Dicen que los sindicatos están ante una crisis de alternativa. Y es cierto. Es indiscutible que si quieren sobrevivir a la penosa situación por la que atraviesan, los sindicatos están obligados a realizar una vasta operación ideológica y organizativa que les permita ajustar su modo de ser, sus métodos, su acción, sus propuestas, a las exigencias cambiantes de la reorganización capitalista del mundo.
Las viejas demandas obreras y muchas otras que parten de esta necesaria modernización, tienen que pensarse y, en su caso, reformularse a la luz de las necesidades y desafíos planteados como resultado de los cambios enormes ocurridos ya en los procesos productivos y las relaciones que de ellos surgen. No es una tarea fácil. La crisis del sindicalismo tradicional en el mundo entero está vinculada justamente a las dificultades que éste enfrenta para atender con prontitud y eficacia estos cambios vertiginosos, de modo tal que sea posible situar en este escenario social y productivo inédito la defensa de los intereses obreros que están en un proceso continuo de modificaciones.
El enorme retraso de la organización obrera para responder a los desafíos del mundo actual propicia la idea, tan cara desde siempre a los sectores patronales, de que los sindicatos ya no hacen falta y que, en definitiva, vistas las tendencias de la economía, los sindicatos son una especie en vías de extinción, una organización tan anticuada como innecesaria. La ``muerte del sindicato'' es, por tanto, la tesis que subyace tras la reforma laboral que, en nombre de la modernización, pretende reducir a polvo los derechos de los trabajadores.
En México, como es obvio, los sindicatos no escapan a esta crisis universal. Pero añaden a las consecuencias particulares que surgen de la desesperada situación económica una historia peculiar: Las grandes centrales sindicales que conforman el llamado ``movimiento obrero organizado'' son lo que siempre fueron en México: medios de control laboral y político, representaciones impuestas a los trabajadores para apoyar al gobierno en turno.
Si los líderes que por más de 50 años han dirigido al sindicalismo mexicano deciden que un millón y medio de trabajadores no desfilen el 1o. de mayo, lo hacen para evitar problemas al presidente de la República y comprobar, una vez más, su incondicionalidad. Esa es, precisamente, la lógica que la realidad del país admite cada vez menos. No es posible pensar en una sociedad democrática cuando las organizaciones sociales siguen sin estar en manos de sus legítimos dueños, que son los trabajadores y no sus líderes.
La modernización del sindicalismo, que es una necesidad para el desarrollo de la economía nacional, no podrá realizarse cabalmente sin la democratización de dichos organismos, sin liberar a estas organizaciones de los mecanismos de control y vigilancia legales y aun políticos que todavía subsisten para asegurar su docilidad. Ese es, sigue siendo, en estos tiempos de crisis, la demanda del 1o. de mayo.