Según el Tratado de Maastricht, firmado en 1991, a partir del 1 de enero de 1999 comenzaría a operar la unión monetaria europea, que representaría la plena integración económica y monetaria de sus naciones miembros. El calendario que se estableció en Maastricht fue el siguiente: a comienzos de 1998 se decidiría qué países han cumplido las condiciones para integrar la unión con base en el comportamiento de sus economías durante los años 1996-1997, y se establecerían el banco central europeo y la red de bancos centrales nacionales. El primero de enero de 1999 nacería la unión monetaria, lo que significa que comenzaría a operar la unidad monetaria de la Unión -el euro- y se fijarían los tipos de cambios de las monedas nacionales respecto a esa nueva divisa, los bancos centrales comenzarían a usar esta unidad monetaria y los gobiernos emitirían nuevos documentos de deuda en euros. Posteriormente, el primero de enero de 2002 se emitirían monedas y billetes en euros y el primero de julio de ese mismo año se retirarían de la circulación las antiguas unidades monetarias.
Las condiciones que los países deben cumplir para pasar a ser miembros de la unión el primero de enero de 1999 son dos: que la deuda pública bruta no exceda 60 por ciento del producto interno bruto y que el déficit en el presupuesto público no supere 3 por ciento del producto. Dado que en la actualidad, de los 15 países miembros de la Unión Europea, sólo uno -Luxemburgo- cumple inequívocamente con estas condiciones y que los restantes países están enfrentando serias dificultades para cumplirlas, se está planteando la discusión acerca de la pertinencia de la postergación de la fecha para dar nacimiento a la unión monetaria europea.
Las economías que constituyen el núcleo de la unión son las de Alemania y Francia, de modo que si cualquiera de ellas no está en condiciones de cumplir con los requisitos establecidos, la unión no podrá iniciarse en la fecha fijada en Maastricht. En este momento, ellas enfrentan serias dificultades, que están haciendo difícil que se puedan ajustar a los criterios establecidos. Durante el segundo y tercer trimestres del año pasado la economía francesa creció sólo 0.2 por ciento, y se estima que en el cuarto la actividad económica se contrajo. El presupuesto público para 1996 está basado en una proyección de crecimiento de la economía francesa de 2.8 por ciento, pero la mayor parte de las estimaciones señalan que no superará 1.7 por ciento. Este menor nivel de actividad económica significará que los ingresos tributarios serán más reducidos a los presupuestados, a la vez que la desocupación será más elevada, lo que incrementará los gastos en seguridad social. Todo ello significaría que el déficit en el presupuesto público sería mayor en 8 a 10 millones de dólares al inicial estimado.
La economía alemana enfrenta problemas similares a los de Francia. En el tercer trimestre de 1995 se mantuvo estancada y seguramente se contrajo en el último trimestre. Por otra parte, el gobierno anunció, a comienzos del presente año, que el déficit en el presupuesto público se había incrementado, en proporción al producto, de 2.6 por ciento en 1994 a 3.6 por ciento en 1995.
Intentar cumplir con las condiciones de Maastricht significaría introducir una política fiscal que limitaría aún más la dinámica de la economía de esos países, agravando el serio problema de desempleo que enfrentan. Esto es particularmente difícil en virtud de que en la primavera de 1998 tendrán lugar elecciones parlamentarias en Francia y que en octubre de ese mismo año tendrán lugar elecciones federales en Alemania. Qué político está dispuesto a introducir medidas contractivas en vísperas de un año electoral? Por otra parte, Jacques Chirac ya, el año pasado, conoció la reacción de los trabajadores franceses ante sus intentos de reducir el gasto público con la paralización del transporte público.
Es en este contexto que se están levantando las voces que proponen la postergación de la fecha fijada para dar comienzo a la unión monetaria europea lo que, según algunos, podría significar la muerte del sueño del canciller Helmut Kohl de una Europa unida en los planos económico, monetario y, por lo tanto, político