Si el poder ha de ser no despótico sino político, su conformación y reproducción deben pasar por el momento del consenso (la sociedad civil gramsciana). Dadas la pluralidad social (la diversidad ideológica y de intereses) y la conflictualidad por necesidad de ahí emergente, es mediante la actividad política como los políticos y sus organizaciones y medios han de buscar establecer en la sociedad lazos vinculantes (obligatorios) pero consensuados. Así puede la sociedad ir alcanzando estadios de convivencia crecientemente civilizados.
Entre nuestros partidos y la sociedad mexicana de hoy existen múltiples abismos y, por tanto, dificultades mil para procesar el momento del consenso. Al propio tiempo, el Estado corporativo nacido de la Revolución Mexicana se halla hace tiempo en un proceso de desestructuración lenta pero inexorable. Es notable la conciencia que el propio Estado mexicano ha tenido de ese hecho: ``el mío dijo un día López Portillo, es el último régimen de la Revolución Mexicana''. La ``actualización'' de la Revolución Mexicana aseguraba Salinas, dando un adiós definitivo a la Revolución, se llama ``liberalismo social'' (o neoliberalismo entreguista, dirían sus críticos más acres).
En esas condiciones, la política mexicana, la actividad política y sus instrumentos de hoy, frente a la sociedad de hoy, aportan magros bienes y enclenques compromisos públicos para el mantenimiento de la cohesión de un cuerpo social que da muestras evidentes de suplicios excesivos y, por necesidad, de riesgos disruptivos. Aún las expectativas que la actividad política como conjunto podría generar, son endebles. El encontronazo grotesco protagonizado por algunos diputados el pasado viernes, no promete mucho: las coces se parecen poco al alto nivel de conceptuación y análisis que exige de la reflexión política nuestra difícil situación actual y nuestro futuro.
De otra parte, al llegar a la Cámara de los Diputados, las prometedoras ``conclusiones'' de la reforma política en su tramo electoral, acordadas en Bucareli, pueden haber llegado a comparecer al callejón de nunca jamás: la coyuntura política por la que pasan el país y la vida interna de los partidos, vuelven extremadamente difíciles los acuerdos finales. La mayor certidumbre la ha establecido el PAN: el mensaje hasta ahora enviado a la sociedad por este partido es que votará en contra. La incertidumbre mayor la ha establecido la bancada del PRD: su dirigencia actual fue parte central de la difícil construcción de las ``conclusiones'', pero en este partido existen diferencias acusadas sobre la reforma política, exacerbadas por el proceso de renovación de su dirigencia. La bancada del PRI también genera incertidumbres: alguien puede garantizar la posición final del PRI de cara a las posiciones ciertas e inciertas, actuales, del PAN y PRD frente a la reforma electoral? Y, como ya sabemos, sin los votos del PRD, no habrá reformasSi hoy la actividad política aporta mucho menos de lo que sería deseable, a la cohesión social, el desempeño de la economía, al transtornar, corroer, erosionar y aun abatir el diario transcurrir de la vida de grandes sectores de la sociedad, alimenta tendencias contrarias a los esfuerzos magros y poco consistentes de la política por mantener la cohesión social. El problema configura contradicciones sin solución posible sólo en el marco nacional.
El país agotó desde mediados de los años setenta su patrón de crecimiento de posguerra. La aguda ineficiencia industrial de ese patrón lo hemos examinado en este espacio, llevó a la economía mexicana a su propia autoderrota: el desequilibrio permanente en la balanza de pagos, impulsado por el desarrollo industrial, se tradujo en el crecimiento permanente de la deuda externa. Una vez que la deuda acumulada sólo podía ser liquidada mediante nuevos endeudamientos, éstos dejaron de tener efectos en la operación y crecimiento de la economía interna: la economía quedaba impedida de continuar operando a las tasas históricas de crecimiento. México debía hallar un nuevo patrón de crecimiento y desarrollo y éste exigía, forzosamente, una manera diferente de insertarse en la economía mundial, vale decir, en la vorágine de la globalización. Pero la forma y ritmo como se llevó a cabo la apertura y el modo de financiamiento del desequilibrio externo (el inefable hot money), han exigido un marco de políticas económicas no sólo incompatible con la política social, sino con la política sans phrases.
En condiciones de caída del producto interno, pagar altos y a veces crecientes intereses al capital externo, para atraer su entrada, resguardando al mismo tiempo márgenes ``atractivos'' de ganancias para intentar estimular la inversión, inevitablemente lleva a comprimir los salarios y en general los ingresos de quienes no hacen precios; una política así no tiene el propósito expreso de empobrecer más a los pobres, pero lo hace; y ello porque la escuela neoclásica ignora que la masa total anual de ingresos convertidos en pagos por intereses al capital financiero internacional y al nacional, son generados precisamente por la actividad productiva interna.
Debido a ello la economía ha operado contra la política. Los Estados de donde proviene el capital transnacional, exigen de México alcanzar una clara normalización democrática, pero al mismo tiempo le prescriben una política económica que carcome con saña las bases sociales de tal normalización. Nuestros oscuros berenjenales no han surgido de la nada.
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