Impulsado por el afán de utilidades excepcionales por ventas especiales, el ingenio de los mercaderes de juguetes y regalos infantiles, hoy en día al servicio del TLC, se ha dedicado a inventar días conmemorativos que se convierten en ocasiones para aumentar las ventas. Esos mercanchifles, a quienes Jesús expulsó del templo que profanaban, no se limitaron a utilizar las tradicionales puertas sacras para aumentar sus productivas ventas, sino que concibieron nuevos homenajes, periódicos como ``el día de la Madre'', ``el día del Padre'', ``el día del Cartero'' y hasta ``el día del Compadre''.Entre esos productos de la luminosa mente de los publicistas del mercadeo, apareció ``el día del Niño'', el 30 de abril de cada año, fecha adecuada para que los buenos padres se gastaran algunos ahorros para agasajar a sus pequeños con algún pequeño obsequio. Antes del TLC, se compraban en las modestas tiendas mexicanas, trompos, baleros, canicas, matatenas, muñecas de trapo o dulces de fabricación casera para halagar a los niños. Hoy, después del TLC, se colman los grandes almacenes, generalmente controlados por empresas extranjeras, de clientes que van a comprar juguetes electrónicos, eléctricos o de simple hojalata, que han venido a sustituir a los que alguna vez fueron productos de la colorida e ingeniosa industria juguetera mexicana, casi totalmente extinguida, gracias a la globalización que nos han impuesto los gobernantes mexicanos aliados con los traficantes internacionales.
Pero, para desgracia de muchos menores y desconsuelo de algunos vendedores, esa generosa costumbre sólo se extendió a pequeños sectores de clase media o alta, pues las grandes clases humildes, sobre todo después de casi catorce años de política neoliberal, los progenitores miserables no alcanzan a extraer de sus escuálidos bolsillos, algunas de las llamadas ``monjitas'' (ya sabe usted porqué el seudónimo), para adquirir algún modesto obsequio para ``sus niños''.
Pero ese sentido actual, neoliberal mercantilista de nuestro ``Día del Niño'', es sólo una muestra odiosa e inhumana de lo que los niños significan para la moral de nuestros prohombres del dinero, del poder y de la cultura.
Para muchos de éstos, la niñez hambrienta y sin educación, representa sólo la irresponsabilidad de los padres sin ingresos y sin alfabeto, sin medicinas y sin la moral de las habitaciones de varias recámaras. Para otros, los niños son, ahora durante la crisis más que antes, una fuente de trabajo barato y disciplinado; son, según los economistas del capitalismo salvaje en que hoy vivimos, seres que deben aprender a trabajar para sobrevivir, sin más derechos que los que se originen en su esfuerzo.
Sobre todo en los países atrasados, débiles y explotados, los menores de edad no debieran aspirar a una comida suficiente, ni a una educación apropiada, ni a un deporte o un juego costosos, pues todo ello los convierte en carga para una sociedad, condenada a la pobreza eterna de los más y a la riqueza injusta de los menos.
Pero, por fortuna, aún en países atrasados y regiones miserables, el ``Día del Niño'' es una luz en la conciencia colectiva, que no quiere seguir pensando en el día del niño como una ocasión de lucro mercenario, sino como exigencia para dar vida a un prolongado conjunto de derechos de los niños del mundo entero.
La lucha se orienta para lograr que los niños del mundo entero y, por supuesto los de México, tengan derechos a recibir alimentos, agua, ropa, habitación, educación, juegos y todos los satisfactores esenciales, sin necesidad de que tengan que consagrar su tiempo a producir mercancías, cuyo objetivo real es alimentar las ganancias de los patrones, compradores y explotadores del trabajo infantil.
Por ello, debemos utilizar el ``Día del Niño'' no para hacer unos cuantos selectivos obsequios a los menores privilegiados, sino para despertar en la conciencia de la sociedad mexicana, como fracción de una conciencia mundial, del derecho de la niñez a jugar, a reír, a disfrutar de sus primeros años, a educarse, a prepararse para llegar a ser adultos capaces, aptos, productivos y satisfechos.
Luchemos porque el ``Día del Niño'' no sea pretexto para repartir costosos regalos entre unos cuantos niños privilegiados, sino que sea ocasión para respetar los derechos de los niños, entre los cuales, según la fracción tercera del artículo 123 de nuestra Constitución, está el derecho de los niños de no tener que trabajar para subsistir y para educarse. Pensemos en que todos, cada quien a su manera y en su lugar en la sociedad, tenemos la obligación de defender a la niñez mexicana, que sin hipérboles ni metáforas, es el futuro de México.