Javier Flores
Carne de presidio

Todas las sociedades conocidas, antiguas o modernas, han prestado una atención especial al sexo. Quizá con la excepción de las culturas prehistóricas, sobre las que no se tiene información precisa, puede decirse que todas las agrupaciones humanas han puesto en marcha mecanismos normativos sobre la expresión de la sexualidad. Abundan las prohibiciones, controles, castigos, las reglas sobre cómo debe hablarse --o dejarse de hablar-- del sexo. Las sociedades tejen una complejísima red compuesta por hilos, perceptibles algunos e invisibles otros, que dictan a cada una de las personas las reglas básicas de su comportamiento e identidad sexuales, reglas que se imponen sobre los reclamos más íntimos del cuerpo o de las pasiones. La dimensión social ha mostrado a lo largo de la historia un enorme peso que comprime a las dimensiones biológica y psicológica. La sociedad aplasta así la sexualidad del individuo.

Michael Foucault, una de las mentes más agudas de nuestro siglo, ha revelado la naturaleza de algunos de estos mecanismos de control que permanecían ocultos a la mirada superficial. Ha estudiado su evolución y significados en el desarrollo de la civilización occidental. A él se debe, por ejemplo, haber aclarado cómo el control de los cuerpos a todos los niveles de la organización social parte, aún hoy, de un modelo básico: la prisión.

La cárcel, el grado más sofisticado de castigo, de sometimiento de los cuerpos, es el resultado de una interesante evolución. Parte del poder total del soberano sobre la vida de sus súbditos, que deben de morir por él en las batallas. Se origina también en el tormento, es decir, la intervención directa sobre el cuerpo para inflingir dolor y la muerte a quienes han ofendido a su rey. Este derecho sobre la muerte, se transforma entre los siglos XVIII y XIX en la prisión moderna, se elimina el tormento y la ejecución, como las formas básicas de penalidad, pero manteniendo el control sobre el cuerpo, al que se somete a la disciplina y a múltiples formas de regulación, vigilancia y castigo. En torno a este control carcelario se desarrollan asociaciones con el saber, como las que se expresan a través de la criminología y de las instancias psiquiátricas, médicas, y pedagógicas, entre muchas otras, que toman en sus manos el acto de juzgar. Pero el estudio de la evolución de la estructura carcelaria rebasa la simple curiosidad de un sistema particular dentro de la sociedad. Para Foucault, este modelo determina la forma que adopta el conjunto de la organización social 1 .

Aunque la obra a la que se hace referencia no aborda directamente la cuestión sexual, no es difícil establecer los nexos entre el planteamiento de Foucault y la sexualidad. El cuerpo, ese microcosmos del que hablaban los platónicos, es el asiento de una sexualidad, que no se encuentra restringida a alguna de sus partes sino que es la expresión del todo. El control punitivo de los cuerpos, es pues el control represivo de la sexualidad. El modelo carcelario de organización social, sería también el que impone los mecanismos disciplinarios, de vigilancia y castigo a la sexualidad de los individuos, a través de una normatividad específica y un saber (y con saber, me refiero también a la ciencia), que extienden sus hilos --visibles e invisibles-- a todos los confines de la sociedad y que tendría como núcleo, de acuerdo con Foucault, a la organización carcelaria.

La idea de Foucault puede ser, en efecto, debatida. Puede decirse que su examen aunque amplio y riguroso, se limita a un periodo muy estrecho, los siglos XVI al XIX en un solo país, Francia. El planteamiento puede resultar incómodo además para los científicos a quienes seguramente les resultará difícil aceptarse en materia del conocimiento sobre el cuerpo o la sexualidad, como simples pseudópodos de un núcleo presidiario. Se podrán decir muchas cosas, pero lo cierto es que los mecanismos de control de los cuerpos y de la sexualidad tienen, más que el aroma académico, el pesado tufo policiaco.

Si se examinan cuidadosamente las relaciones entre el sexo y la sociedad a partir de estos planteamientos, queda claro que ésta --la sociedad-- ejerce un papel determinante sobre los cuerpos, es decir, sobre la sexualidad. Pero también resulta de gran utilidad lo que no dice Foucault y al indicar este hecho, la omisión, no se trata de señalar una carencia en su obra. No habla de algunas cosas simplemente porque su trabajo no trata sobre ellas. Me refiero a uno de los aspectos de la relación con los cuerpos --y con el sexo-- que el modelo carcelario de la sociedad no toca: la noción de dos sexos únicos. La evolución de los mecanismos de control y, el modelo de organización social, parte de un hecho que le antecede, que es la clasificación primaria de los seres humanos en dos categorías: hombres y mujeres.

La organización carcelaria y lo que de ella se deriva, es decir su función de moldeado de la sociedad que le atribuye Foucault, se establece sobre un conjunto de saberes y valores dados mucho antes de su surgimiento. No podría hablarse en este caso de la cárcel a secas, pues aún en la etapa estudiada por este autor y en la sociedad que examina hay una estructura carcelaria dividida conforme a esta clasificación primaria. Hay una cárcel para hombres y una cárcel para mujeres, por lo que, si seguimos la idea de Foucault, la estructura social que se deriva de este hecho y el control de los cuerpos que se ejerce llevarían impresa tal especificidad. Este control diferencial de los cuerpos, que además es fácil de documentar --piénsese por ejemplo en la patologización de la sexualidad femenina como en el caso de la ninfomanía en la medicina francesa del siglo XIX-- revela los alcances de un determinismo social. Lo que la sociedad determina son las formas de control de la expresión de la sexualidad. Pero lo que no determina y por lo tanto, lo que no depende de ella, es la noción de dos sexos únicos. Es más, el papel que cumple esta sociedad carcelaria consiste en preservar y fortalecer un paradigma cuyo origen le es completamente ajeno.

1. Foucault, M. Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión. Siglo XXI, México, 1995. La primera edición en francés se publicó en 1975.