La Jornada 2 de mayo de 1996

Murió la actriz y bailarina Rosaura Revueltas

Raquel Peguero y Francisco Guerrero Garro, corresponsal. Cuernavaca, Morelos, 1o de mayo Rosaura Revueltas tenía un secreto orgullo: ``vestirme como me da la gana y poder presentarme con la cara lavada en todas partes''. Así deambuló por la vida y los escenarios de la danza y el teatro y, se aventó sin saber nada del oficio, a las cámaras de cine, que fueron las que finalmente la convirtieron en un símbolo que le dio la vuelta al mundo con La sal de la tierra, que fue, su ``muro de Berlín''. Su vida tuvo desde entonces, un antes y un después.

Hoy todo es pasado. El último vértice del rico cuadrado que formó con sus hermanos (Silvestre, Fermín y José) falleció la madrugada del martes pasado, tras una larga enfermedad, en su casa del fraccionamiento Cantarranas en Cuernavaca.

Antes de caer enferma, preparaba un libro con material iconográfico sobre Silvestre Revueltas, que será terminado, a petición de ella, por su sobrina Eugenia. Pero siempre dejó inconcluso, el que escribiría con la historia oculta del cine mexicano y del que prometía: ``lo haré, al fin y al cabo ahora ya qué".

Originaria de Lerdo, Durango, Rosaura nació en 1910 en el seno de una familia de doce hermanos. De niña, soñaba con bailar con alpargatas, faldas floreadas y castañuelas o convertirse en cirquera ``porque no conocía otro espectáculo mas que ese''.

Muy joven se casó con el aviador alemán, Walther Bodenstedt, con quien tuvo un hijo, Arturo que le dio tres nietos: Eva, Marcela y Arturo. Recientemente se había estrenado como bisabuela. Por sugerencia de su esposo, comenzó a tomar clases de baile español; así fue como comenzó una incipiente carrera, ya que él mismo la incitaba a bailar en la fiestas para que se le quitara su ``proverbial timidez''.

En los años cuarentas se interesaría por la danza moderna, cuando ingresó al grupo de Waldeen.

Amante de la música y fiel seguidora de ella, asistía a los ensayos de la Sinfónica nacional ``para interesar a los directores por la música de mi hermano Silvestre''. Así tuvo amistad con personalidades como Erick Kleiberg, Fritz Reiner, Richard Lehrt y Paul Hindemith con quien sostuvo un ``amor tan intenso como imposible'', cuenta en su libro Los Revueltas (Grijalbo, 1979) donde asegura que, indirectamente, este compositor fue ``uno de los motivos por los que yo me dediqué a bailar profesionalmente y así empezó mi carrera artística'', ya que se unió a un grupo de danza que hacía giras internacionales para encontrarse con él.

Sin embargo, sobre su labor en el arte del movimiento, consideraba que ``fui pésima bailarina y sabe por qué contó en 1984 por miedo de romperme un hueso. De todos modos me los he roto en otras circunstancias''.

Al cine entró ``sin prepararme y sin proponérmelo; por mera buena suerte, o porque las cosas tenían que suceder así. Fue en el tiempo en que José trabajaba en la industria, escribiendo guiones''.

Participó en un par de películas de Emilio Indio Fernández: Islas Marías (1950) y El rebozo de Soledad (1952) por esta última ganó un Ariel como mejor actriz de reparto.

``En el cine empecé bien, a pesar de que me corrieron de una película sobre Pancho Villa por cachetear a su protagonista: Pedro Armendáriz'', solía contar. Fue por esa última cinta que el director estaunidense Herbert J. Biberman se fijó en ella para protagonizar el filme independiente La sal de la tierra (1953), obra representativa del cine más combativo producido en Estados Unidos durante la época de la ``cacería de brujas'', que a la actriz le pareció importante por su contenido. La aceptó, contaba, ``sabiendo el precio que debía pagar y pagué: la marginación. No volví a hacer nada. En realidad fue, un acto de heroismo colectivo''.

La sal de la tierra, cuenta la historia de mineros explotados que luchan por sus derechos, la vida de trabajadores de ascendencia mexicana que, en el sur de Estados Unidos, trabajan en condiciones infrahumanas.

La denuncia que llevaba propició que el rodaje se terminara en condiciones difíciles y que la actriz fuera encarcelada durante tres días y deportada a México, ``mi arresto se volvió el acontecimiento más sensacional del momento. Con gran torpeza manejaron las autoridades estadunideses ese hecho y convirtieron la película en un símbolo''. A ella también.

En una de las últimas entrevistas que concedió en abril del año pasado, señaló que por esa producción, ``de tajo me eliminaron toda posibilidad de ser: los 30 años mejores de mi vida echados por la borda.

``Me quitaron mi derecho al trabajo tanto en Estados Unidos como en mi país. Me sentía como apestada, nadie me contrataba y mira que hasta me ofrecí de corista: a mover la cadera emplumada, para gloria de vedettes y cantantes de cabaret, aunque no faltó quien dijera que lo hacía pra hacerme publicidad. Y estaba muy lejos de eso''.

Con La sal de la tierra lo que sucedió es que el gobierno estadunidense sintió que ``mi trabajo los delataba: iba contra el sistema y en dos patadas me etiquetaron de comunista en plena época de Mc Arthur. Regresé a México y nadie movió un dedo para defenderme. Cuando vi la tempestad, todo hice, menos hincarme''. Esa película fue una ``experiencia humana muy valiosa que no cambio ni por veinte churros mexicanos o, alemanes, que también hacen''.

La película quedó técnicamente defectuosa, ``como todo lo que se hace clandestinamente'', pero aseguraba con orgullo que ``algunos chicanos la han tomado como bandera y la exhiben en sus reuniones''.

Aseguraba no estar amargada por esa experiencia ``porque gracias a ella conocí grandes cosas y a gente muy importante''. También le valió un par de premios internacionales: uno en el Festival de Karlovi Vari, en la ex URSS y, otro en París, la Estrella de Oro.

De regreso en nuestro pais, ``ni cansada ni vencida'' fue a Cuba en los primeros años de la Revolución. Ahí hizo, teatro y danza. Luego en México, tuvo pequeñas partes en películas como Balum Canan, de Benito Alazraki, ``que no me gustó': El cuarto cerrado, de Chano Urreta "trabajé con él?, no me acuerdo debe haber sido horrible'' y en otras donde siempre hacía de viejecita: ``sí me encasillaron en esas partes y cuando la gente me veía, decía: pero si no ha cambiado nada'', contaba riendo.

La casualidad, decía, fue un factor importante en su vida y, gracias a ella conoció a una persona que le fue fundamental: Bertolt Brecht, ``ese fue mi premio por todo lo que pasé, aunque duró muy poquito porque estuve con él, sólo un año, el último de su vida.

``Cuando lo conocí, me propuso hacer La honesta persona de Sechuan, y le dije que prefería algo de Lorca, sin saber que aquella obra era suya. No sabía quién era: no sabía nada de teatro y, lo que son las cosas, después de haber interpretado puros papeles de viejita, entré al teatro personificando a una muchachita de 17 años''.

Rosaura Revueltas pensaba que había sido, en cierto modo, una decepción como actriz, porque aparecía por todos lados, sin maquillaje, joyas y pieles en un tiempo donde el glamour lo era todo. Lo hacía ``como una protesta contra la imagen que se había impuesto a la estrella de cine''.

Vestida siempre con trajes indígenas que se acompasaban con su rostro, el negrísimo pelo recogido en un chongo trenzado, poseía el porte que da la investidura de una casta. Y es algo que también nos lega.

La actriz y bailarina fue cremada hoy y sus cenizas serán depositadas en el Cementerio de Chipitlán, en la capital del estado, junto con las de su esposo.