En este año en que se recuerda a André Breton en su centenario, se ha puesto de moda citar aquello que dicen que dijo sobre México y el surrealismo. Pero como muchos conocedores afirman que en realidad no lo dijo sino que alguien se lo atribuyó, prefiero decirlo de otra manera. México es, entre otras cosas, el paraíso de las coincidencias improbables, y para demostrarlo ahí va esta perla de trivia musical: sólo aquí podía darse la coexistencia simultánea de dos estupendos grupos musicales formados por tres hermanos y un señor Montiel. Uno de ellos es el Cuarteto Latinoamericano, y el otro, Sacbé, que acaba de celebrar sus primeros y muy fructíferos veinte años de existencia. La sabrosa presentación de Sacbé con motivo de este cumpleaños se presta de inmediato para repetir la eterna pregunta: dónde están los sitios para oír jazz en México? Ante la respuesta hueca y vacía de siempre y el argumento de que no tenemos público para el jazz, va un dato: hace unos días la Sala Nezahualcóyotl recibió a más de un millar de personas para el cumpleaños de Sacbé. Y si a ese millar le añadimos la multitud de oyentes del radiofónico Panorama del jazz de Roberto Aymes, resulta que el público existe, que la demanda está ahí, esperando ser satisfecha. Conclusión: el jazz en México es otra manifestación creativa marginada, que vive precariamente a la sombra de los inútiles baladistas inventados por los mercaderes de la televisión y sus epígonos.
Más que estas especulaciones, sin embargo, vale la pena hablar de Sacbé y de su muy justificada celebración. Aun en un ámbito como el nuestro, en el que la longevidad per se es celebrada como un logro meritorio, el hecho de que esa tarde se hayan juntado de nuevo los hermanos Toussaint y sus colegas para hacer jazz es un triunfo de la persistencia en medio de un ambiente hostil; sin duda se dieron muchos momentos en que hubiera sido más fácil desbandar Sacbé ante los obstáculos, pero como resulta que los tres hermanos son muy tercos, ahí está el grupo, sonando mejor que nunca, y en plena renovación creativa a pesar de los laberintos logísticos que representa su funcionamiento continuo. La sesión musical del cumpleaños de Sacbé estuvo dedicada a dos presentaciones: la de los nuevos integrantes del conjunto, y la del material de su más reciente disco, Los pintores. Ocho retratos sonoros de otros tantos pintores del siglo XX, complementados con el retrato de un músico-pintor (como lo llamó Eugenio Toussaint), el gran Jaco Pastorius, jazzista formidable cuyo espíritu, evidentemente, habita en la música de Sacbé. Es pertinente aclarar que Los pintores no es, ni mucho menos, un intento de describir con música la obra de los aludidos. Los Toussaint y compañía son músicos demasiado inteligentes como para caer en el lugar común de tratar de convertir la pintura en música, o viceversa. Se trata, más bien, de una serie de viñetas casi impresionistas (en el sentido amplio del término) sobre cada uno de los pintores elegidos, a través de las cuales el renovado Sacbé saca a relucir lo mejor de sus virtudes de conjunto, así como lo más depurado de la técnica de sus integrantes individuales. Entre muchos momentos realmente atractivos de Los pintores, hay algunos dignos de repetidas audiciones y del comentario un poco más detallado. Así, el contemplativo solo de oboe a cargo de Paul McCandless pareciera retar y contradecir a todos los estereotipos que tenemos respecto al tormentoso carácter de Van Gogh. Por su parte, el homenaje mínimo del bajista Enrique Toussaint a Frida Kahlo rehuye cualquier asomo de pintoresquismo, color local o melodrama. Uno de los momentos más atractivos de esta galería de reminiscencias pictóricas se encuentra en la parte dedicada a Rousseau, composición de Eugenio Toussaint en la que el percusionista Armando Montiel se encarga de construir una fascinante melodía de membranas, auténtica polifonía de parches que invita a penetrar en los fantasiosos mundos primitivos de El Aduanero. Y como era de esperarse, mucho color rítmico en el breve y sustancioso Tamayo compuesto por el baterista Fernando Toussaint. En suma, una suite jazzística de pintores que no sólo está llena de buena música, sino que además se convierte en el vehículo ideal para calibrar el actual estado de salud de Sacbé. Diagnóstico: veinte años después, estos tres mosqueteros y sus dos colegas están haciendo un jazz muy completo y de una madurez notable. Como desconocedor casi absoluto de asuntos jazzísticos, no encuentro la terminología adecuada para poner en palabras mis impresiones sobre lo escuchado aquella tarde. Sin embargo, con la memoria lejana de mi primer contacto con Sacbé, allá por el año de 1980, en un minúsculo sitio de la Avenida Revolución, me parece que a través de dos décadas de trabajo el grupo ha tenido como mérito principal el mantenerse fiel a las convicciones musicales que le dieron origen, convicciones ancladas en un jazz de corte netamente latino y con una gran claridad de concepto y ejecución. Más aún: sin cambiar de estilo y sin dejarse llevar por la veleidosa moda, Sacbé ha incorporado con elegancia a su propia música la influencia de distintos artistas y corrientes jazzísticas, sin perder nunca de vista su propio estilo extrovertido, eufórico, luminoso. El propio grupo ayudó en esta ocasión a hacer este análisis comparativo de veinte años, al abrir su concierto con piezas antiguas de su repertorio, cuya audición no hizo sino confirmar el saludable proceso de añejamiento por el que han pasado los sabrosos licores frutales que recorren las venas de Sacbé. Entre esas piezas de ayer, además de la tradicional Caribe, una cálida elegía dedicada por Eugenio Toussaint a Alicia, su Alicia; música con dedicatoria perfecta a una mujer que es poseedora, entre otras cualidades, de una de las sonrisas más fáciles y contagiosas de la región.
Hoy, Eugenio, Enrique y Fernando Toussaint, con Armando Montiel y Paul McCandless, están haciendo un jazz simultáneamente muy actual y con mucha memoria. Enhorabuena, Sacbé, y que el camino blanco los lleve a cumplir otros veinte años haciendo música juntos.