Durante un largo tiempo el poder ha tratado de controlar a los trabajadores para que le sirvan al capital. Recientemente, gracias al neoliberalismo adoptado como modelo de crecimiento económico, y que ha fracasado puesto que en los últimos 13 años el crecimiento promedio ha sido inferior al 1 por ciento, el poder gubernamental tendrá que intentar no sólo controlar a los trabajadores sino también a un gran número de capitalistas (micro, pequeños y medianos) para que le sirvan al capital, pero sólo al gran capital mundial del que forman parte algunos capitalistas nacionales, pero sólo algunos.
Antiguamente, antes de que los tecnócratas neoliberales se adueñaran del gobierno, el poder del Estado servía al capital en su conjunto, al llamado por los marxistas ``capitalista colectivo'' para diferenciarlo de los capitalistas individuales aunque algunos de éstos a veces fueran perjudicados para beneficio de otros. Eran los tiempos en que el aparato estatal regulaba la economía, a veces más y a veces menos, para evitar que la denominada libre competencia condujera fatalmente a la gran concentración del capital en perjuicio de los empresarios menos poderosos. Pero la crisis económica mundial iniciada a mediados de los setenta favoreció, como todas las crisis económicas, a los capitales más fuertes (el pez grande se come al chico), y éstos, a través del FMI, del BM y de los gobiernos de los países industrializados más avanzados, lograron imponer un modelo económico (y político), literalmente mundial, que sólo los favorece a ellos y a una nueva forma de imperialismo.
Antes del neoliberalismo los trabajadores mexicanos eran controlados, principalmente, mediante los siguientes mecanismos: 1) la autoridad laboral (Secretaría del Trabajo y Juntas locales y federales de arbitraje laboral), que resuelve qué sindicato existe legalmente y cuál no, qué comité ejecutivo debe encabezar a un sindicato y cuál no (independientemente del que hayan elegido los trabajadores), cuándo y bajo qué condiciones una huelga es legal o ilegal, etcétera; 2) los dirigentes sindicales (especialmente los que, con justificación histórica, han sido llamados charros); 3) la cooptación y/o la represión de movimientos, de dirigentes disidentes y de obreros ``que anteponen los intereses gremiales a los de la nación (léase de los empresarios)''; y 4) relativos privilegios a los sindicatos bien portados y ninguno a los que se han manifestado independientes.
Ahora, o mejor dicho, desde que el liberalismo fue adoptado gustosa y subordinadamente por nuestros gobernantes, el control de los trabajadores ha adoptado algunas variantes significativas respecto de las anteriores. La 1 y la 3 se conservan en lo fundamental, pero la 2 y la 4 han sufrido transformaciones que no deben ser soslayadas: los charros, si bien existen todavía (Fidel Velázquez va a vivir muchos años más), ya no controlan a sus trabajadores, no a todos; otros, aunque tienen vocación charra, quieren seguir siendo dirigentes y, por lo tanto, tienen que atender ciertas demandas de sus representados, tales como la demanda nacionalista en contra de las privatizaciones (petróleo y derivados, seguridad social, comunicaciones) o la demanda de empleo y salario cuyos niveles son ya alarmantes hasta para buena parte de los empresarios que no están en condiciones de exportar lo que producen. El deterioro del nivel de vida de los trabajadores (y de la mayoría de los empresarios que son víctimas también de los grandes empresarios beneficiados por el neoliberalismo) y la creciente inestabilidad en el empleo no permite pensar más en que hay sindicatos privilegiados y sindicatos abandonados a su suerte. La particularidad es que todos los sindicatos están ahora abandonados a su suerte, después de que sus dirigentes cedieron en las modificaciones propuestas por el gobierno a sus contratos colectivos de trabajo.
El neoliberalismo ha tenido la virtud, la única!, de unir a trabajadores que hasta hace unos meses eran oficialistas (en realidad sus dirigentes) con trabajadores que se han caracterizado por su lucha en contra del gobierno y de sus políticas invariablemente pro-empresariales y con empresarios de diversos niveles de ingreso y de deudas.
Esta es la modalidad que se ha visto este 1o de mayo, y que tiene como antecedente el anterior, el de 1995, con la participación, junto con los trabajadores, de los barzonistas que, como se sabe, no todos viven o vivían de su salario.