Rodolfo F. Peña
La fecha recuperada

En la capital federal, muchos miles de trabajadores se manifestaron ayer libremente contra el modelo económico neoliberal, en defensa del empleo y del salario, y también, de manera explícita o implícita, por un sindicalismo de nuevo corte, nuevas estrategias y nuevas formas de acción, como lo proponen los dos grandes agrupamientos que lanzaron conjuntamente la convocatoria y vertebraron las marchas; la Coordinadora Intersindical Primero de Mayo y el Foro ``El Sindicalismo ante la Nación''.

Por su parte, la cúpula obrera decidió abstenerse, por segundo año consecutivo, de llamar al desfile tradicional, y se refugió pudorosamente en la sede del Congreso del Trabajo (CT) para celebrar allí, con sindicalistas convertidos en empleados de confianza, un acto breve, serio y responsable, en el que, pese a los rígidos controles, el dirigente en turno del organismo anfitrión no se libró de alguna rechifla. En realidad, la decisión democrática de no desfilar fue tomada unilateralmente por los dirigentes de la CTM en el Segundo Consejo General Extraordinario, y asumida luego, con gallarda sumisión, por el máximo órgano deliberante del proletariado, contra el cual los foristas acordaron una desobediencia sin rupturas.

Por qué abstenerse? Según declarantes oficiales, porque el ambiente social es inadecuado a causa de la crisis y podían filtrarse agitadores que incitaran al desorden, a las pedreas contra el comercio establecido, a la falta de respeto a las personas. Conste: no se temía a la represión pública como, hace 110 años en Chicago, la temieron y enfrentaron los trabajadores despedidos de la fábrica MacCormicks y quienes organizaron el trágico mitin de la Haymarket Square, sino a provocadores con el perfil humano de los caídos en la plaza aquel 4 de mayo, y de quienes los encabezaban, como Spies, Parsons, Fielden y varios más que meses después fueron sentenciados a un largo encarcelamiento, orillados al suicidio o ahorcados; es decir, se temía precisamente a los mártires de Chicago. Gracias a esa notable inversión valorativa, ya sólo falta que el policía Degan, muerto por la bomba de misteriosa procedencia que dio inicio a la masacre, cuente con una estatua conmemorativa en la explanada del CT en las calles de Flores Magón, y que el primer lunes de cada septiembre se festeje el Día del Trabajo, para imitar plenamente a nuestros vecinos y socios del norte.

De hecho, el ambiente es bastante malo, y aún podría empeorar, porque la recuperación que hemos convenido no se vislumbra siquiera. Hay varios millones de trabajadores desempleados o subempleados, fenómeno que ha sumido en la pobreza a casi tres cuartas partes de la población. En los últimos 15 años, el salario real ha caído en 80 por ciento. Los trabajadores activos que perciben entre uno y dos salarios mínimos, suman alrededor de 11 millones y medio, lo que equivale al 32 por ciento de la PEA. En el primer trimestre del año, la tasa inflacionaria superaba ya al incremento salarial obtenido en diciembre. Con esos y otros datos desoladores, ciertamente es razonable esperar desbordamientos de la inconformidad. Salvo mayor sacrificio y expectativas nebulosas, el Estado no tiene nada que ofrecer a los trabajadores con la mediación de los dirigentes corporativos; ergo, los trabajadores no tienen nada que agradecer, y otro ergo: el desfile oficialista del 1o. de mayo carece ya de contenido político manejable, y en cambio se cargaría de contenidos sociales auténticos pero peligrosos. Por eso es mejor la abstención y la conmemoración casi privada para intercambiar refrendos de fantasmales compromisos y alianzas históricas, aunque tengan que permitirse, por inevitables, desahogos como los de los petroleros.

No se sabe cuándo volverá a manifestarse el movimiento obrero organizado. Quizá ya nunca, porque antes tendría que movilizarse y reorganizarse, ser representativo y legítimo, reformular su identidad propia en el marco de un nuevo proyecto de nación, redefinir sus relaciones internas, con el Estado y con la sociedad. Tendría que regenerarse socialmente y abandonar sus redituables servicios de alcahuetería política. Con otras palabras, tendría que suicidarse.

En sentido estricto, el sindicalismo corporativo no encaja en la política neoliberal; pero tampoco estorba, en la medida en que sirva para sancionar programas de ajuste, para destruir organizaciones sindicales y para anular en la práctica la normatividad laboral en todos sus rangos. Un sindicalismo nuevo tampoco cabe en los esquemas neoliberales, porque los engranajes de éstos tienden a triturar todo cuanto aquél representa. El sindicalismo en proyecto, que ya tiene fuerzas de sustentación, sí cabe (y aun la condiciona) en una modernidad nacional y racional, que reclamaría la participación de unos actores sociales bien diferenciados. Puede decirse que los manifestantes de ayer, al igual que los de hace un año, han recuperado el Día Internacional de los Trabajadores, fecha que les había sido expropiada desde hace varias décadas; pero ha sido en gran parte debido a que el Estado la abandonó a la mitad del Zócalo. Pero queda mucho por recuperar en el orden organizativo, programático y de cultura laboral.