Este 1o de mayo de 1996 será el segundo año consecutivo sin el tradicional desfile obrero del sindicalismo corporativo en la Plaza de la Constitución. En su lugar, el otro sindicalismo, una mezcla formada por agrupaciones independientes y algunos de los sindicatos de El Congreso del Trabajo agrupados en el Foro El Sindicalismo ante la Nación marcharán para conmemorar otro aniversario del día del trabajo.
Este cambio es sólo una expresión simbólica del momento por el que atraviesa el mundo sindical. El desfile obrero era la fiesta anual del corporativismo sindical mexicano; en ese día los contingentes de trabajadores desfilaban frente al balcón presidencial como una forma de renovar la mal llamada ``alianza histórica'' entre el Estado y la cúpula sindical. Ese mundo de relaciones fue envejeciendo, mientras el país y las relaciones económicas se modificaban radicalmente. La mejor metáfora de ese envejecimiento es sin duda la figura del líder obrero más emblemático del país, Fidel Velázquez.
En la larga historia del movimiento obrero y de su relación con el Estado hubo varias etapas. Obviamente primero desapareció la alianza real y se pasó a una subordinación, cambio que se dio en la década de los años cuarenta; después, con la llegada de la crisis y el cambio del modelo económico cambiaron las condiciones de la relación y prácticamente dejó de existir negociación real de los salarios y prestaciones, lo cual llegó a partir de 1982; unos años después vino la modificación estructural de las condiciones de trabajo, expresada en los contratos colectivos; en los últimos años, llegó la época de los pactos y la profundización de la crisis. Con todo este proceso cambiaron realmente las formas de la relación entre el Estado y los trabajadores, a pesar de que se mantuvieron algunos rituales simbólicos.
Con el mundo laboral sucedió algo curioso que no pasó en otros ámbitos de la vida social: el proceso de ``modernización'' se hizo por la vía de los hechos y de forma un tanto salvaje, pero no se tocaron las reglas jurídicas. Se cambiaron de raíz los contratos colectivos, como un requisito del cambio de modelo económico. Se instalaron como una obsesión las nuevas referencias de la competitividad, es decir, productividad, calidad y eficiencia, y se trató de desterrar los vicios de la improductividad. Se transformaron las reglas, se desplomó el salario, se perdieron derechos acumulados, pero se mantuvo el viejo control político y no se modificaron las reglas que dan sustento al corporativismo. Frente a este desajuste lo último que faltaba por caerse eran los globos, los pitos y el confeti con los cuales se festejaba el 1o de mayo.
Con este conjunto se perfilan dos problemas importantes. El primero, un modelo económico que premia a los exportadores y a los que tienen capacidad de competir en un país de fronteras abiertas, que cuidó a los inversionistas extranjeros y castigó el mercado interno y las condiciones económicas de los trabajadores; que no ha podido sustituir con eficacia los viejos privilegios del sindicalismo, por estructuras modernas en donde el trabajador mexicano no quede completamente desprotegido. El segundo, es que no se ha querido abrir el espacio para que el sindicalismo de control político, en donde sólo ganan los líderes, deje de operar y de ser una correa de transmisión de los pactos corporativos que imponen una política económica destinada a controlar la única mercancía que tienen los obreros, su fuerza de trabajo.
Estos dos problemas son como una pinza en la cual la parte trabajadora se encuentra en el peor de los mundos: antes no tenía libertad sindical y estaba sujetado al control corporativo, pero gozaba del piso de protección salarial y de prestaciones que se fue generando en un largo trayecto de compromisos, alianzas e intercambios entre el Estado mexicano y los gremios de trabajadores. Hoy el trabajador sigue sometido a los mecanismos corporativos del control, se le piden altos niveles de productividad, se le paga peor que antes y sin embargo, no puede defenderse en un esquema de libertad sindical.
En la agenda de reformas que se necesitan en México, en los primeros lugares se encuentra, sin duda, una reforma laboral. Desafortunadamente, estos tiempos de crisis económica han quitado los márgenes de maniobra al gobierno para que pueda impulsar esta reforma. Hasta el momento la lógica ha sido mantener las cosas más o menos en paz y no abrir un frente de confrontación con el sindicalismo corporativo. Sin riesgo a equivocarme, creo que con este escenario la posibilidad de la reforma tendrá que esperar a que cambien las condiciones políticas del país y del Congreso, porque los proyectos que la oposición está manejando, y sobre todo el PAN, será muy difícil que puedan aprobarse sin tener una mayoría en el Congreso.