Ayer, por segundo año consecutivo, la cúpula de las organizaciones sindicales oficialistas pidió a sus agremiados que se abstuvieran de desfilar con motivo del Día del Trabajo. En cambio, los dirigentes del llamado ``movimiento obrero organizado'' prefirieron al igual que el primero de mayo de 1995 conmemorar la fecha en un encuentro privado con el Presidente, en la explanada del Congreso del Trabajo. Pero el Zócalo no permaneció vacío. Cientos de miles de trabajadores y de deudores agrupados en El Barzón convocados por la Coordinadora Intersindical Primero de Mayo o por el Foro ``El Sindicalismo ante la Nación'', se volcaron a las calles para demandar cambios a la política económica vigente y para expresar su determinación de construir un sindicalismo libre y democrático.
Estos hechos no sólo ratifican la muerte del viejo ritual corporativo en el que cada primero de mayo los organismos laborales oficiales mandaban a sus afiliados al Zócalo para ``darle las gracias'' al mandatario en turno y confirmar la ``alianza histórica'' entre los trabajadores y el régimen. Ayer se ratificó, también, que el modelo de uncimiento político de los obreros al Estado, y cuyos principales instrumentos eran la CTM, la CROM, la CROC y el CT, está llegando a su fin. Tales instituciones pueden perdurar por un tiempo indefinido en tanto que siglas y logotipos, pero han perdido su fuerza política y sindical, su función social y hasta su sentido.
Durante el periodo del ``desarrollo estabilizador'' las corporaciones obreras fungieron, al mismo tiempo, como mecanismos de redistribución de la riqueza y como instrumentos de control político que anulaban, en la práctica, el derecho de libre asociación y la democracia sindical, y aportaban al partido oficial una importantísima masa de votantes y afiliados. Pero, desde 1987, la principal tarea de tales corporaciones fue asegurar, mediante su participación en los pactos, el acatamiento de los asalariados a orientaciones económicas que les resultaron funestas y su pasividad frente a una ofensiva sin precedentes contra los derechos adquiridos por los trabajadores. Ello erosionó significativamente al sindicalismo charro y relajó la disciplina en sus filas, al tiempo que alentaba el desarrollo de organizaciones obreras independientes. Este deterioro se precipitó en forma decisiva por la crisis generalizada de las instituciones en el país y por la crisis económica que se desencadenó en diciembre del año antepasado.
La patente bancarrota del corporativismo sindical es un dato positivo para la democratización del país y para la modernización de la vida política nacional, en la medida en que las instituciones laborales oficiales eran una pieza central del partido casi único y uno de los pilares de los ``poderes metaconstitucionales'' de la Presidencia. Ciertamente, los sindicatos independientes viven la crisis de identidad que caracteriza al conjunto de organizaciones obreras del mundo, y aún no existen agrupaciones capaces de llenar el vacío que dejan las instituciones clientelares y verticales que por décadas controlaron a los trabajadores del país.
Con respecto a esa crisis de identidad es significativo, no obstante, que en la jornada de ayer muchísimas organizaciones obreras en diversas latitudes salieran a las calles con un objetivo común: confrontar las políticas económicas neoliberales. Tal vez al calor de esa confrontación los asalariados de México y del mundo logren concebir y poner en práctica un nuevo marco para la defensa de sus derechos y sus intereses.