Mauricio Merino
El predominio del hardball

Creo que no está de más insistir en la enorme importancia que tendría la reforma electoral propuesta por la mesa partidista de Bucareli, pues lo que está en juego es una contienda entre el corto y el largo plazo: entre los conflictos de hecho que han impedido la conclusión de los cambios, y la posibilidad misma de garantizar un entorno reglamentario realmente plausible para los próximos años.

De aprobarse la reforma tal como ha sido planteada, ya no habría Tabascos ni Huejotzingos, porque los derechos políticos de los mexicanos incluyendo la revisión de los litigios y hasta de los resultados electorales locales estarían protegidos en última instancia por el Poder Judicial Federal, sobre la base de procedimientos legales homogéneos para todos los estados de la República. Es decir, estaríamos ante la federalización de las reglas políticas para integrar el poder, en cualquiera de sus niveles, puestas por encima de las estratagemas o de la buena fe individual de cada gobernador. En términos de Alan Knight (``México bronco, México manso'', en Política y gobierno, Vol. III, No. 1, CIDE), el hardball de la política local se sometería paulatinamente al softball de las soluciones legales, puestas ahora en las manos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que por algo se llama así.

Por eso sigo pensando que la estrategia de boicot seguida por Acción Nacional debe tener como límite su propia apuesta al futuro. El argumento de la dignidad partidista ofendida ante los hechos consumados en Huejotzingo es perfectamente atendible: ahí se impuso el hardball que desde hace años le gusta jugar a Manuel Bartlett. Ni hablar. Pero el problema es que el PAN está respondiendo exactamente con la misma moneda, poniendo los hechos por delante de las formas y las reformas, y aun a riesgo de que su boicot se convierta en una victoria pírrica. Léase bien: no creo que Acción Nacional esté forzosamente obligado a abandonar su disputa por aquel municipio poblano, y mucho menos si efectivamente le asiste la razón. Pero de ahí a condicionarlo todo al juego de vencidas con Bartlett hay un abismo. Probablemente le gane quién sabe, pero le será muy difícil recuperar después el argumento limpio del apego a la ley ante todo, y a pesar de todo, pues la única solución a la vista consiste en la creación de un Concejo Municipal concertado (no faltarán quienes lean: concertacesionado), mientras la reforma electoral sigue su curso.

No hace mucho le escuché decir a Felipe Calderón cuando todavía era secretario general del PAN, que durante el gobierno de Carlos Salinas ese partido había optado por poner en práctica una estrategia que identificaba como política total, y que consistía en perseguir todos los espacios públicos necesarios sin tropezar en disyuntivas ficticias: eso explicaba que negociaran en Gobernación mientras convocaban a la resistencia civil, llenaban plazas, publicaban su posición en los medios de comunicación y la defendían en las cámaras. La conjunción clave de esa estrategia no era la ``o'', sino la ``y''. Y la verdad es que les dio excelentes resultados. Me pregunto qué es lo que le impide a Felipe Calderón regresar a esa estrategia, ahora que todavía puede, para defender su sitio en las negociaciones de la reforma y exigir, al mismo tiempo, una solución al caso de Huejotzingo. Después de todo, hay otro hecho que todavía puede caer encima de la estrategia panista: que la reforma no sólo se haga sin ellos, sino a pesar de ellos.

En su momento, ya el PRD pagó un costo electoral sumamente elevado cuando decidió optar por la ``o'' en vez de la ``y''. Y que yo sepa, no alcanzó a producir ninguna fórmula para evitarlo. De modo que se juega mucho más que un trozo de dignidad ofendida: se juega también el predominio del softball sobre el juego sucio, en uno de los momentos más importantes de la transición mexicana. Bartlett ya no tiene casi nada que perder. Pero Acción Nacional..., que con su pan se lo coma.