Mauricio Ortiz
Otra y otra vez el tiempo

Véndase la casa y a gastar cuanto antes esa lana, no vaya a ser que caigan los acreedores. Los billetes no premiados se doblan por la mitad y otra vez por la mitad, se les aplanan las esquinas y en sucesivos repliegues se configura la papirola nacional de acuerdo a las aptitudes y habilidades del caso. Cada quién su figurita del día o la semana y quejándose de lo lindo: al fin uno propone y los tiempos dictan y disponen.

En cuanto al espacio existe un vastísimo catálogo de mapas y modernos astrolabios. Para los tiempos no. A pesar de relojes, cronogramas y ajustes bisiestos al tiempo hay que entrarle a ciegas. El calendario no ayuda en lo más mínimo, piedrecitas blancas que va uno dejando en el bosque para marcar un camino sobre el que no volverá y por el que nadie más habrá nunca viajado.

Los mapas fronterizos dan cuenta de linderos y puntos de paso, curso de los ríos y perfil de las montañas, ciudades gemelas, líneas punteadas que orientan al caminante. ¿Una cartografía capaz de marcar el límite de los tiempos, a la vez comunes y tan insistentemente diversos? Porque si el tiempo es el mismo para todos, ciertamente a unos les alcanza más que a otros y unos lo pierden más a lo tonto; para unos pasa más rápido, para los niños más lento; a unos el tiempo les angustia, a otros no se les escapa. Otra vuelta y otra y otra el tiempo.

Entre los países y entre los distintos grupos que hacia adentro los conforman se establecen diferencias de tiempo que pueden ser abismales. ``Consideran el futuro como un pasado repetido (la mejor parte del pasado). Es algo que sucede, al parecer, en la mayor parte del Mediterráneo.'' Más parecido al tiempo circular mesoamericano que al tiempo utópico centroeuropeo y sobre todo estadunidense, donde el futuro es una sucesión de novedades sin fin, pasos hacia adelante y destellos de progreso. El futuro como esperanza donde todo por fin va a ocurrir: el futuro como el lugar donde nunca pasa nada.

Con o sin razón, el horario de verano ha transgredido un tiempo mexicano, al menos el apresurado tiempo urbano tan dependiente de las manecillas del reloj y la hora del noticiario. Habrá quien lo considere una nueva imposición de la cultura yanqui y estará esperando el nine to five y el lunch a las doce pasado meridiano, y habrá a quien esto le parezca el orden natural de las cosas. Lo cierto es que levantarse en pleno abril de noche es una chingadera. Quisieron cambiar el reloj a la par que el primer mundo sin ocurrírseles que aquellos viven al norte y nosotros al sur del Trópico de Cáncer. Aquí los ocasos y los amaneceres son muy verticales y por lo mismo rápidos; allá tardan tanto y son tan horizontales que llega un momento ya bien al norte en que no se distinguen uno del otro y ambos duran todo el tiempo. Allá se ensancha más el día (y se estrecha más en el invierno) y el efecto es notorio más temprano en el año. Si allá abril es buen momento para adelantar las horas, aquí parece que se nos hizo temprano.

Ya se sabe que de todos modos se juntarán los datos para convencernos de los grandísimos ahorros de energía durante los meses veraniegos, las enormes bondades de esta temporal medida, pero no es ocioso insistir en que es de noche al comenzar el día. Tiene mucho tiempo que se demostró el efecto de la oscuridad matutina en el ánimo de la gente. Comenzó la historia al notarse que las tasas de depresión y suicidio se incrementaban notablemente durante los meses del crudo invierno del norte. Terminó con sencillo tratamiento: baños de luz de una lámpara gigante todas las mañanas antes de salir el sol. Pronto habrá de llegar a México, cuando los tiempos así lo decidan, tan avanzada tecnología y buen negocio.