Sin duda, el narcotráfico es ya un problema global. Es un cáncer que afecta a toda la humanidad. Por lo tanto, en la lucha contra ese cáncer deben participar todas las naciones. Y tan sólo por eso, son loables reuniones como la XIV Conferencia Internacional para el Control de Drogas, recién concluída en México.
El problema radica en la naturaleza de esa participación. Como en tantas otras cosas de este mundo sediento de democracia, a final de cuentas las opciones se reducen a dos: una lucha basada en una verdadera cooperación y en el consenso, o una lucha basada en el abuso de poder, la sumisión y la represión. A nuestro juicio, la primera opción, la democrática, es la única eficaz; mientras que la segunda, antidemocrática, a la larga resulta contraproducente.
Entre México y Estados Unidos ya hay una buena dosis de cooperación y consenso para combatir el narcotráfico. Matices aparte, ya hay un acuerdo respecto a la necesidad de conferir una alta prioridad a esa lucha. Y, en consecuencia, se multiplican los intercambios bilaterales para darle eficacia.
Para ser honestos, sin embargo, junto a ello, o en ello mismo, crecen indicadores de la antidemocracia. El propio consenso, a veces parece más forzado que espontáneo. No fue sino después de que el gobierno norteamericano decretara al narcotráfico como un problema de seguridad nacional, cuando su contraparte en México hizo lo mismo.
Ciertamente el efecto corrosivo del narcotráfico en las instituciones públicas amenaza a la seguridad de cualquier nación. Pero hay otra amenaza, igual o peor, que suele olvidarse: el intervencionismo, inclusive policiaco o militar, so pretexto de la lucha contra el narcotráfico. Intervencionismo que, obviamente, nada tiene que ver con una genuina cooperación; y que, por cierto, va mucho más allá de las ``declaraciones ofensivas'' de tal o cual funcionario.
Ese intervencionismo, hay que saberlo o decirlo, ya registra una clara tendencia ascendente. Acaso su mayor expresión tiene que ver con la presencia de la DEA (Agencia Antinarcóticos de EU) en México. Presencia otrora cuestionada, inclusive desde ciertos círculos gubernamentales. Lo cierto es que aquel organismo tiende a expandirse en número y funciones, ahora con cierto manto de legalidad, gracias a las ``Reglas para normar la actividad de la DEA en México'', acordadas por el gobierno salinista el 6 de noviembre de 1992.
A ello podría sumarse una variedad de asuntos, como la controvertida instalación de un grupo militar antinarcóticos (Equipo de Análisis Táctico) en la embajada norteamericana en México, según se reportara en Los Angeles Times (7 de junio de 1990). O la conformación, en 1991, de la Fuerza de Respuesta Rápida en la Frontera Norte de México. O, en fin, el creciente monto de dinero y equipo, incluso militar, que EU destina a la lucha de México contra el narcotráfico. Es preciso recordarlo: ``el que paga, manda''?Todo lo cual alimenta la tendencia principal en la lucha de EU y México contra el narcotráfico: la creciente militarización de esa lucha. Lo cual tampoco tiene nada que ver con una cooperación genuina, democrática. Primero, porque se nutre de un enfoque represivo y no consensual. Y segundo, porque se trata de un enfoque impuesto por EU.
Para colmo, el enfoque militarista continúa arrojando más daños que logros. Ya unos años atrás, la especialista norteamericana Kate Doyle llegaba a una conclusión muy importante: ``México asume la estrategia norteamericana, justamente cuando el gobierno de EU comienza a comprender que el narcotráfico es más bien un problema de salud pública, pobreza y educación'', que era el enfoque tradicional de México (``The Price of the Drug War'' en Current History núm. 571, febrero de 1993). Ahora nos encontramos con la noticia de que la cooperación (?) México-EU ya escala el peldaño de todo un Acuerdo Marco en el mismo terreno militar y que, además de la lucha antidrogas, concierne a entrenamiento, modernización de equipo y desastres naturales (La Jornada y Reforma, 25-IV-96).
Avanza, pues, la militarización de la lucha contra el narcotráfico, así como el predominio de la sumisión por encima de la cooperación. No se ve, sin embargo, el éxito de ese camino. Su final más bien apunta hacia una autoderrota. Pero eso amerita reflexionarse en otra ocasión.