AUTOPISTA

Soneto futbolero

El mes pasado, la condición física de los integrantes de La Jornada Semanal se vio mermada por el siniestro rotavirus que ha decidido vivir entre el smog. Después del último estornudo, nos sometimos a una terapia de recuperación en la tortería El Cuadrilátero, con atención personal de los luchadores Superastro y Baby Face. Una dieta rica en tortas Gladiador Jr. nos dejó en condiciones de volver a las canchas.

No es éste el sitio para ufanarnos de la sobrada puntería de nuestro jefe de redacción en los penales. Si hablamos del asunto, es porque en los vestidores encontramos un soneto, firmado en 1982 y dedicado a Ángel Miquel, quien también ha escrito poemas sobre astros de futbol. Ya que estamos en tiempos de liguilla, nos atrevemos a ofrecer el soneto encontrado a nivel de cancha.

Góngora de remate

De perfección platónica la esfera

Mandarina de cuero oxigenado

Es su bote mil veces aplicado

En la cancha esmeralda: primavera


Los atletas practican rotaciones

En búsqueda del aire enrarecido

Círculo de gloria, trozo henchido

Que un tal Kepler mandó de vacaciones


Un delantero se hace el complicado

"Pinche, Góngora!", gritan los porristas

Al verlo burlar tanto, casi eras


Dominar en su empeine entusiasmado

Al mundo sin defensas, reservista

Que aquí remata en singular tijera.


Gadaffi para niños

27 años después de publicar el Libro verde, su famoso prontuario ideológico, el coronel libio Muammar el Gaddafi ha incursionado en la literatura para niños. Qué podría esperarse del carismático autócrata que mira el mundo como si fuera un espejo y no ha encontrado una región más fascinante que su pelo rizado? Las apuestas estaban mil a uno a favor de un texto narcisista, de tedioso proselitismo. Sin embargo, una vez más, el hombre fuerte de Trípoli se hizo el sorpresivo. Sus libros El pueblo, La tierra y La muerte del astronauta han cautivado a los niños del mundo árabe. Tan sólo en Egipto se vendieron 100 mil ejemplares en unas semanas.

El principal mensaje infantil de Gadaffi es: "lárguense de sus casas". De acuerdo con el coronel, los adultos son como almejas que viven encerrados en conchas repugnantes. La aventura del hombre está en el destierro, en el campo, en la soledad.

El relato La muerte del astronauta termina con el suicidio del protagonista que no encuentra nada digno en la Luna ni en la Tierra. Los temas rebeldes y los finales anticlimáticos, han hecho que el principal periódico egipcio, Al Ahram, califique a Gadaffi como "escritor relevante". Las buenas historias pueden salir del lugar menos pensado, incluyendo el desconocido corazón de un militar condenado a sanciones por las Naciones Unidas.

José Manuel de Rivas

El lunes pasado murió José Manuel de Rivas, a los 32 años. José Manuel era ya una figura imprescindible de nuestro medio editorial. Después de trabajar en El Equilibrista, fundó la editorial Heliópolis, que en un par de años ofreció rescates singulares, como El no, de Virgilio Piñera, y publicó a autores mexicanos como Francisco Hinojosa, Javier García-Galiano, Pablo Soler Frost y Alain Paul Mallard, así como excepcionales traducciones de Paul Valéry, Ödön von Horvath, Claude Michel Cluny y Stéphane Mallarmé.

Hace algunas semanas conversamos con José Manuel sobre Heiner Müller. No compartía nuestro entusiasmo por el dramaturgo alemán (que le parecía cínico en exceso), y esto fue una fortuna, pues su aguda inteligencia puso a prueba nuestra admiración.

En su ensayo para el volumen con el que Heliópolis celebró los cien años de Ernst Jünger, José Manuel escribió: "Depende del hombre lo vea o no que sea abominable o prodigioso el momento en que, una vez más, el hombre está por inventarse?" José Manuel vivió para que la balanza cayera del lado prodigioso. Nos va a hacer mucha falta.

CONFIGURACIONES

Hugo Hiriart

Regularidades

En una antiquísima jarra griega se ve a Edipo conversando con la esfinge. El monstruo está posado sobre una columna y Edipo está sentado en una piedra. De la escena, dibujada con gran delicadeza, nos sorprende un pormenor inesperado: Edipo trae sombrero. Cómo?, un griego de manto blanco, con sombrero? Pues sí, los griegos los usaban en sus viajes y paseos. Sócrates andaba de sombrero. Pero esa imagen, Sócrates discurriendo con sus discípulos tocado con un sombrero de ala ancha, no entra en nuestras regularidades. Entra en nuestras regularidades Sócrates comiendo un plátano? Forzado, pero sin demasiada anomalía. Plinio habla de una variedad de plátanos gigantescos. Un plátano de cuatro metros de largo, es propiamente un plátano? Y uno de 16 metros? El tamaño no dice nada acerca de si algo es o no plátano?

A principios de siglo una madre, en Australia, le da un cigarro a su hijo. La familia es muy rica, el niño no quiere fumar, la madre insiste, el niño fuma a regañadientes, la madre sonríe satisfecha. Qué escena es ésta? Qué madre tan singular. Qué dirías tú que está sucediendo? Nuestras regularidades empiezan a entrar en acción para responder. Las regularidades de madre, de educación, de fumar, otras. Tal vez empieces a pensar en cuestiones morales o pedagógicas. Pero no, nos faltaban datos: lo que sucede es que el niño, Paddy, que será el escritor Patrick White, es asmático y se usaba dar a fumar a estos niños cigarros terapéuticos (que aliviaban muy poco). Nuestras regularidades congregadas alrededor de "niño fumando" difícilmente podían incluir esto.

Qué son estas regularidades? Son el conjunto de notas que aparecen automáticamente alrededor de las palabras que usamos. Son algo así como lugares comunes delicadamente tramados a los conceptos. Están implícitas en las palabras y no aparecen por nuestra voluntad sino, como dije, automáticamente. Son delicadas y no las advertimos porque son hiperobviedades. Por ejemplo: nieve blanca. Si las contradices engendras figuraciones anómalas, a veces monstruosas. Imagínate un mar enorme, pero perfectamente quieto. Imagínate que ves caer nieve de color negro piano, o verde.

Si nos cuentan que en la China antigua se practicaron los sacrificios humanos, pero que la víctima era ahorcada, sentimos que hay algo anómalo en la ceremonia. Nuestras regularidades, en México, exigen algo tan complicado como tajar el pecho con un cuchillo de piedra y sacar el corazón todavía palpitante. En Uppsala, Suecia, en cierto festival, nueve hombres, nueve caballos, nueve perros eran ahorcados. Nueve, exactamente nueve: caracteriza al ritual que todo esté previsto y tenga significado preciso. Para ellos sacrificar más o menos de nueve víctimas propiciatorias debería ser escandalosamente anómalo. Es decir, las regularidades son establecidas por la cultura. Cristóbal Colón escribió a los Reyes Católicos notificándoles que había descubierto el Paraíso Terrenal. La posibilidad era normal en las regularidades de esa época, aunque sea una locura en la nuestra. Entender una época es, en parte, entender sus específicas regularidades.

Me parece que estas minuciosas regularidades tienen enorme significado en nuestras vidas. Y explican muchas cosas. Por ejemplo, son ellas las que hacen posible la creatividad literaria. Piensen en el mar perfectamente quieto, un espejo de agua, no hay en esa imagen horrenda un cuento o un poema? Y lo único que hemos hecho es contradecir la regularidad mar-movimiento. La inventiva literaria consiste, en buena medida, en jugar con regularidades, modificándolas, contradiciéndolas. El poema, el cuento, más deficiente, el plomo de plomos de aburrimiento bestial, es el perfectamente esperable, el que no modifica en ningún punto nuestras regularidades. Claro que no basta con esto y nadie puede recomendar la búsqueda de la originalidad a lo loco, desesperadamente, como parecen hacer muchos pintores e instaladores de ahora, porque eso también es muy aburrido.

Éste es sólo un ejemplo. Las regularidades participan en muchos y muy diversos campos de nuestras vidas, como veremos, tal vez, el próximo domingo. "Nunca prometas", aconsejan los asesores espirituales.




Naief Yehya

Los hacedores de cerebros

Promesas sin cumplir

Los apabullantes y vigorosos avances científicos que llevaron al hombre, a mediados de la década de los cuarenta, a controlar el poder del átomo, hicieron creer que todo era posible, que bastaba un poco de paciencia para que el universo revelara sus secretos. En esa atmósfera de euforia, se creyó que la mente humana podría ser reproducida, y la inteligencia "creada" de manera artificial. David H. Freedman, en su libro Los hacedores de cerebros (Editorial Andrés Bello, 1994), rastrea el desarrollo de la inteligencia artificial (IA) desde sus orígenes semioficiales, en una conferencia en Dartmouth durante el verano de 1956, cuando algunos de los mayores expertos de este novedoso campo, como Marvin Minsky, John McCarthy y Edward Feigenbaum, especulaban que los años setenta verían la llegada de las máquinas pensantes a la cotidianidad doméstica. Estamos a menos de cuatro años del fin de siglo y la mayoría de nuestras máquinas aunque a veces sorprendentes parecen muy poco inteligentes y definitivamente están a años-luz de Terminator, Roy Beatty de la cinta Blade Runner, Hal de 2001, odisea del espacio o de la licuadora sabia de Perdidos en el espacio.

El carbón contra el silicón

Durante años, los técnicos trataron de hacer un cerebro que comprendiera órdenes lógicas y tuviera sentido común. Es decir, querían hacer inteligencias de alto nivel. Hoy es claro que nada resulta más difícil que enseñarle a una máquina conceptos abstractos o mostrarle que la lógica aplicada a la vida debe ser rigurosa pero a la vez flexible, o bien que los problemas reales son dramáticamente distintos a los modelos de laboratorio. Freedman apunta que entre las máquinas inteligentes más exitosas están las computadoras que juegan ajedrez: "Este juego parece mandado a hacer para la Inteligencia Artificial [] sus reglas y objetivos son claros y los movimientos relativamente obligados." Pero incluso la máquina ajedrecista más evolucionada, Deep Blue de IBM, fue bochornosamente derrotada hace poco por Kasparov (4 a 2). Pero mientras una máquina puede ser excelente en actividades repetitivas con reglas claras, es muy poco probable que en un futuro próximo logre descifrar las sutilezas de un acto tan humano como platicar. No hay duda que, como dijo el compositor neoyorquino Elliott Sharp, es mucho más interesante el pensamiento no lineal, curvo y continuo a base de carbón (debido a que ese elemento es predominante en las células de los seres vivos) que la conciencia cuadrada, lógica y rígida a base de silicón.

La inteligencia de los insectos

Una de las revoluciones más inquietantes de la IA tuvo lugar cuando algunos investigadores se dieron cuenta de que había otros tipos de inteligencia, como los relacionados con el movimiento y la visión, y que no era mala idea comenzar por observar la naturaleza para imitarla. El doctor australiano Rodney Brooks, concluyó que la inteligencia no podía construirse de arriba para abajo sino que, por el contrario, había que seguir el modelo del ADN de las células y partir de lo simple para llegar a lo complejo. Brooks se ha dedicado desde entonces a hacer robots-insectos o mobots (de robots móviles), como sus cucarachas de seis patas, Atila y Genghis. Estos seres, en vez de saber cosas o estar atormentados por mecanismos de razonamiento o planificación, tan sólo tienen capacidad para reaccionar y, hasta cierto punto, aprender de sus reacciones. Freedman escribe que lo interesante de estos mobots es que pueden llegar a improvisar: "las reglas que hacen detonar un proceder en particular son directas, pero el modo siempre cambiante con que el torrente de información sensorial proveniente del mundo real las invoca, produce comportamientos 'emergentes', esto es, las rutinas más simples terminan operando juntas de modos impredecibles y sorprendentemente complejos". Las ideas de Brooks y sus seguidores han puesto en entredicho la filosofía de Minsky, McCarthy y Nils Nilsson, entre otros, quienes creen fielmente en que la lógica es el único camino para desarrollar la IA y que "la única manera sensata de lograr la inteligencia de máquina era descubrir un esquema formal para representar el conocimiento y el razonamiento, y luego programar este esquema en una computadora digital".

Haciendo cerebros y confundiendo lectores

A pesar de tener una portada infame (capaz de disuadir hasta al lector más entusiasta), la traducción del libro de David Freedman es una excelente introducción al campo de la Inteligencia Artificial. Aquí se presentan los principales protagonistas, sus rivalidades y sus credos. El autor mantiene un tono y un nivel accesibles al lector no especializado a lo largo de todo el texto, de forma tal que evita perderse en tecnicismos y complicadas descripciones de procesos. Desgraciadamente, la traducción a veces vuelve el lenguaje farragoso y por momentos incomprensible (debido al uso de términos poco afortunados como bobos, o traducciones extrañas como subsunción). Este tipo de fallas, fácilmente evitables, le restan credibilidad al texto.

Naief Yehya [email protected]