La Jornada Semanal, 28 de abril de 1996


Los libros del caos

Jorge Volpi

Autor de las novelas A pesar del oscuro silencio y La paz de los sepulcros, Jorge Volpi (México, 1968) es una de las voces más originales de la narrativa mexicana reciente. En su veta ensayística se ha ocupado, entre otros, de Jorge Cuesta y Michel Foucault. El texto que ofrecemos a continuación establece un sugerente eco con "Los demasiados libros", de Gabriel Zaid.



a Ignacio Padilla

Bienvenido sea el caos. Los más serenos anuncian su advenimiento como la revolución científica más importante del siglo XX, sólo comparable con la teoría de la relatividad, mientras los más entusiastas cuya retórica no olvida un tono de religiosidad y afán proselitista hablan de la mayor transformación del pensamiento en la época moderna.

COLLAGE DIGITAL: JOSÉ LUIS GUZMÁN WOLFFER

A diferencia de la mayor parte de las proezas de la física, a unos años de su creación el fantasma de la nueva teoría recorre el mundo. Aunque sus fundamentos son escasamente comprensibles por aquellos que no se dedican profesionalmente a las matemáticas, el caos permea ya el discurso de gran variedad de disciplinas, de las ciencias sociales a la psiquiatría y de la filosofía a la teología. El fenómeno ha sido calificado, más que como un descubrimiento, como una transformación radical de la manera de enfrentarse al mundo: un cambio de racionalidad o, como se ha preferido llamarle, de paradigma.

La historia de esta revolución comienza a principios de siglo, cuando expertos en ciencias muy alejadas entre sí comenzaron a encontrar errores en el modelo newtoniano. Sus premisas la posibilidad de explicar cualquier sistema a partir de la acción de sus partes y la de predecir adecuadamente su funcionamiento si se conocen sus condiciones iniciales, empezaron a ser cuestionadas desde distintas perspectivas.

La relatividad de Einstein y la teoría cuántica de Planck empezaron a poner en duda el modelo anterior. El primero acabó con la idea de tiempo absoluto que pasó a depender del observador, mientras el segundo derribó la concepción de la ciencia como una explicación completa de la realidad. El principio de incertidumbre de Heisenberg es imposible conocer al mismo tiempo la posición y la velocidad de un electrón demolió la certeza absoluta de los modelos científicos, sustituyéndola con una mera aproximación estadística a la realidad.

En fechas posteriores, la teoría cuántica causó aún más problemas al tradicional paradigma newtoniano. La célebre historia del Gato de Schröndinger ha ofrecido un nuevo desafío: ésta indica que, ante la fuerza del principio de incertidumbre, sólo la observación permite cerrar la disyuntiva de opciones que ofrecen la misma probabilidad de cumplirse. Dos teorías pretenden explicar el fenómeno: una dice que, mientras no haya observación, debe realizarse una "suma de historias", es decir, crear antinomias compatibles; la otra, que, al momento de realizar la observación, el universo se bifurca en dos mitades irreconciliables. Posteriormente, la teoría de la información también contribuyó a la demolición del modelo anterior. Claude Shannon, un experto en comunicaciones de ITT, observó que entropía e información podían volverse sinónimos: a mayor desorden mayor información, y viceversa. De nuevo, al parecer, el orden no era la constante del universo.

Sin embargo, el golpe decisivo lo dio un climatólogo, Edward Lawrence. Al tratar de explicar el comportamiento del clima por medio de una primitiva computadora, Lawrence descubrió que aparecía un persistente margen de error. Varias veces repitió sus operaciones, pero la falla se hacía más grande conforme pasaba el tiempo. La anomalía no era un defecto humano ni técnico, sino una falla del sistema usado para explicarlo. El clima es un "sistema dinámico no lineal", en el cual intervienen al mismo tiempo gran cantidad de factores que interactúan entre sí. Para explicar sistemas como éste, al antiguo paradigma no le quedaba más remedio que descomponerlo en unidades simples; no obstante, el experimento de Lawrence demostró que, en ellos, las causas pequeñas generan efectos tremendamente grandes, y que la simplificación sólo lleva al error. Así nació el ya famoso efecto mariposa. Más tarde, Lawrence encontró ciertos patrones que permitían augurar una extrañaorganización del caos. Desde luego, no se trataba de un sistema determinista predecible, pero tampoco de uno completamente aleatorio, sino de una combinación: un caos determinista. En cuanto Lawrence publicó sus estudios, las irregularidades y discontinuidades comenzaron a brotar por todas partes. Gracias a ello, otro extravagante matemático, Benoit Mandelbroit, se encargó de encontrar, además de una nueva física, una nueva geometría, no euclidiana, la geometría fractal. Estos cimientos rápidamente fueron identificados como punta de iceberg de un paradigma emergente. Sus implicaciones han comenzado a modificar hasta los conceptos más comunes sobre el universo.

La literatura nunca ha podido sustraerse de los vaivenes de la ciencia y, de hecho, el nuevo paradigma la invoca como uno de sus elementos fundamentales. Una nueva concepción holística hace que literatura y ciencia, religión y filosofía se consideren modelos complementarios para acercarse a la realidad. Así como pueden hallarse correspondencias entre el modelo aristotélico y la literatura medieval, el neoplatonismo y las ideas estéticas renacentistas, la revolución copernicana y el barroco, el sistema newtoniano y la literatura moderna, la relatividad y las vanguardias de principios de siglo, la cuántica y la posmodernidad, el nuevo paradigma, basado en el caos, permite aventurar algunas ideas sobre lo que la literatura puede hacer en el futuro cercano o que ya se empieza a hacer en distintas y variadas obras.

Qué variantes, qué formas, qué recursos podrían hallarse en los libros del caos? Las que siguen son sólo unas cuantas hipótesis al respecto. Me referiré principalmente a las posibilidades de la novela, analizando qué transformaciones podrían darse en su estructura interna, en su relación con el lector, en el manejo del tiempo y el espacio y en los juegos de verdad que plantea.

La estructura

Si fuese posible eliminar las raíces newtonianas del pensamiento al momento de escribir una novela, habría que asentar de principio que ésta debe reconocerse como hecha de sistemas complejos o caóticos. En vez de considerar una narración como un conjunto desmontable, habría que imaginarlo como un espacio en el cual decenas de factores influyen unos sobre otros. La deconstrucción, al apartarse paulatinamente de la idea de estructura central del discurso, ha dado ya los primeros pasos en este cambio. Sin embargo, las novelas del caos tendrían que llevarlo aún más adelante.

En primer lugar, habría que considerar la estructura de las novelas no como un armazón previo o escudriñable: su forma sólo podría derivarse de sus procesos y movimientos internos, y del proceso abierto que mantiene con el lector. De este modo, ya no podría hablarse de partes separadas que permitan ir construyendo una "historia", sino de una historia total que explica a las partes. Cada elemento de la narración del estilo y la sintaxis a los ambientes, las acciones y los personajes tendría, no sólo la misma importancia, sino una relación íntima con los demás. Narración e historia constituirían un sistema imposible de descomponerse o interpretarse, en el sentido que lo ha hecho la crítica francesa. Por el contrario, se llegaría también a un modelo de análisis y de lectura que pretendiera una visión global, más que la desarticulación de elementos.

Asimismo, dos términos clave de la teoría del caos podrían regir el desarrollo de las novelas: interacción y autoorganización. El primero se refiere a la repetición, con sutiles variaciones, de modelos iniciales que poco a poco van tendiendo hacia el caos; el segundo, a la reorganización de este desorden interno en nuevos sistemas ordenados, copias mínimas del modelo original. Del caos al orden al caos al orden. No veo por qué no pueda reutilizarse esta idea religiosa y mítica para escribir una novela fractal.

Relación con el lector

Mucho se ha hablado de que este es el tiempo de la interactividad. Desde hace mucho, la crítica literaria, de los formalistas rusos a los estructuralistas y hermeneutas, ha resaltado el papel del lector en las narraciones; sin embargo, esto se ha hecho con libros que no lo buscaban conscientemente. Quizá sea hora de intentar novelas conscientes de esta participación narrativa.

El sustento matemático es fascinante: como hemos señalado, los experimentos con partículas cuánticas demuestran que la medición de un sistema influye decididamente en su comportamiento. En cuanto observador y observado (sujeto y objeto) se ponen en contacto, crean un sistema indisoluble. La informática ha captado la relevancia de este hecho y famosos escritores han intentado seguir el modelo de Dungeons & dragons o aun escribir novelas para computadora (incluso con recursos multimedia), como el intento de Calvino reproducido el 24 de septiembre en La Jornada Semanal.

La intención, independientemente de lo que se intente con la ayuda de las computadoras, es, en efecto, mostrar una nueva relación sujeto-objeto. Las narraciones serían vistas entonces como objetos susceptibles de ser transformados por quien los lee, más que mostrando laberínticas construcciones de opción múltiple (que a fin de cuentas representan sistemas deterministas predecibles), dejando cada vez más espacio para la imaginación del lector. Si el autor puede retrotraerse aún más de la narración, sería posible que el lector la escudriñe y complete como lo hace con el mundo llevando a sus últimas consecuencias las viejas intenciones de Eco: crear, más que finales, narraciones permanentemente abiertas.

Tiempo y espacio

Estas dos nociones han sido cuestionadas e incluso negadas por las conclusiones más recientes derivadas de la teoría del caos y de la teoría cuántica. El tiempo absoluto ya había sido puesto en duda por la relatividad; sin embargo, problemas fundamentales de éste como su dirección apenas habían sido tocados. Más allá del espacio-tiempo relativista de cuatro dimensiones, la teoría entrópica ha demostrado, por fin, que en realidad existe una flecha del tiempo inherente al universo lo que cancela los viajes al pasado, mientras que cosmólogos como Stephen Hawking han introducido la noción de tiempo imaginario, para explicar un universo en donde el inicio y el final caóticos son sólo puntos colocados en los extremos de una esfera de cuatro dimensiones.

En cuanto al espacio, el problema es más radical. Experimentos con partículas cuánticas han demostrado que éstas se encuentran interconectadas a pesar de la distancia que las separa. Cada partícula atómica recibe, inevitablemente, la influencia por mínima que sea de todas las demás, lo que derriba la idea de un vacío interestelar y nos devuelve, con variantes, a la idea del éter que llena el universo, sólo que ahora éste sería entendido más bien como una serie de ondas en movimiento. Ondas que, además, es posible identificar como materia y energía o incluso, en casos extremos, como materia y espíritu.

Tiempo y espacio han sido preocupaciones fundamentales de los narradores, pero obras como Ulysses o En busca del tiempo perdido no pueden entenderse sin las investigaciones científicas contemporáneas. En estos casos se trataba de comprender las nociones de tiempo vivido o psicológico y de relacionarlas con el tiempo lineal del mundo. Qué se podría hacer en nuestros días? Quizá, en primer término, aceptar la irreversibilidad del tiempo. La memoria de los personajes y del lector que avanza en una novela ya no sería entendida como un remedo de viaje hacia el pasado, sino como una condición del presente, un conjunto de datos alterables que modifican al mundo. A fin de cuentas la conciencia, de unos y otros, determinaría el espacio-tiempo de la novela. Si de algún modo ya se asume la imposibilidad de narradores omniscientes, quizá no sea muy aventurado augurar el fin de los monólogos interiores: la memoria sesgada de los personajes y las posibilidades de jugar con la memoria del lector permitirían narraciones en las cuales la conciencia modificara el paisaje y la psicología se confundiese con los objetos.

La verdad

Las narraciones inevitablemente copian los juegos de verdad que existen en el mundo. A pesar del descrédito de las verdades absolutas, nuestro mundo aún se encuentra obsesionado por conocer exactamente lo que sucede en muchas situaciones. No sólo la ciencia sino, por ejemplo, los procedimientos judiciales o las novelas policiacas insisten en descubrir, sin sombra de dudas, los "hechos".

Poco se ha podido hacer para cambiar esta concepción cuando se trata de lidiar con la realidad. Sin embargo, las novelas del caos quizá lo consigan, al menos en lo que se refiere a su racionalidad interna. En primera instancia, eliminarían la pasión del lector por conocer el desenlace de los acontecimientos y la verdad de los misterios que ocurren. La noción de suspense tendría que variar, haciéndose hincapié en la naturaleza irresoluble de lo secreto y no en el gusto de resolver enigmas. No se trataría de recurrir a finales abiertos o, peor aún, a esas películas o novelas que presentan, antes de concluir, siete finales distintos para que el público elija el de su agrado. En este recurso no hay apertura seguimos ante un sistema determinista y predecible y se mantiene la necesidad de una versión oficial, aunque se trate de la que el lector escoge. Más bien habría que pensarse en narraciones cuya construcción desde el inicio esté marcada por la voluntad de ambigüedad. Me explico: se trataría de novelas que enfrenten al lector a historias semejantes a las del mundo, llenas de versiones, contradicciones, atisbos, dudas. Las mismas que tendría el autor. Algo similar a la "suma de historias" de la física cuántica: cada personaje deja de tener un pasado, acaso desconocido pero indeformable, para tener múltiples historias posibles, acaso contradictorias, sin preminencia de ninguna. O, aventuro, en el otro extremo teórico, universos narrativos que se bifurquen, posibilidades incumplidas, mundos paralelos donde yace lo que no pudo ser, pero que la novela permite, por un momento, que ocurra. En uno y otro caso, multiplicidad, variedad, fuga.

Bibliografía:

G. Galandier, El desorden, Gedisa, Barcelona, 1994.

P. Coveney y R. Highfield, La flecha del tiempo, Plaza y Janés, Barcelona, 1992.

I. Ekeland, Al azar, Gedisa, Barcelona, 1992.

J. Gleick, Caos, Seix-Barral, Barcelona, 1994.

N. K. Hayles, La evolución del caos, Gedisa, Barcelona, 1993.

E. Laszlo, La gran bifurcación, Gedisa, Barcelona, 1993.

M. Martínez Miguélez, El paradigma emergente, Gedisa, Barcelona, 1993.

S. Ortoli y J.P. Pharabod, El cántico de la cuántica , Gedisa, Barcelona, 1991.