Carlos Bonfil
El día de la bestia

Un sacerdote alucinado recorre de noche las calles madrileñas en busca del Diablo. Según su larga y sesuda interpretación del Evangelio de San Juan, el texto sagrado señalaría, en clave, el lugar y día en que debería aparecer el Anticristo; día del Apocalipsis, día de la bestía: la Navidad de 1995 en Madrid. Con esta divertida transmutación de símbolos, Alex de la Iglesia, el talentoso director de Acción mutante (92), ofrece, a lo Tim Burton (El extraño mundo de Jack), una maligna Nochebuena en la antigua capital de la ``movida'' y el destape, hoy asolada por bandas de xenófobos dispuestos a limpiarla de la presencia de inmigrantes, prostitutas y homosexuales.

En Acción mutante los terroristas eran minusválidos decididos a atacar gimnasios y centros recreativos para hacer valer su lema ``Mente sana en corpore tullido''. El tono fársico provenía directamente del cine almodovariano de principios de los ochenta (Laberinto de pasiones, 82, aún invisible en México). Para mayor precisión, los productores eran Agustín y Pedro Almodóvar. En El día de la bestia, la producción, mucho más importante, le permite a Alex de la Iglesia sugerir una megalópolis futurista al estilo de Blade Runner: calles tumultuosas, omnipresencia del neón en los edificios, presentimiento de la violencia criminal en cada esquina, perspectivas vertiginosas desde lo alto de los rascacielos. La fotografía de Flavio Martínez Laviano y la estupenda pista sonora Battista Lena contribuyen esta vez a hacer de Madrid el personaje clave de la cinta. De la Iglesia recrea también en espacios asfixiantes (la pensión en que se aloja el cura) el costumbrismo de una familia monstruosamente típica. Parecería recordar el cineasta las películas inclementes de Marco Ferreri (El cochecito, 61) o de Luis Berlanga (Bienvenido Mr. Marshall, 52), como si en la misma película debieran subsistir los delirios de la modernidad y una parodia de la época franquista.

En esa irrealidad, y en esa astucia, se confunden épocas y obsesiones colectivas, como sucedía en Delicatessen, de los franceses Jeunet y Caro, donde una variante del Apocalipsis remitía a las penurias bajo la ocupación nazi. En El día de la bestia lo que se ilustra, con referencias constantes al cómic futurista y al cine gore, es el viejo cliché cultural y político de las dos Españas una clerical y reaccionaria, otra rebelde, rabiosamente liberal y modernista. Alex de la Iglesia y su coguionista Jorge Guerricaechaverría incluyen además alusiones muy directas al racismo de ultraderecha, tan beligerante hoy en España.

En su itinerario extravagante, el cura, empeñado a toda costa en hacer el Mal para poder toparse con el Diablo y pedirle mayores precisiones sobre la forma que revestirá el Anticristo, descubre a la persona ideal para abreviar los trámites: el profesor Caván (Armando de Razza), futurólogo charlatán y estrella de un programa de televisión. De la Iglesia prosigue aquí la sátira que en Acción mutante hacía de los reality shows televisivos y del lenguaje publicitario, añadiendo el tema de la parapsicología y el de la frustración del Dr. Caván, incapaz con todos sus poderes de librarse del asedio y cautiverio a que lo someten un cura delirante y un cuarentón rockero.

La superproducción o lo que pueda hacer las veces de tal frente a los productos hollywoodenses le sienta bien a Alex de la Iglesia. Su cinta obtiene galardones en España (seis Goyas) y un creciente reconocimiento internacional. En México, donde la fórmula privilegiada del cine cómico sigue siendo la del humor involuntario, una película inteligente como El día de la bestia es un modelo alternativo y un verdadero reto.