Emilio Zebadúa
Trabajo y política

El movimiento de los obreros organizados enfrenta una rara oportunidad histórica; sólo que se encuentra desprovisto del liderazgo necesario para aprovecharla. Sin haber dejado atrás aún las ataduras corporativas, los trabajadores no logran encontrar la fórmula para adaptarse al nuevo modelo imperante en la economía-política del país. Dominados todavía por el enorme peso muerto que representan la CTM y el Congreso del Trabajo dentro del conjunto de la fuerza sindical, los trabajadores se han quedado rezagados en el proceso histórico de México.

La más reciente crisis encontró a las confederaciones oficiales y a los sindicatos independientes sin un programa político alternativo capaz de reunir las fuerzas suficientes con las cuales oponerse al programa de ajuste financiero. Como consecuencia, sólo en el lapso transcurrido desde que Ernesto Zedillo tomó posesión de la Presidencia se ha efectuado una transferencia brutal de la riqueza. Los ingresos que han perdido los trabajadores equivalen, en dólares, a la cantidad que el gobierno dispuso para cubrir sus adeudos en Tesobonos en 1995.La clase trabajadora no supo capitalizar la debilidad del gobierno y, en un sentido, incluso se enredó en ella. Zedillo pudo llevar adelante un programa económico por fuera de los canales tradicionales de negociación con el sindicalismo oficial. El Pacto, como se recordará, fue abandonado, eligiendo el Ejecutivo recurrir al Congreso de la Unión, donde la representación obrera se encuentra diluída por priístas y panistas. En cualquier caso, el daño que el gobierno le impuso a las familias trabajadoras es cuantificable y, en muchos casos, irreparable.

Pero la responsabilidad principal recae en la dirigencia oficial del movimiento obrero, que está rebasada desde hace mucho por las circunstancias económicas y sociales del país. La gerontocracia sindical ha sacrificado al menos a dos generaciones de dirigentes necesarios en la actual coyuntura.

La primera forma parte del círculo cercano a Fidel Velázquez, irremplazable dentro del corporativismo histórico, pero por lo mismo incapaz de entender la acelerada dinámica del neoliberalismo. Un grupo más joven (mejor representado por Elba Esther Gordillo, ex secretaria general del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, o por Francisco Hernández Juárez, del Sindicato de Telefonistas de la República Mexicana) tiene la edad para contar con una lectura propia de la dinámica reciente del país, pero también para haberse comprometido demasiado con los esquemas tradicionales del poder en el sindicalismo oficial.

Al margen de ellos, ha crecido una movilización independiente, dentro y fuera de los sindicatos oficiales, y dentro y fuera del movimiento obrero. Durante los últimos 15 años se han sumado a la lucha por reivindicaciones económicas miembros de otras clases sociales, lo que ha extendido el abanico de opciones organizativas. Este movimiento, sin embargo, es extremadamente heterogéneo, se ha dado en periodos de formación diferentes y tiene orígenes políticos muy diversos. Los une su reciente empobrecimiento y la falta de acceso a los deteriorados canales institucionales de expresión, pero los separan muchas otras cosas: incluso entienden el neoliberalismo de forma distinta.

El acercamiento de las posiciones y las estrategias que siguen los sindicatos independientes, El Barzón, las asociaciones de colonos populares y los trabajadores desempleados no es tarea fácil. Pero tiene que pasar por el quehacer político, el cual, sin embargo, rechazan muchas de estas organizaciones.

Las crisis de los últimos 15 años provocaron el desarrollo de un (o varios) movimientos sociales y, de manera paralela, de la conformación de una oposición política. Por imperfectos que ambos resulten en sus respectivos ámbitos, la distancia que los separa es su principal pasivo; acortar esa distancia es la tarea del futuro. En esta tarea el movimiento obrero tiene una responsabilidad histórica: de su espíritu nadie tiene duda, falta constatar su voluntad.

La movilización en el Día del Trabajo es evidencia de la fuerza potencial que existe en la sociedad. El descrédito del gobierno y el sindicalismo oficial entre la población trabajadora es patente. Ambos han renunciado al espacio público; no sólo porque carezcan de una oferta de bienestar para las familias, sino porque ya ni siquiera pretenden tenerla. El terreno que han abandonado tiene que ser ocupado por un amplio movimiento en el que confluyan, hasta convertirse en una sola alternativa, lo social y lo político.