La Jornada Semanal, 28 de abril de 1996
Una vuelta
Un acercamiento a Velter: habitante de los continentes de la palabra. André nos daría dos matices: "Soy un poeta más cercano a la oralidad y le doy una importancia especial al oído", dice. Y se distancia de la poética que impulsara el "golpe de dados" lanzado por Mallarmé sobre la franela del cosmos. "Los escritores que continúan el impulso mallarmeano son, por ejemplo, Du Bouchet y Bonnefoy. Los escritores jóvenes tienen sus reservas al respecto. La última expresión poética de la página en blanco fue el vacío occidental y nosotros no quisimos caer en la tentación. El vacío tiene otras formas de existencia."
Le hablo a Velter sobre la pérdida de la función crítica de la poesía. "La función continúa dijo, rápido, pero no puede ser ya su finalidad; acompaña, con discreción, a lo poético. En favor de la sonoridad: coquetear apenas con el oído de la poesía popular sin doblegarse a lo popular. A caballo en dos monturas. El aspecto crítico necesita convertirse en la sustancia poética. Los modos de pensamiento con mayor presencia, el de los presocráticos o el nietzscheano, se inscriben en el espacio poético." Velter se ríe de su última frase, como si sus palabras hubieran hecho una travesura. Aunque tiene la voz gruesa y alta, la faz de André es la de un infante pícaro. André continúa: "Se ha convertido en un mito el asunto de que los jóvenes poetas franceses escriben una literatura hermética, breve, en el juego blanco de la página. Lo hacen aún los de la generación anterior, la que mencioné, o algún joven principiante. Puedo mencionar a cuatro o cinco que prefieren la transparencia, la sonoridad, visitar el poema más largo, o el poema-libro. Alguna resonancia ha tenido en nosotros Paul Celan, pero nuestra poesía se encuentra en otro sitio."
Nombrar, de nuevo, el mundo? "No, no, no; es la manera en que deseamos nombrarlo nosotros. Yo, por ejemplo, cada vez hago menos metáforas, menos imágenes; lo que no quiere decir que no poetice las visiones por las que transito, o las que se me aparecen en el vacío. Y lo mismo encontrarás un poema muy violento, antirreligioso ['El tiempo de la blasfemia'] que, en la página siguiente, un nocturne suave, acaso sensual, a Santa Teresa ['El árbol solo']." En la sección cuarta del poema herético, se escucha: "Maldito sea lo intangible/ maldito el dogma y sus gnomos enfermizos/ maldita la herencia clavada en la piel/ en la voz/ y maldita sea la maldición." De inmediato, los primeros versos del nocturno: "Con cuál amor lo has amado?/ Con cuál amor infanta mía/ con cuál mi pequeña santa/ tus palmas se extienden hacia la piedra/ tus párpados puestos contra la noche,/ así la noche, el silencio,/ den a la ausencia un cuerpo de amante?/ Con cuál amor lo has amado?"
Crítica y poesía
En uno de los libros de Velter aparece la fotografía de un chamán tibetano. "La tomó mi esposa Marie-José Lamothe; el chamán es amigo nuestro. Marie-José habla muy bien el tibetano y me apoya en las conversaciones; yo apenas lo entiendo." Leí que habías subido a cinco mil cien metros en el Himalaya. "De cuando se publicó el librito a la fecha son ya cinco mil seiscientos; pretendo alcanzar los seis mil. A esa altura necesitas equipo de alpinismo profesional; es más complicado. Ha habido chamanes que han sobrepasado esa altura. En la cúspide de la montaña, ante aquel espacio abierto, la percepción es otra cosa."
La altitud
Velter llevaba cuatro días en México y éste era su primer viaje a Latinoamérica. Hacía planes para regresar y le quedaban aún tres días de estancia. Deseaba conocer algunas comunidades indígenas, su poesía, sus rituales. Mientras tanto, se llevaba algunos poemas en lenguas llamadas "minoritarias" (André hizo el gesto de ponerle comillas al vocablo minoritaires); publicará los más interesantes en la revista Caravanes, que dirige él mismo y cuyas páginas han editado, principalmente, poesía de las minorités. "Las otras lenguas siempre han tenido su espacio; las revistas de una época pueden contener la historia literaria de las lenguas dominantes."
Lo acompañábamos Marta y yo en la sala de estar de La Casa de los Escritores y los Teatreros, en el barrio de San Lucas. Bebíamos cerveza en botellas de cristal verde. André conocía a varios místicos tibetanos, como al oráculo de Shey, en Ladakh. En una comunidad donde los actos cotidianos se bañan de espiritualidad, el arte adivinatorio se ramifica.
"He escuchado a chamanes, rodeados por mucha gente, cuya actividad se convierte en una retórica reiterativa, o los que echan mano de trucos y una gestualidad teatral; sin embargo, incluso ante estos chamanes de paspartú, populares, la contraparte, los que escuchan, tienen una intervención decisiva: en ellos estácreer o no creer. No pocas veces les creen a estos curanderos de barrio y mercado. Yo se detiene Velter, a muchos no les creo. Ellos y los más prestigiados por su veracidad cumplen también una función social, en la esfera privada: curan el cuerpo y el alma. Y hacen de ello una profesión, un modus vivendi. Los médiums mezclan dos dimensiones: la curativa y la profética. A los chamanes que más recurre la gente son a los que las altas autoridades místicas (algún oráculo, o varios) les reconocen públicamente sus dotes proféticos, sus vínculos con las divinidades. El oráculo, que se mantiene en los monasterios de los países altos, ha sido poseído por los dioses y puede reunir el pasado con el futuro. Los lamas, a su vez, atestiguan de viva voz que los oráculos han sido visitados por las deidades."
Marta le pregunta si lo pueden hacer por voluntad. "Es un asunto que viene de Dios; son poseídos dos o tres ocasiones al año... Se convierten en exorcismos colectivos. El oráculo anda a caballo por las alturas. Con los lamas, suelen habitar a más de tres mil quinientos metros de altitud, como en el monasterio budista de Putkal, o a cuatro mil, como en Zanskar. En la cúspide, hay un árbol solo." Es el título de su libro: L'Abre-Seul. Este árbol fue descrito por Marco Polo (según lo refiere Velter, en Las maravillas del mundo) en los confines de Persia, hacia el soplo de la tramontana. Los cristianos lo llamaban, sin embargo, L'Abre-Sec. "Entre los tres mil quinientos metros y los seis mil, hay lugares donde habitan las malignidades. En esa altitud se encuentran los monasterios, cuyos habitantes reciben también profecías de la malignidad y no sólo las de Dios. Esto lo sabe la gente y supone que los oráculos y los lamas habrán de prevenirlos. Allí habita también la plenitud. Aunque yo no he sido iniciado, en ese espacio de quietud se dibujan escenarios del júbilo."
Velter descruza la pierna, toma una botella de cristal verde, bebe, la posa en la mesa de centro. "Por ello, le tengo cariño a una frase de Buda: 'La vida es un fresco en el vacío.' La altitud ofrece esta especie de vacío. Las facultades mentales se agudizan, se ponen en acción casi de manera espontánea. La altitud define y delínea. No se trata de una experiencia estética, sino del gusto físico. Las fábulas que aparecen en el fresco no sólo son visiones; fueron escenas que viví realmente. En mi último libro [Le Haut-Pays, Gallimard, 1995], hay varias de estas historias reales-visionarias. En esa comarca alta, la persona se desprende de todo; abandona la identidad. Se da un desprendimiento y luego la adaptación al vacío interior. Para ser, el Ser necesita el vacío interior. No he encontrado un punto fijo, como podría suponerse. He tenido la gran oportunidad de entrar en el sentido del movimiento perpetuo. Dos palabras: vida y cosmogonía."
El arco, el golpe, el átomo
André ha comentado que practica tiro al arco, artes marciales, y que sube a caballo las altitudes, ataviado de sombrero negro, camisola a cuadros, jeans, botas de montaña; de un cinturón grueso penden dos pistolas tipo revólver y una espada. No contraviene ninguna ley, pues es la usanza en aquellos territorios del cielo. Le pido, entonces, que juegue a resumir la sensación. "Te voy a responder con unos versos del poeta persa Saadi, amigo mío y con quien comparto el sentido de sus palabras: 'El viento del Este pasará/ tanto sobre esta Tierra/ que se llevará cada uno de nuestros átomos/ hacia lugares diferentes.' Estos versos me piden que no busque estar situado en un lugar. Allí puede iniciarse el juego y las palabras encuentran otras vinculaciones, poéticas, filosóficas, ético-irónicas, como éstas: 'Ir donde no me espero', 'Lo efímero permanece', o 'Es bueno perderse'."
Se toma las rodillas, mira hacia los ventanales del mediodía. Continúa: "Como las bondades más sensibles me vienen del cuerpo, practico el arco y el karate; me acentúan la experiencia física. Pero son disciplinas de honor, de preservación: ante el disparo de la flecha, el blanco eres tú mismo; en el karate, te vences. Ambas artes hacen intensa la realidad de estar presente, en la horizontalidad. El sentido de la ascensión, el vertical, lo obtienes en la montaña."
Pero en la cuarta dimensión
Retomamos el asunto de los átomos y el juego de los otros sentidos. Le digo que su idea "Lo efímero permanece" recuerda a la de otro escritor ("La fugacidad permanece") y que ambas podrían tener valor de teorema o de noción filosófica. Con una mirada maliciosa, Velter agrega: "Las frases se dan en la región de la poesía. En designaciones más finas y últimas, la astronomía, la física, o la filosofía misma, son provincias de esa región. Los hombres de Occidente no pueden aceptar tal aseveración, pues dominan la potencia productiva, tienen el poder. Incluso, en Oriente, esta cultura se ha mezclado con las costumbres milenarias. En el pensamiento oriental ya se encontraban las tesis del big-bang y el big-crunch, con lo cual los físicos andan de cabeza."
Le pregunto si aceptaría que se le llamara "poeta postcartesiano" o "poeta de la física ultra-asimétrica". Responde que en todo caso pensaría en algo así como "poeta de la geometría espacial... pero de la cuarta dimensión". Cómo sería el camino para acceder a ella? Hace girar la botella.
"Voy en mi caballo, pertrechado, ascendiendo a unos cinco mil cuatrocientos metros de altitud. 'El caballo sacudía el cuello, fulminaba por la nariz, dirigía un ojo irritado a su amo.' Tan mala la cabalgadura que no llega a la cima como el jinete que se apea en el descenso, pienso; un pacto de honor en las caravanas. `Los precipicios resonaban con el choque de los cascos; el camino se tornaba en jirones azules y tierra sacudida. El caballo se encabrita contra el cielo. Yo sentía embriaguez en cada uno de mis huesos'. Detengo mi cabalgadura; desmonto, bebo del cántaro. Me siento contra el muro de piedra de la cima; me acomodo el ala del sombrero y miro la inmensidad. Empieza el momento más intenso de un sol vertical, violento. Su luz es directa, definitiva. La fusión de luz y paisaje hacen un gran fresco de transparencia. 'Como un rayo de luz suspendido, el sendero se eleva vertical.' Abajo, en un horizonte casi curvo, se desliza el desierto. Sobre esa atmósfera clara, inquieta sólo por el viento, aparecen líneas, escenas, personajes, historias. `Y eso se inmoviliza, o danza, y raramente se pierde.' Así, la anécdota del ermitaño que vivía en un pozo sin fin visible, suspendido de una escalera de bambú, cuyos escalones se desmoronaban cuando el hombre subía. Estoy envuelto en un calor intenso que se transforma en dolor. Allí mismo la experiencia es un canto bajo el sol seco. Un sol del desierto, que me hiere como los sufrimientos de Lawrence de Arabia, quien accedió a la pureza. Porque la experiencia fue limpia. Estoy hablando de una poesía ascética. Del éxtasis ante una manera del vacío: la gran transparencia. La página en blanco se ha desvanecido. No tener más. Darle menos. Y transitas hacia otra dimensión. Vale resaltar que no se trata de un acto intelectual. La experiencia es, en sustancia, física."
André regresa del mundo de las palabras, a la otra realidad de La Casa de los Escritores. Se da un poco de tiempo y continúa. "La lectura de un poema bien elaborado es, para mí, como si te bañaras en la luz. No soy sensible a la poesía que enmascara las cosas. No busco la luz difusa, ni el momento del alumbramiento. Necesito sentir que las palabras caigan como el agua. Busco la eficacia ebria de la lucidez, las imágenes y el aliento desde el dolor. Al mezclarse, me viene la sensación fundamental: el gozo, el júbilo. No quiero un rebuscamiento intelectual en mi poesía. Estoy inclinado hacia la transparencia. En la altitud aquella, al lado de mi caballo, las facultades mentales se ponen en acción, definen, condensan y hacen una lectura en ese espacio geométrico. Insisto: La vivencia no tiene nada que ver con la intelección. La frase de Buda que recordé al principio de esta charla refiere la esencia de ese encuentro: tras lo real se encuentra lo real, en todo caso. Para el budista, lo importante es acceder al mayor grado de conciencia, de lo real. Por todo ello, puedo atestiguar que viví realmente las anécdotas, las historias, las fábulas de mis libros. El cuerpo, lo físico, es clave en tal percepción. Si a esto te place llamarlo, sin vergüenza, cuarta dimensión, hazlo."
Ritual y Occidente
Le pregunto que si ha formado parte de los ritos. "No, he participado en muchos rituales, pero como voyeur. La visión es mi visión, recargada en la experiencia mística. Esto se opone a lo sistemático, deja sin preguntas al cartesianismo. En cuanto al hinduismo, la realidad es una ilusión; se abrigan con fuerza a la religiosidad. El budista busca la experiencia mística, como en San Juan de la Cruz. Y no pueden eludir transitar por el castigo, la prueba, el dolor, para ser visitados por Dios. Los oráculos entienden que este privilegio se da a través del sufrimiento. Para el budismo hay un doble movimiento: el despertar es equivalente a la intensificación de la conciencia, de la claridad. No hay oposición, sino unidad de los diferentes o 'la unidad de los contrarios'. Debido a ellos, habitan la misma zona donde moran las malignidades. No se va de la claridad a la oscuridad, como en Occidente, donde la conformación del inconsciente instala una opacidad inaccesible. La atención puesta en tal oscuridad trae situaciones conflictivas, esquemáticas. Es difícil pensar, por ejemplo, un canto de un pensamiento. En Oriente, no se podría imaginar ser artista y no filósofo. Sé que, por la forma, lo que he dicho es simplista, pero apunta hacia ciertos tópicos de Oriente-Occidente. En una imagen sencilla, supongola alta montaña, a un lado el sol y del otro la luna. Me sitúo en el lado oscuro y en el luminoso de la montaña, a un tiempo, como lo hiciera Henri Michaux. Me digo que no hay que enraizarse, ni cantar a lo otro. No intento glorificar el allá para denigrar mejor el aquí."
El poema: un libro escrito en el horizonte
"Esta ubicación frente a ambas culturas anima la composición de mis libros. No los preparo reuniendo poemas escritos de manera aislada. Para mí, el libro es el poema. Este poema acepta la multiplicidad, los contrapuntos. Cada pieza poética tiene una función en la estructura. De una a otra pueden contradecirse, en forma y tema, o dialogar. Es una unidad diversa". Marta le pregunta sobre su especial pretensión y André responde: "Lo que más deseo es vivir sobre la línea del horizonte. Y esto es tangible. En el punto más alto de la Tierra me tiendo, bocarriba. El Techo del Mundo, que no cubre nada, se abre al cielo en otra luz. Estoy en el horizonte".
* En colaboración con Marta Cruz