Escribe Eric Hobsbawm en su Historia del siglo XX que uno de los rasgos más ``característicos y extraños'' de nuestro fin de siglo es la ``destrucción del pasado'', es decir, la obsolescencia de los ``mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con las generaciones anteriores''. Esa ruptura, ese desprendimiento radical del pasado, no sólo impide apreciar el significado de los acontecimientos, ubicarlos, juzgarlos, sino que genera auténticos hombres ``adánicos'' (como diría Fernando Zertuche), inaugurales, límpidos, sin tacha, y por supuesto sin historia.
A contracorriente, Gustavo Hirales nos ofrece su Memoria de la guerra de los justos (Cal y Arena, 1995), no solamente para recordarnos en buena hora que los hombres son su historia, sino que la historia colectiva, a querer o no, sigue gravitando sobre el presente, por acción u omisión.
Todo intento por recuperar el pasado es una operación imposible, pero Hirales, logra recrear con fuerza un ambiente, un espacio político-cultural, un momento singular, que generó un delirio de venganza recubierto en una ilusión revolucionaria y que recibió como respuesta una guerra implacable. Se trata de la historia personal y colectiva de quienes a principios de los setentas proclamaron que las vías para el quehacer democrático estaban cerradas y no quedaba más que la lucha armada como sinónimo de lucha revolucionaria.
Por las páginas del testimonio, de la non-fiction novel, aparece el apañe circunstancial, las torturas, las declaraciones, la cárcel, las noticias del exterior y su impacto en el penal de Topochico, es decir, el viacrucis de aquéllos que, atrapados, lograron salvar su vida, para pasar varios años tras las rejas. Pero también el trayecto que los llevó a las armas. El militante de la Juventud Comunista, el viaje a una de las mecas del marxismo-leninismo, es decir, a una escuela de cuadros en la República Democrática (sic) Alemana (y no entre paréntesis una historia de amor, un encuentro erótico camionero y...), el desencanto con la línea del PC, las ansias por responder a la violencia estatal (estamos en el post 68) con violencia revolucionaria, las primeras acciones armadas, el impacto del 10 de junio, la escisión del PC, la fundación de núcleos guerrilleros hasta la Liga Comunista 23 de Septiembre y su tétrica secuela. Y también el proceso de descomposición de la guerrilla, los ajusticiamientos internos, el verticalismo y la intolerancia consustancial a cualquier formación militar y militarizada.
Hirales construye un texto vivo, descarnado, directo. Su recuento es un mural intenso y contradictorio, marcado por altas y bajas, por saltos y atajos, pero con una respiración intensa y el aliento, en más de un momento, contenido. Persiste el orgullo por el resorte que movió a aquella generación que apostó la vida buscando un cambio radical al tiempo que recrea la conciencia de los límites y engendros que produce la acción armada. Es el testimonio de un viaje delirante que arranca con la desesperación, la valentía, el desenfado, la decisión, las ansias de venganza y una buena dosis de enajenación o de ignorancia y que naufraga de manera atroz entre la represión sin medida ni ley y la enfermedad autoritaria y criminal que se apodera de los propios guerrilleros.
Se trata de una confesión en el sentido laico del término. Una narración en búsqueda del sentido de las ``cosas'', sin edulcorantes ni consejas. No es una versión idílica ni maniquea, mucho menos pontificadora; tira netas. Como quien dice ``esto pasó'', así lo vimos en su momento y así lo vivimos. Y a ver quién se atreve a sentarse en el banquillo de los jueces?Los años pasan y las querencias, por lo menos algunas, permanecen. Tengo la impresión quizá me equivoco que a pesar de todo Hirales contemporiza todavía demasiado con lo que ya en su momento fueron auténticas expresiones vandálicas, ``demenciales'', como si sólo observara la descomposición a partir de un momento para mí muy tardío, cuando B ya está en el bote. Me pregunto no había un núcleo militarista elemental y rígido desde el inicio?, una especie de aventurerismo frenético que encarnó, por ejemplo, en Los Enfermos de Sinaloa y el asesinato de Carlos Guevara. (Hirales ofrece una versión de ese asesinato diferente muy diferente a la que desde 1973 se documentó y denunció que Los Enfermos mataron tanto al estudiante Pablo Ruiz García como a Carlos Guevara.)Lo que sin embargo ilustra de manera desgarradora la Memoria es el proceso degenerativo que tuvo una línea incremental, expansiva, con el transcurso de los años. La soberbia ``teórica'', el culto a los ``güevos'', los juicios internos, las condenas sin apelación, el terror contra el compañero, son algunos de los elementos que conforman una historia trágica, que vuelve densamente convincente y pertinente la ``rectificación'' en relación a la vía armada.
En épocas de amnesia colectiva a lo mejor así son todas las épocas recordar no es vivir, sino el intento por comprender esa tela de araña trenzada por miles de manos y voces, y sin un sentido unívoco, a la que solemos llamar historia. La memoria aguda, hiriente, apasionada de Gustavo Hirales, nos ayuda a recuperar parte del pasado quizá para que nuestro sonambulismo de hoy no lo sea tanto.