Rafael Vargas
García Terrés: mínimo balance

Hace un par de años, cuando la unam le rindió un homenaje encabezado por el Dr. José Saruhkán, Gonzalo Celorio ennumeraba puntualmente las diversas instancias creadas por García Terrés durante su labor al frente de Difusión Cultural -entre 1953 y 1965- y al hacerlo también subrayaba su asombro por su número y diversidad. De las letras al cine y de la radio a las artes plásticas, don Jaime, como afectuosamente solía llamársele, hizo pasar lo mejor de la cultura nacional a través de los canales universitarios. Fue una gran época, y no me parece injusto decir que todo trabajo de difusión cultural en el país tendría que medirse contra lo que se logró entonces. Su labor en el Fondo de Cultura Económica, aunque en otro orden, no fue muy diferente. Primero como director de La Gaceta, y finalmente, como subdirector y como director general, don Jaime impulsó la creación literaria, creó nuevas colecciones (como Río de Luz, que mereció reconocimientos internacionales), y se preocupó siempre por poner al alcance del gran público libros de alta calidad por su contenido y por su hechura. Como director general de la Biblioteca de México no hizo sino proseguir esa línea. Bajo su guía la Biblioteca creció en espacios -de dos a cinco salas de lectura-, incrementó el número de volúmenes de sus acervos, duplicó el número de usuarios atendidos, y también amplió sus funciones: talleres de teatro y de ajedrez; exposiciones temporales (con muestras memorables como las de Tito Monterroso, Vicente Rojo y Carlos Monsiváis), y un cineclub creado en el entendimiento de que en nuestro tiempo libros y cine conviven de manera simbiótica.

Este recuento apresurado está muy lejos de agotar el repertorio de beneficios que el trabajo de Jaime García Terrés trajo a la cultura mexicana. Si lo he iniciado así es porque pesa tanto que aludir a él es inevitable, y durante mucho tiempo don Jaime permanecerá como parangón en el terreno de las actividades culturales pero, desde luego, habría que encabezarlo con su obra poética, cuya bondad, si bien escapa a la cuantificación, tendrá efectos aún más perdurables. García Terrés es un poeta singular: equidistante de la poesía coloquial y de la culterana, consigue que en su poesía convivan la reflexión histórica y la trivial disquisición cotidiana. Amalgama humor y melancolía, canta los avatares de la vida con una cierta resignación no exenta de acentos trágicos, y hace que el gusto por la precisión no signifique excluir el jugueteo con las palabras. No es una poesía que se entregue al lector fácilmente y más bien exige un previo conocimiento de la materia, pero tampoco es una poesía que requiera guías ni rudimentos de hermenéutica. Ojalá que el lector curioso busque el primer tomo de las Obras (editadas por el fce) que bajo el título de Las Manchas del Sol congrega cinco libros escritos a lo largo de cuarenta años, lo cual da una idea del rigor con que trabajaba.

Difícilmente desligable de su poesía (y por lo mismo, presente en aquel tomo) está su obra como traductor (el primero en haber traducido a Seféris a nuestra lengua) y en otro plano, aunque no muy distante, su obra crítica: sus ensayos sobre Freud -a quien siempre consideró un gran escritor- y sobre Gilberto Owen, por quien se apasionó tanto que hace menos de un mes fue a Sinaloa a visitar El Rosario, su tierra natal. También están sus libros de viajes y de memorias, y las innumerables páginas dedicadas al comentario de lo inmediato, de las que descienden muchas de las columnas de las revistas literarias actuales. Tal vez valdría la pena cerrar esta nota así: recordando su gran gusto por hacer revistas literarias (también hizo una de política: El Espectador) y su gran tino para hacerlas. La gran primera época de México en el Arte; la década inigualable de la Revista de la Universidad; sus dieciocho años al frente de La Gaceta, cuya calidad la hizo acreedora del premio Príncipe de Asturias, y los cinco años y medio de Biblioteca de México, en la que cada bimestre dió voz a un ``ratón'' (los títulos de las columnas de don Jaime fueron siempre especialmente afortunados) tan apocalíptico como gozoso, que saldrá a la palestra por última vez en el ya próximo número 32, que todavía alcanzó a conformar. Sé de muchas personas que han coleccionado una o varias de esas revistas. El hecho de que yo haya colaborado en alguna de ellas no hará que nadie le regateé méritos a don Jaime, ni me impedirá decir que me parecen las mejores publicaciones de su género que se hayan hecho en México.