantes han ocurrido en los últimos días con un impacto que se antoja positivo para la salud del sistema político mexicano, en medio de la profunda crisis ética y de credibilidad en la que está inmerso: uno es el sigular dictamen emitido por la Suprema Corte de Justicia de la Nación en relación al crimen de Aguas Blancas, Guerrero, en el que de manera clara se implica al ex gobernador Figueroa en la comisión de varios delitos, por los que debe ser investigado y procesado penal y políticamente.

El otro hecho, igualmente valiente y de alguna manera ejemplar, es la aceptación pública de Fernando Ortiz Arana, ex presidente del PRI, de haber actuado en contra de sus propias convicciones para apoyar y aplaudir las decisiones del ex presidente Salinas, no obstante los daños que pudieran haber causado a la nación, como de hecho sucedió.

Ambos sucesos tienen una estrecha relación entre sí, que vale la pena subrayar, porque ambos inciden en uno de los gravísimos problemas del sistema político mexicano: La falta de compromiso de los miembros del Congreso para con la sociedad que representan, y el apoyo zalamero, acrítico y en muchos casos francamente delictivo hacia las estructuras de poder, trátese del presidente de la República, como en el caso de Salinas, o de gobernadores implicados en crímenes como es el caso de Figueroa y hoy también de Carrillo Olea, o de delitos de corrupción, lavado de dinero y uso indebido de recursos públicos, como son los casos de Roberto Madrazo, de Manuel Bartlett y de Patricio Chirinos.

Nadie pide ni espera que la Cámara de Diputados juzgue y condene a un gobernador como Figueroa, pero tampoco que desde allí se obstaculice y detenga la investigación de posibles crímenes cometidos por él, com lo hizo la diputación priísta, a iniciativa de los mismos legisladores guerrerenses Píndaro Urióstegui y Gómez Maganda, cuyas argumentaciones han terminado en la basura y el descrédito, ante el dictamen de la SCJN.

Un caso parecido es el del tristemente célebre Roque Villanueva, susesor de Ortiz Arana como líder del Congreso. La abyección e incondicionalidad de este diputado, así como la de sus compañeros de partido, adquiere hoy perfiles grotescos y vergonzosos ante el reconocimiento de Ortiz Arana y el fallo de la Suprema Corte. Cuántos de ellos estarán en condiciones de cambiar su conducta en un futuro cercano y a partir del ejemplo de su antiguo jefe, para el bien de sus representados y del futuro de México? Para ellos las posibilidades de manifestar su cambio son muchas y variadas, ellas incluyen desde la supresión del apoyo al gobernador de Tabasco y su enjuiciamiento ante los cargos de corrupción, hasta la instauración del Estado de derecho en Morelos.

El señalamiento de la Suprema Corte de Justicia y la confesión de Fernando Ortiz Arana, vienen a mostrarnos que los tiempos de impunidad están tocando a su fin, para quienes actuando desde posiciones de gobierno se sienten por arriba de la ley. Sin embargo, la lección más importante es para quienes, protegiendo a los delincuentes, tarde o temprano se ven involucrados como cómplices descubiertos de los mismos delitos que trataron de ocultar o desdibujar. Ejemplos de esto abundan en el sistema político, incluyendo por ejemplo a algunos miembros importantes del grupo Nexos, defensores a ultranza de Salinas, al igual que el propio fiscal de Aguas Blancas, quien hoy se defiende lastimosamente diciendo que no dijo lo que dijo.

El ejemplo llega y debe servir para orientar también a algunos medios de comunicación sobre los riesgos que corren, al estar ocultando lo que sucede, por grave que sea, como son los casos de Televisa e Imevisión, con su actuación en defensa de Roberto Madrazo, Rubén Figueroa y ahora Carrillo Olea, mediante omisiones y deformación de las noticias.

Por último, resalta el hecho singular de los senadores del PRI que nuevamente se opusieron a la investigación del sistema de justicia para enjuiciar a Figueroa, en virtud de las órdenes de Fernando Ortiz Arana, con lo cual acepto que o bien yo no entiendo nada o bien Fernando Ortiz Arana no se entiende a sí mismo.