El forcejeo de las potencias
En La Isla del Día de Antes, Umberto Eco relata el forcejeo de las potencias europeas por resolver el misterio de las longitudes:
--Para la solución de este problema --continuó el Cardenal (Mazarino)--, ha ya setenta años, Felipe II de España ofrecía una fortuna, y más tarde Felipe III prometía seis mil ducados de renta perpetua y dos mil de vitalicio, y los Estados Generales de Holanda treinta mil florines. Ni nosotros hemos escatimado ayudas en dinero a excelentes astrónomos...
A instancias del cardenal Mazarino, el joven Colbert explica a Roberto, héroe de la novela, el problema de las longitudes o del Punto Fijo: ``...Señores, en el océano, donde si acaso se encuentra una tierra no se sabe cuál es, y si se va hacia una tierra conocida es menestrer proceder durante días y días en medio de la extensión de las aguas, el navegante no tiene otros puntos de referencia además de los astros. Con instrumentos que ya hicieron ilustres a los antiguos astrónomos, de un astro se fija su altura en el horizonte, se deduce su distancia del Zenit y , conociendo la declinación, dado que la distancia zenital más o menos la declinación dan la latitud, se sabe instantáneamente en qué paralelo se encuentra, es decir, cuánto está al norte o al sur de un punto conocido. Me parece claro.
--Al alcance de un niño --dijo Mazarino.
--Debería creerse --siguió Colbert-- que igualmente puédase determinar también cuánto está a levante o a poniente del mismo punto, es decir, en qué longitud, o sea, en qué meridiano (...) Por desgracia, por un misterio de la naturaleza, cualquier medio elegido para definir la longitud hase revelado siempre falaz.
Las islas perdidas
Así pues, el mundo sería de quien consiguiera determinar en todo momento la posición de sus barcos y la de las tierras que durante el siglo XVI se iban descubriendo en el Pacífico. Pero le aconteció a un español de nombre Mendaña que, habiendo descubierto las Islas Salomón, jamás pudo volver a encontrarlas y cien años después las seguían buscando ingleses, holandeses, españoles, franceses y portugueses, pues Mendaña había calculado bien la latitud, esto es la posición norte-sur, pero no la longitud, o que tan al oeste de América se encontraban. Con un buen reloj podía resolverse el problema. Si en el barco se lleva uno que marque siempre la hora de París, por ejemplo, se determina por medio del sol la hora del sitio en que se localiza el barco y si se encuentra que son allí las seis de la mañana y en París el medio día ``sabrá que está a noventa grados de París, y por tanto, más o menos aquí --e hizo girar el globo indicando un punto del continente americano''. Pero por entonces no existía tal instrumento, por lo que concluye Colbert: ``...es bastante difícil mantener a bordo un reloj que siga marcando la hora justa después de meses de navegación en una nave sacudida por los vientos, cuyo movimiento induce al error incluso a los más ingeniosos de los instrumentos modernos, para no hablar de los relojes de arena y de agua, que para funcionar bien deberían descansar sobre un plano inmóvil''. A partir del siglo pasado, los modernos cronómetros mecánicos resolvieron el problema con precisión suficiente para determinar, con error de pocos kilómetros, el punto del océano donde se encontraba el barco. Pero seguía siendo un método inexacto, pues un solo minuto de error se traducía en un centenar de kilómetros.
La solución
El Global Positioning System (GPS) resolvió el problema por el que las potencias se jaloneaban a Galileo: instaló 24 satélites, propiedad del ejército estadunidense, que funcionan como faros celestes, lanzando ondas de radio en vez de luz visible. Pero los militares desean únicamente para sí mismos la mayor exactitud en la medición de la longitud, así que degradan las señales, por medio de un proceso complejo y caro, para que los civiles sólo obtengan medidas con una exactitud en el rango de los 100 metros, mientras que para usos militares el sistema consigue una exactitud de 15 metros. Las restricciones no están funcionando muy bien. ``La única forma en que los militares pueden negar posicionamiento exacto a los civiles es apagando los satélites'', dice Thomas Herring, del MIT, interesado en la mayor exactitud porque se dedica a medir la deriva continental, un movimiento de los continentes que puede ser apenas de centímetros por año. R. Kerr, Science 272, 27. Y aún más, empleando lugares con posiciones conocidas como marcadores para corregir el borrado intencional de las señales de los satélites, se consiguen exactitudes de 1 a 10 metros, op.cit., lo cual mejora con mucho el margen militar.
Un faro para todos
Ya no quedan islas del oro por ganar para la patria y el rey, pero la tecnología del Global Positioning System, cuya función militar se encuentra muy devaluada con el final de la guerra fría y la ausencia de un enemigo al cual negarle acceso, puede ser de cualquier forma un buen negocio que florezca en un mercado de 8 mil millones de dólares por el año 2000, dice Kerr. La Casa Blanca juró concluir con la práctica de degradar las señales disponibles para los usos civiles. De todas formas, ``la habilidad para saber dónde exactamente estás va a ser accesible a cualquiera, decidan o no los Estados Unidos hacer accesible el GPS'', op.cit. Como en la era de los navegantes, ``una vez que enciendes un faro, cualquiera puede usarlo''. Id.